La pequeña isla ya era una ciudad fantasma, con calles por las que no corrían los autos y casas en las que no vivía nadie.
Durante la guerra, habitaron aquí diez mil personas, y fue ésta la más importante base aérea de la zona. Luego, con el final de la contienda, todos se marcharon, y los hospitales, los cuarteles y las viviendas pasaron a ser propiedad de iguanas y aves marinas.
Mientras llegaba el avión, busqué refugio del sol en uno de los pocos edificios que aún no amenazaba ruina: el Club de Oficiales del Ejército del Aire de los Estados Unidos.
Sobre el montante de la puerta, aparecía un borroso letrero pintado muchísimo tiempo atrás por alguien que, sin duda, conocía bien las islas.
«WORLD END» — «FIN DEL MUNDO», rezaba.
Y tenía razón.
Alberto Vázquez-Figueroa
Madrid, mayo 1971