– Nueve… no, diez días -calculó Bliss y ni siquiera estaba segura de que esa fuera la cifra correcta. Claro que esa no era la cuestión. La cuestión era que…
– ¿Y cuántos días has descansado? -volvió a inquirir Quin Quintero.
Vaya, como si Bliss tuviera tiempo para descansar cuando había tanto que ver. Podría descansar cuando volviera a casa, por el amor de Dios.
– No hay tiempo -le aseguró la chica-. Lo que pasa…
– Tomando en cuenta que hace cuatro meses estabas enferma de gravedad y luchando por no morir, ¿no te parece que es prudente tomarte un día de descanso? -prosiguió Quin, y Bliss se percató de que su cuñado debió hacerle una descripción y explicación muy completa de quién era ella.
– Mira, Quin -Bliss intentó de nuevo hacerlo entender. Mientras que, por una parte, estaba sorprendida consigo misma por seguir distiendo algo que no se ponía a discusión, recordó, por otra parte, la amabilidad con la que Quin la dejó apoyarse en él para que se le pasara la tos. Eso disminuyó bastante su enfado-. Mira, tengo diez días más antes de volver a Lima para tomar el avión a Inglaterra, y todavía no he hecho ni visto la mitad de lo que quiero ver antes de volver -mientras Quin la observaba con fijeza, enumeró-: Tengo que ir a Trujillo, en el norte, para ver las Huacas del Sol y de la Luna, y me he prometido ir a la ciudad blanca de Arequipa en el sur. Y es inaceptable que vuelva a mi país sin conocer las líneas de Nazca.
– Parece que tienes un programa completo, Bliss -comentó Quin con naturalidad.
Bliss sonrió. No le mencionó que aún tenía que hallar tiempo para visitar a Erith y Dom en Jahara, antes de regresar a casa. No obstante, Quin pareció entender que ella no podía descansar ni un momento si quería completar su itinerario, así que ella se alegró de haberle explicado las cosas en vez de tan sólo marcharse… como deseó hacerlo al principio.
Sabía que estaba muy cansada y que la culpa era suya. Además de que el pelear con Quin no la ayudó a conservar su energía. Sin embargo, fue magnánima en su victoria y le sonrió al murmurar:
– Como verás, Quin, no tengo tiempo para descansar antes de volver a mi país.
Quin también sonrió y le resultó muy agradable a Bliss cuando inquirió:
– ¿Y estás totalmente decidida a ir a Ollantaytambo hoy?
A Bliss le encantaba la sonrisa de él y, aunque su entusiasmo por la visita aún no retornaba, ignoró el hecho de que, para ser sincera, no tenía muchos deseos de subir la empinada e ineludible ladera cuando estuviera en Ollantaytambo. Claro que ahora por nada del mundo se retractaría.
– Por supuesto -añadió con amabilidad-. Tengo muchos deseos de ir.
Quin la contempló durante unos segundos más y le devolvió la sonrisa al reclinarse sobre el respaldo de su silla.
– Pues es una lástima -comentó.
– ¿Una lástima? -ella ladeó la cabeza-. Creo que no sé qué quieres decir.
– Entonces, permíteme darte una explicación -algo en su tono de voz la preocupó de inmediato-. Está insistiendo en visitar Ollantaytambo, señorita, y yo insisto en que no lo haga.
– ¿Insistes…? -exclamó Bliss, muy consciente de que de nuevo era la “señorita”. Estaba furiosa consigo misma y con él. Cuando inhaló hondo, una partícula de aire, polvo u otra cosa, se alojó en la parte posterior de su garganta y tuvo que interrumpirse para toser.
Por fortuna, fue algo breve y nada parecido al paroxismo que la atacó el día anterior en Machu Picchu. Sin embargo, eso le bastó a Quin Quintero. Sin sonreír, declaró con una dureza que irritó de inmediato a Bliss:
– Y, al parecer, tengo razón al insistir.
– ¡Tú no tienes razón en nada! -estaba escandalizada-. ¿Cómo te atreves a implicar que puedes impartirme…?
– Mientras estés en este país, estás bajo la tutela de tu cuñado…
– Nunca he oído nada tan…
– Tu cuñado me ha pasado tu tutela a mí y…
– ¡Espera un momento! -Bliss hizo un gran esfuerzo por no alzar la voz, muy consciente de que había otras que estaban desayunando.
Quin Quintero, su nuevo y nada deseado guardián, no le dio la menor oportunidad de hablar. No perdió tiempo para aclarar con brusquedad y agresión, al igual que ella:
– No estás cien por ciento sana aún. Cualquiera que tenga ojos lo puede notar. Y como parece que no quieres aceptar mi consejo y descansar, puesto que eres muy obstinada y voluntariosa -era gracioso cómo de pronto una orden se convertía en un “consejo”, pensó Bliss-, entonces sólo me dejas una sola alternativa.
Bliss no dudaba de que de todos modos él haría lo que le viniera en gana.
– ¿Y cuál es? -alzó la barbilla, rebelde.
– Pues llamar a mi viejo amigo y hacerle saber que…
– ¡Me estás presionando! -estaba furiosa-. Cerdo diabólico… -se quedó sin palabras mientras Quin Quintero, que ahora sabía muy bien que Bliss haría cualquier cosa para no interrumpir la luna de miel de su hermana, estaba dispuesto a llamar a Jahara para anunciar que Bliss estaba muy enferma.
– ¿Y bien? -inquirió él con naturalidad. No estaba intimidado por la expresión de furia de la chica.
“¡Bestia!”, maldijo Bliss para sus adentros. Estaba tan enojada que decidió fanfarronear.
– Bueno, pues hazlo -se encogió de hombros.
– ¿Acaso estás diciendo que no te importa? -no parecía convencido y la joven volvió a alzar los hombros.
– Como de todos modos yo tenía la intención de visitar a Erith y a mi cuñado, bien puedo hacerlo mañana -le informó con altivez. Quin la observaba cómo si estuviera tomando una decisión.
Bliss estaba a la defensiva de nuevo. Sin embargo, Quin no puso en duda sus palabras.
– Me temo, Bliss, que te costará mucho trabajo tratar de llamar a los recién casados.
Bliss lo miró con detenimiento: Parecía estar muy seguro de sí mismo… algo que a ella le desagradaba mucho.
– ¿Acaso sabes algo que desconozco?
Quin alzó una ceja con arrogancia y se encogió de hombros.
– A menos que llames a Jahara, como yo lo hice anoche, no puedes saber que, muy temprano esta mañana, Dom y tu hermana se fueron de Perú para ir a Francia.
– ¡Francia! -Bliss estaba atónita-. ¿Se fueron…? Pero si ellos interrumpieron su luna de miel para volver a Jahara y pasar allí el resto del tiempo porque… -se interrumpió al recordar de pronto a la alta y elegante francesa que era la madre de Dom y que fue a Ash Barton para la boda-. ¿Está enferma la madre de Dom? -le pareció que esa era la razón obvia por la que Erith y Dom partieron de Jahara con tanta precipitación. Y debieron irse así, pues de lo contrario le habría mencionado sus planes de ir a Francia cuando se comunicaron por teléfono hacía menos de una semana.
– ¿Conociste a Madame Zarmoza? -inquirió Quin e ignoró la pregunta que Bliss le hizo primero.
– Asistió a la boda de Erith y de Dom -contestó Bliss y supuso que, como Quin se refirió a la madre de Dom como “madame” y no como “señora”, él también la conocía-. ¿Cuándo llamaste anoche, Erith no te pidió hablar conmigo? Supongo que le avisaste a Dom que tú y yo estábamos en el mismo hotel.
– No hablé con tu hermana -contestó Quin con serenidad-. Sin embargo, le dije a Dom que estabas cansada y él pareció pensar que lo mejor era no molestarte.
Lo miró con enojo y estuvo a punto de decirle que no se entrometiera en su vida. Claro que supuso que Erith ya tenía bastantes problemas con hacer las maletas para ir a Francia.
– ¿Le aseguraste a Dom que yo estaba bien? -se alarmó de pronto-. Erith ya tenía bastante con qué preocuparse como para que se angustiara por Bliss-. No les contaste acerca de mi tos de ayer, ¿verdad? -insistió. Miró con detenimiento a Quin y se percató de que ahora estaba pensativo. Y no le gustó nada oír su respuesta.