– Bueno, no… entonces -sugirió con un tono de voz de lo más amenazador.
– ¿A qué te refieres con “no entonces”? -ya sólo quedaban ellos dos en el desayunador del hotel, pero estaba tan enfadada que eso no le importó.
– ¿Todavía insistes en visitar Ollantaytambo hoy? -inquirió él con voz sedosa.
– ¡Cerdo! -exclamó Bliss-. Eres un… -habría seguido una serie de adjetivos poco halagadores, pero Bliss ya no escogió sus palabras al declarar-. Haz lo que te venga en gana, Quintero.
Él no comentó nada y tan sólo vio los verdes ojos que lanzaba chispas.
– ¿Estás tratando de decirme algo? -preguntó sin quitarle la vista de encima.
Bliss le ofreció una sonrisa dulce y falsa.
– Usted, señor, acaba de despedirse del chantaje que habría podido ejercer sobre mí -susurró con complacencia. Por lo menos él habría podido aparentar algo de preocupación. Pero no, Quin ni siquiera parpadeó.
– Perdóneme, señorita -sonrió de modo desagradable-, pero esta vez el que no la entiende soy yo.
A Bliss le provocó una satisfacción enorme explayarse.
– Entonces permíteme darte una explicación. Como Erith y Dom ya o están en Perú, perderías el tiempo al llamar a Jahara para contarle a mi hermana algo que la alarmara.
Se reclinó en su asiento. En un momento más tomaría sus cosas para ir a Ollantaytambo. Sin embargo, sintió que podía regodearse por haberlo vencido.
Quin Quintero le permitió regodearse durante sólo diez segundos, antes de decir con amabilidad:
– ¿Crees que no tengo su número de teléfono en Francia?
Cerdo era una palabra demasiado gentil para él, decidió Bliss. Se preguntó si de verdad tendría el número telefónico de Madame De Zarmoza y luego se percató de que, si no lo tenía, de todos modos tendría muchas maneras de averiguarlo, pues sin duda conocía a la hermana de Dom, Marguerite, y al nieto de Madame de Zarmoza, Filipo.
– No los llamarías, ¿verdad? -preguntó Bliss al fin, probando el sabor amargo de la derrota.
Aunque él no dijo nada, su mirada fue muy clara e implicaba: “Inténtalo y verás”. Bliss lo estaba odiando mucho y se preguntó qué diablos hizo para que él se nombrara guardián de su salud.
– Míralo de esta manera -sugirió Quin con un tono más conciliatorio-. Le prometí a tu cuñado que te cuidaría, que me aseguraría de que…
– No es necesario que nadie me vigile -interrumpió Bliss, muy acalorada.
– ¿Qué clase de amigo sería yo si, en cuanto Dom sale del país, y cuando tú, a pesar de que protestes al respecto, tienes el aspecto de que no te vendrían mal un par de días de descanso en cama, te dejara aquí en Cuzco y fuera a Paracas?
Bliss pensaba que el ser dejada en Cuzco era lo que más deseaba que le sucediera. Sin embargo, se sorprendió a sí misma cuando abrió la boca para informárselo y, en vez de eso, su curiosidad fue más fuerte.
– ¿A Paracas?
– Está en la costa. Allí es donde vivo -contestó. Bliss no sabía qué pensar acerca de que él pronto volviera a su casa. Sin embargo, Quin la asombró aún más al proseguir-: Dom me recordó anoche que no eres tan fuerte como crees y que no es en absoluto aconsejable que visites ruinas arqueológicas sin descansar, como lo has estado haciendo hasta ahora.
– ¿De veras? -de nuevo, fue ignorada.
– ¿No fue esa la razón por la que te enfermaste, en primer lugar? Al descuidarte, pescaste un resfriado. Y como Dom está tan preocupado como su esposa de que de nuevo exageres tus actividades, le propuse llevarte conmigo a Paracas, donde podrás descansar y recuperar tus…
– ¡No iré a Paracas contigo! -se enojó Bliss.
– Te prometo que te agradará el lugar -aseguró Quin sin intimidarse en absoluto.
– No será así… porque no iré -de nuevo quiso atacarlo físicamente, antes de que Quin le recordara cuál era la otra opción.
– ¿No parece que Dom y Erith ya tienen suficientes preocupaciones por ahora?
– ¡Esto es una injusticia! -frustrada, sabía que estaba perdiendo terreno y que su ira ya empezaba a disminuir-. ¿Por qué tengo que ir a… Paracas? Te podría dar mi palabra de que no voy a caer enferma ni a excederme en mis visitas. Podría… -se detuvo al pensar que en vez de decirle lo que ella podía hacer, le sugeriría lo que él a su vez podía hacer. Pero en ese momento Quin, quien poseía más encanto de lo que era justo que un hombre poseyera, usó ese preciso instante para ponerlo en práctica.
– Claro -sonrió, deslumbrándola-, si te portas bien, yo personalmente me haré cargo de que sobrevueles las líneas de Nazca.
Él sabía que no podía haber comentado nada más atinado para desviar la atención de Bliss. Las líneas de Nazca eran las misteriosas y enormes líneas que estaban en el desierto entre Palpa, Nazca y Porona. Las líneas fueron trazadas por un pueblo desconocido hacía cuatro o cinco mil años y la mejor manera de verlas era sobrevolándolas desde un avión.
– Yo… -la emoción al pensar en ver algo semejante empezó a invadir a Bliss. Se interrumpió. No quería ir a Paracas-. ¿Acaso se encuentra Nazca cerca de donde vives? -hizo tiempo y de pronto se sintió confundida. Estaba segura de no querer quedarse en el hogar de Quin, pero, al mismo tiempo la emocionaba hacer precisamente eso.
– Nazca está más cerca de Paracas que de Cuzco -contestó, y añadió como si la cuestión ya estuviera resuelta-. Discúlpame, Bliss. Iré a reservar nuestro vuelo hasta Pisco -se levantó de la mesa mientras ella lo contemplaba, pasmada por la impresión-. Si quieres hacer tu maleta mientras tanto, podríamos estar en Paracas a tiempo para comer.
– No… -pero Quin ya salía del restaurante y Bliss se quedó con la palabra en la boca.
Se quedó en su sitio cinco minutos más… rebelándose. No iría a Paracas bajo ningún concepto. ¿Por qué tenía que hacerlo? ¿Por qué…? Claro que se tranquilizó bastante al pensar en Erith. Quería mucho a su hermana y no deseaba entrometerse en su luna de miel. Pero el hecho de que la madre de Dom estuviera muy enferma había ocasionado que Dom y Erith tuvieran que marcharse con rapidez de Jahara… lo cual ya era malo, de por sí. Así que no era justo que ahora, cuando Erith y su esposo ya tenían un gran problema, Quin llamara a Erith para contarle en detalle la tos y la palidez de Bliss.
Uno pensaría que Quin tendría el suficiente tacto para no llamar a Erith en un momento como este, meditó Bliss, molesta, mientras salía del restaurante. Pero como Quin fue muy contundente y ella no quería bajo ningún motivo que se comunicara con Erith, no veía qué otra cosa podía hacer más que acatar sus órdenes.
Así que Bliss no fue a la recepción a ver cómo podía llegar a Ollantaytambo, sino a su cuarto. Sacó su maleta y empezó a hacer su equipaje. Tuvo que recordarse una y otra vez que no quería preocupar a Erith ni a Dom y que esa era la única razón por la que estaba aceptando la sugerencia de Quin Quintero.
Maldito Quin y su promesa hecha a Dom de que la cuidaría si no la veía con buena salud. Estaba furiosa por hacer algo que no estaba en sus planes. Claro que estaba la promesa de ver Nazca… Bliss la ignoró mientras sacaba su libreta telefónica, por ningún otro motivo más que el de no aceptar terminantes órdenes de Quin Quintero. Marcó el número de Jahara para comunicarse con su hermana.
– Con la señora de Zarmoza, por favor -pidió cuando alguien le contestó. Y cualquier esperanza de que Quin Quintero hubiera entendido mal desapareció cuando, en vez de ser Erith la que hablara con ella, contestó una mujer que Bliss supuso era el ama de llaves. Esta empezó a hablar en español durante largo rato. Bliss no entendió nada pero sintió que era una explicación de por qué su hermana no estaba allí en ese momento-. Gracias -eso fue todo lo que se le ocurrió decir cuando la mujer se detuvo para recobrar el aliento.
– De nada -contestó la otra mujer y Bliss oyó que colgaba.