Vaya. Bliss puso el auricular en su sitio y se dio cuenta de que tal vez era bueno que Erith ya se hubiera marchado. Bliss no habría querido preocuparla al decirle que le quitara a ese sabueso de Quintero de encima. Así que, además de asegurarle a Erith que estaba bien y que esperaba que su suegra estuviera mejor de salud cuando aquélla llegara a Francia, Bliss se dio cuenta de que no habría tenido mucho objeto hacer la llamada.
Querida Erith, pensó. Sin embargo, deseó que Dom no le hubiera pedido a Quin que la cuidara, ni que se tomara tan en serio su promesa como para no dejar de vigilarla ni un solo segundo.
“Iré a Paracas”, pensó con resignación. Claro que no se quedaría en cama un par de días como Quin indicó. Estaba tratando de rehacer su programa de viaje y pensando que tal vez podría verlo todo, cuando alguien llamó a la puerta. Fue a abrir.
Quin Quintero estaba en el umbral, alto, fornido y, en otras circunstancias, muy guapo, tuvo que reconocer Bliss. Tenía su portafolios en la mano y su maleta a sus pies.
– ¿Estás lista? -inquirió y la vio a los ojos.
Bliss no era nada mala perdedora, pero le pareció muy difícil no empezar a enfadarse con él.
– ¿Nos vamos ahora? -tragó saliva. Lo vio asentir. Sin decir nada más, se volvió y fue a buscar su equipaje.
No obstante, fue Quin quien llevó la maleta de ella hasta el ascensor, él quien la cargó al salir de allí y él quien pagó la cuenta de ella en el hotel. Bliss se enteró de lo último al llegar a la recepción y ser informada de que el señor Quintero saldó su cuenta al saldar la de él.
– Puedes devolvérmelo después -comentó al verla meter la mano en su bolso. Era obvio que ya quería irse del hotel.
– Me encantaría hacerlo -vaya, cómo disfrutaría devolverle esa sucia jugada a ese cerdo arrogante.
Quin Quintero fue muy cortés mientras iban al aeropuerto de Cuzco en taxi. Una vez allá, Bliss descubrió que era una avioneta privada la que los llevaría a Pisco. Sólo cuando se acomodó en el asiento reconoció que estaba cansada. Miró por la ventanilla mientras esperaban las instrucciones de la torre de control. Aunque odiaba que Quin la hubiera obligado a acompañarlo y detestaba el hecho de no estar a cargo de su propia vida, se dio cuenta de que le haría bien descansar un día para recargar sus baterías. Claro que nunca lo confesaría, y menos a él.
No tardaron mucho en llegar a Pisco. Bliss empezó a darse cuenta de que Quin debía ser muy rico para haber alquilado la avioneta, y confirmó sus sospechas cuando él la condujo a la limousine que los esperaba en el aeropuerto. Era obvio que Quin la había dejado estacionada allí.
Bliss miró a su alrededor mientras Quin conducía y se alejaban de pisco. Pronto estuvieron en Paracas y de inmediato Bliss notó la marcada diferencia que existía entre la región costera y Cuzco.
Suponía que estarían en las afueras de Paracas, cuando Quin metió el auto entre un par de enormes rejas de hierro forjado. Condujo por una avenida de palmeras y se estacionó frente a una amplia casa de un solo piso.
De inmediato, un sirviente salió por la puerta principal. Quin salió del auto y, después de comentarle algo al hombre, fue a abrir el portaequipaje.
El sirviente llevaba las maletas a la casa, cuando Quin se acercó a abrirle la puerta del auto a Bliss. Esta no tuvo más alternativa que salir.
– Espero que disfrutes el ser mi huésped -expresó Quin, formal. Bliss lo miró de modo revelador… no se quedaría mucho tiempo.
Capítulo 6
Era viernes y el sol brillaba cuando Bliss despertó. Se sentó y contempló el elegante cuarto que ocupaba desde el martes. Se dio cuenta, con una fuerte impresión, de que hacía tres días que vivía en casa de Quin.
Bliss salió de la casa y fue al baño. No había tenido intenciones de permanecer allí. De hecho, se habría opuesto de inmediato a Quin si éste le hubiera siquiera sugerido que se quedara más de una noche allí.
Por supuesto, no se podía negar que había estado más cansada de lo que pensó. Claro que Quin, con sus comentarios acerca de que le haría bien descansar un par de días, nunca hubiera logrado hacérselo confesar. Sólo ahora, mientras se bañaba y vestía, Bliss reconoció que era muy necesario un descanso después de ver tantos museos y ruinas.
Lo raro era, pensó mientras se cepillaba el largo cabello rojo, que aunque desde muy pequeña siempre había leído, participado y soñado con su pasatiempo, que era la arqueología, ahora casi no pensaba en ésta. Claro que había un motivo para ello. Y era que en la casa de Quin había demasiadas cosas que asimilar.
Era una casa muy grande y, para el viernes, Bliss ya había conocido a algunas personas que se hacían cargo de ella. La señora Gómez, una mujer baja y regordeta, era el ama de llaves de Quin. El sirviente era su esposo, Stancio, quien ayudaba en todo lo que se ofrecía, y una adolescente llamada Leya parecía haber sido asignada para cuidar a Bliss, así que ésta estaba siempre charlando con ella.
Bliss se puso un vestido verde pálido y salió de su cuarto. Cruzó dos corredores y llegó a un vestíbulo donde se encontraba el desayunador. Esa mañana estaba un poco retrasada, pero Quin todavía se encontraba desayunando cuando ella entró. Bliss le sonrió y de pronto se percató de que su furia por las tácticas chantajistas de él había desaparecido por completo.
– Buenos días -saludó al tomar asiento en lo que ya era su silla acostumbrada. En ese momento, la señora Gómez llegó con más café y pan tostado. Bliss devolvió el saludo matutino con alegría. La señora salió y la joven se sirvió una taza de café. Se dio cuenta de que Quin la contemplaba.
– No es necesario preguntarte cómo te sientes esta mañana, Bliss -comentó él con naturalidad.
La chica sonrió y ya no le molestó que él estuviera al pendiente de su salud y notara las mejorías por sí mismo.
– Tienes razón -añadió con felicidad-. Como verás, gozo de una excelente salud.
Tomó una rebanada de pan tostado y estaba a punto de untarle mantequilla cuando se le ocurrió el pensamiento más disparado en este momento.
– Por supuesto, hoy mismo me marcharé -se lo hizo saber a Quin tan pronto como pensó que él había cumplido ya con su deber para con Dom, al cuidarla cuando ella necesitó descansar. Ahora que Bliss estaba recargada de energía, Quin parecía insinuar que ya había estado en su casa demasiado tiempo.
Ella estaba a punto de agradecerle su hospitalidad, cuando vio que lo sobresaltaba y sorprendía por lo que acababa de decirle.
– ¿Qué te hizo pensar eso?
– Yo… tú… -se armó de valor para ser sincera-. Sólo tenía intenciones de que mi estancia aquí fuera corta y…
– ¿Consideras que pasar tres noches bajo mi techo es mucho tiempo? -dejó de estar divertido y su expresión fue severa.
Bliss descubrió que no quería que la mirara con severidad. Quería que volviera a bromear con ella y a sonreír.
– No es eso. Pero como la única razón por la cual me trajiste aquí fue porque estabas seguro de que yo necesitaba descansar, creo que estaría aprovechándome de ti si…
– Eres una chica muy sensible -comentó Quin con suavidad. Bliss lo miró con fijeza-. ¿Acaso debo entender que ya no te importa tanto como antes el hecho de que yo te haya hecho venir aquí?
– Yo… -Bliss no sabía qué decir. Su furia, su rebeldía ante él, sus métodos para salirse con la suya habían dejado de existir-. ¿Quién no estaría feliz por estar en un lugar tan hermoso? -contestó a la pregunta implicando que uno debería ser muy insensible para no disfrutar no sólo del hogar de Quin, sino también de su localización. Estaba lleno de árboles, eucaliptos, palmeras y pinos, y cerca del mar… el Océano Pacífico.
– ¿Acaso dices que te gustaría quedarte conmigo un poco más? -inquirió de pronto y Bliss, al verlo, pensó que esa idea lo complacía.