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Desvió la mirada al darse cuenta de que Quin dijo “quedarte conmigo” y no “quedarme en mi casa”.

– Estoy en tu país para visitar a mi hermana, claro está, además de para ver algunas de las maravillas de su arqueología, sobre las cuales hasta ahora sólo había leído libros -le recordó.

– Es por eso que ahora que ya estás descansada, te propongo que vayamos al Museo de Sitio Julio C. Tello esta mañana -intervino él.

– ¿Hay un museo arqueológico aquí? -lo miró a los ojos, azorada.

– Si, muy cerca, aunque sólo es un museo pequeño. Como he decidido que has estado haciendo muchos esfuerzos para ver todo lo que te interesa en un solo día, un museo pequeño será suficientemente grande para que empieces de nuevo con tus visitas.

Tres días atrás, Bliss lo habría matado al oír: “He decidido que…”. Pero eso fue hace tres días. Esta mañana, ya no estaba irritada con él en absoluto. Además, él estaba considerando llevarla al museo sólo por beneficio de ella, y no porque él deseara ir.

– ¿No vas a trabajar hoy? -inquirió, pues sabía que los dos días anteriores él había ido a la fábrica donde tenía su oficina y que se localizaba a media hora, en auto, de la casa.

– ¿Quieres que trabaje todo el tiempo? -volvió a sonreír y el corazón de Bliss empezó a latir con tanta rapidez, que le costó mucho trabajo ocultarlo y mantener su rostro impasible-. Tengo que hacer un par de llamadas de negocios, pero saldremos en una hora para ir al museo.

Bliss regresó a su cuarto y descubrió que Leya ya lo había limpiado hecho la cama, y que de nuevo estaba inmaculado.

Estaba muy interesada en ir al museo, pero no pensó en ello en ese momento, lo cual la extrañó. Sólo podía recordar a Quin y su devastadora sonrisa. Y cuando trató de descubrir por qué su corazón le dio semejante salto mortal, no pudo hallar ninguna respuesta lógica, por mucho que se esforzó.

El Museo de Sitio era chico, como Quin advirtió, y Bliss pasó media hora admirando artefactos de madera, cerámica y textiles, encontrados en excavaciones hechas en este siglo, en Paracas.

No habían tardado mucho en llegar al museo, a pesar de que parecía estar a kilómetros de la civilización. Debido a su reducido tamaño, media hora bastó para recorrerlo. Bliss no objetó nada cuando Quin la llamó para sugerirle volver a casa.

– Mi ama de llaves me comentó que todas las tardes vas a nadar en la piscina -observó Quin al estacionar el auto en su casa.

– Me hizo entender que no debía nadar en el mar -murmuró Bliss y recordó cómo la señora Gómez, haciendo elocuentes gesticulaciones, evitó que el día anterior ella fuera a la playa, como fue su intención.

– Puede ser que esta tarde yo vaya a nadar, por si quieres acompañarme -ofreció Quin con naturalidad.

– Gracias -imitó su tono de voz y se apartó de él para entrar en su habitación.

¿Qué rayos me pasa, por el amor de Dios?, se preguntó Bliss al llegar al baño para lavarse las manos y ver sus ruborizadas mejillas reflejadas en el espejo.

Después de treinta minutos de autoanálisis, descubrió que su emocionado corazón había dejado de palpitar por asuntos que se referían a su pasatiempo y que ahora se emocionaba por asuntos relacionados con Quin Quintero. Bliss siguió meditando al respecto.

No se estaba de él, ¿verdad?, se dijo, alarmada. La simple idea la aterraba. Nunca antes se enamoró de alguien, no sabía nada al respecto, así que se sentía muy nerviosa y ansió que esa impresión fuera sólo una ocurrencia ridícula.

Cuando salió de su cuarto, para ir a almorzar, estaba convencida de que se había recuperado físicamente de sus agotadoras visitas, porque mentalmente seguía enamorada del lugar.

– ¿Estás bien, Bliss? -inquirió Quin cuando la vio servirse tan sólo una pequeña cantidad de una serie de platos que contenían carnes, ensaladas y deliciosas verduras.

– Sí -y era verdad-. Pero, como tú mismo lo mencionaste una vez, sólo soy “pequeña”. Además, puede ser que después vaya a nadar -sonrió, sin poder evitarlo.

Lo vio mirarla a la boca y luego a los ojos verdes. Quin ya no dijo nada más acerca del apetito de ella. Se sirvió comida y le preguntó su opinión acerca del museo que acababan de visitar.

Dos horas después de esa ligera comida, Bliss, vestida con su traje de baño y bata de felpa blanca, salió de la habitación. Esta vez ignoró el atractivo de la piscina y caminó por el floreado sendero hacia el mar.

El océano se alargaba hasta el horizonte, y pronto Bliss salió del jardín para pisar la arena. El día anterior había paseado por la propiedad de Quin, y ahora se quitó las sandalias y se dirigió a la estructura de madera que sabía que era una especie de casa de veraneo que daba al mar.

Allí estaba, contemplando el Pacífico, y esperando que Quin no hubiera querido decir que tenía que esperarlo antes de meterse a nadar, cuando de pronto oyó un sonido que le anunció que ya no estaba sola.

– Así que es por esto que no abriste tu puerta cuando llamé -saludó Quin al subir al piso de cerámica y reunirse con Bliss.

Ella sintió de nuevo una timidez absurda. Y la desechó de inmediato. Quin vestía pantalón y camisa deportivos y tenía una toalla colgada del hombro. De alguna manera, cuando antes la casa le pareció a Bliss bastante espaciosa, ahora le provocó claustrofobia debido a que tenía que compartirla con el cuerpo alto y musculoso de Quin.

– Es el llamado del mar -bromeó la chica y se acercó a él. El corazón empezó a palpitarle más fuerte sólo por estar cerca de Quin. Se dijo que esa reacción no tenía nada que ver con la proximidad de ese hombre y prosiguió con su camino.

Ya había llegado a la arena cuando Quin la alcanzó. Bliss se sentía mejor ahora que ya no estaba en los confines de la casa. Desató el cinturón de su bata, la dejó en un lugar seco y se dirigió a la orilla del agua.

Nadaba bastante bien y lo disfrutaba. Estaba practicando una braza da cuando, sin esfuerzo aparente, Quin pasó nadando a su lado.

Quin fue más lejos que ella. Sin embargo, cada vez que Bliss lo miraba para ver dónde estaba, lo sorprendía observándola, como para asegurarse de que ella no se le fuera a perder de vista.

Bliss, pensando que ya no estaba enfadada con Quin ni con su tendencia a “vigilarla”, de pronto se irritó mucho. No era una inválida, a pesar de que él así lo creía. Ella era una mujer y él, un hombre… Bliss se sintió muy confundida de pronto.

– Demonios -murmuró y empezó a nadar con furia, como para evitar que la verdad, que no deseaba enfrentar, la alcanzara.

De haber pensado con claridad, habría podido prever el resultado. Y este fue que, una vez que gastó toda su energía, se cansó mucho. Se detuvo, tragó agua y empezó a toser. Justo cuando creyó que se hundiría, de pronto sintió que un par de fuertes brazos masculinos le daban apoyo.

Unos segundos después, Bliss se percató de que esos brazos la estrechaban con fuerza y que ella se aferraba a Quin como si fuera a morir en ese momento. Aún estaba algo confundida cuando se dio cuenta de que Quin nadaba para mantenerlos a ambos a flote. Y de pronto se tornó consciente de él… de la sensación de sus muslos contra lo suyos, de su amplio y desnudo pecho, de su vello mojado, de sus dos cuerpos apretados uno contra el otro. Y de repente, el pánico la invadió. Sin embargo, a pesar del pánico, empezó a ansiar estar más cerca de él. De pronto, tuvo la extraña sensación de que Quin… ¡sentía lo mismo!

Ella le puso las manos en el pecho y pataleó de modo instintivo, empujándolo. Y Quin, viendo el pánico de la chica la soltó.

Bliss regresó a la playa y sus emociones se serenaron al darse cuenta de que nunca estuvo a punto de ahogarse, pero, aun así, decidió que nunca más volvería a nadar en el mar.

Quin no se reunió con ella cuando Bliss tomó su bata y se la puso. La joven se alegró. Regresó a la casa por el largo sendero, sin mirar nunca hacia atrás.