Bliss pasó una tarde tranquila. Se bañó y se lavó el cabello. Aunque pensó que Quin le había insinuado que no cenaría con ella esa noche, de todos modos se arregló con mayor cuidado que el de costumbre.
Quin no fue a cenar a casa, pero para entonces Bliss se alegró de comer a solas. Tenía demasiadas cosas en qué pensar. El hermoso y suave beso de Quin había provocado una especie de terremoto en su interior.
Regresó a su habitación y, pensativa, se sentó en una de las sillas que estaban frente a la ventana. Ya había aceptado la realidad que su necedad había mantenido a distancia.
Ahí estaba la razón por la cual su interés por la arqueología había disminuido bastante. Allí estaba la razón por la cual estaba tan confundida emocionalmente en lo que a Quin se refería. Allí estaba el culpable… su falta de apetito siempre podía ser adjudicada a ese culpable.
Se dio cuenta de que la verdad había estado frente a sus ojos durante varios días ya. Bliss se alarmó una vez al pensar que quizá podía sentirse atraída por Quin. Sin embargo, ya no podía ocultar el hecho de que lo que sentía por Quin Quintero no era una mera atracción. Ya no podía seguir ocultando la profundidad de sus sentimientos. Estaba, sencillamente, enamorada de él.
Y eso le dolía… porque no servía de nada que amara a Quin. El, el hombre al que amaba, estaba enamorado de otra mujer. ¡Estaba enamorado de Paloma Oreja!
Capítulo 7
Bliss durmió poco esa noche y, como consecuencia, durmió más de lo acostumbrado cuando ya debía estar bañada y vestida. Quince minutos después, se percató de la hora que era, mas no se apresuró por empezar al día.
Se sentó en la cama y ansió con todo su corazón apresurarse para ver a Quin antes que éste se fuera a su oficina. Sin embargo, hacía tan poco que había aceptado estar enamorada de él, que aún no sabía cómo debía actuar.
Claro, el orgullo le ordenaba que se marchara en ese momento de esa casa, puesto que Bliss nunca podría volver a estar tranquila consigo misma si Quin llegaba a descubrir la profundidad de sus sentimientos. Claro que el amor vencía el orgullo. A pesar de que el día anterior Bliss estuvo decidida a irse del hogar de Quin, parecía que ese amor, un amor del que Quin nunca debía enterarse, no le permitía ahora hacerlo… aunque ahora era necesario.
Esto último la confundía más, pensó Bliss al tomar ropa interior limpia y dirigirse al baño. Ahí estaba, ansiando volver a ver a Quin, tanto que no quería pensar siquiera en irse de esa casa, mientras que, al mismo tiempo, estaba retrasando la hora de bañarse y vestirse, con la esperanza de que Quin ya estuviera en su oficina para cuando ella saliera de su cuarto.
Para cuando Bliss llegó al desayunador, Quin ya estaba en su oficina. Y, sólo para mostrar lo complicado que uno se volvía al estar enamorado, Bliss no supo cómo podría hacer pasar las horas que faltaban para la cena… el momento en que volvería a verlo.
– Buenos días, señorita -saludó la señora Gómez y se acercó con café recién hecho y pan tostado. Parecía tener una antena mágica que le avisaba cuando salía Bliss de su habitación.
– Buenos días, gracias, señora -contestó Bliss. Tuvo la tentación de preguntar si Quin ya se había marchado al trabajo, pero de alguna manera logró contenerse.
Para empezar, habría sido difícil que el ama de llaves la hubiera entendido en inglés. Para continuar, no quería que nadie tuviera la menor sospecha de que acababa de descubrir que estaba enamorada de Quin.
No sentía más apetito que el día anterior. Sin embargo, no se iba a desmayar en esa casa por falta de nutrición. Así que comió un pan con mermelada. Estaba muy triste. Si las horas que faltaban para la cena le parecían ahora interminables, ¿qué pasaría cuando estuviera de regreso en Inglaterra y ya no tuviera la menor oportunidad de ver a Quin?
Deprimida, Bliss salió del desayunador. Regresó a su cuarto para descubrir que la eficiente Leya ya lo había limpiado y ordenado. Sin nada que hacer, Bliss tomó un libro y salió de nuevo.
Dos horas más tarde, estaba sentada en la casa de la playa, en la arena. Tenía el libro en el regazo y no estaba leyendo. Contemplaba el mar.
Seguía en la misma posición cuando, una hora después, casi saltó al cielo al ver aparecerse de pronto a Quin.
– ¡Oh! -exclamó y se maldijo por ruborizarse. Estaba roja como la grana.
Sin embargo, Quin escogió ese preciso instante para mirar en la dirección en la que Bliss tuvo la vista fija.
– Estás un poco desviada si piensas que estás mirando a Inglaterra -comentó Quin al observarla a ella de nuevo-. ¿Extrañas al novio? -gruñó.
Bliss decidió que ignoraría el comentario del “novio”, pero se percató de que su rostro debió reflejar su depresión. Le pareció que, aunque fuera por buenos modales, exceptuando el hecho de que amaba a Quin, tenía que declarar que no extrañaba su país. Después de todo, era huésped de Quin. Y eso la colocó en un dilema. Aunque no estuviera melancólica no podía decírselo, pues Quin querría saber Por estuvo contemplando el mar con tanta tristeza.
Así que hizo lo único que era posible… no contestar la pregunta.
– Pensé que estabas en la oficina -cambió de tema por completo y su corazón empezó a perturbarse de nuevo cuando Quin se acercó y se sentó a su lado, en la banca.
– ¿Es un buen libro? -inquirió y tomó del regazo de Bliss la copia de Las culturas prehispánicas del Perú, que ella compró en uno de los museos que visitó-. ¿Siempre eres tan seria? -quiso saber.
– ¿Qué tiene de malo eso? -preguntó Bliss. Sin embargo, empezó a reír al pensar que Quin estaba bromeando.
– Pobre Ned Jones -comentó. La sorprendió al recordar el nombre de Ned.
– ¿Por qué pobre de Ned? -cuestionó y se preguntó si se equivocó al suponer que Quin bromeaba, pues, de pronto, él la miró con tal severidad que casi era algo hostil.
– ¿Estás implicando que tu relación con él es la de amantes? -inquirió con dureza y Bliss se preguntó cómo demonios habían caído sobre un tema semejante de conversación.
– ¡No estoy implicando nada parecido! -se irritó-. Ned y yo somos amigos, buenos amigos -calificó, ignorando el hecho de que Ned quiso que las cosas entre ambos fueran diferentes-. Y eso es todo lo que somos.
– ¿Estás afirmando que él no es ese tipo de amigo? -Quin estaba escéptico. Aunque Bliss lo amaba y había estado muriéndose de ganas de verlo, de pronto sintió deseos de abofetearlo.
La chica inhaló hondo. Estaba decidida a no contestar. Sin embargo, Quin la observó con tal detenimiento que fue obvio que esperaría a recibir una respuesta. Bliss se la dio… tan sólo para desviar la atención de sí misma.
– No, no es ese tipo de amigo -rugió. Como parecía que Quin quería que fuera más específica, añadió-: No me acuesto con él, nunca me he acostado con él y no tengo ahora ni en el futuro ningún plan de acostarme con él -recalcó, acalorada.
A ver qué le decía Quin ahora. La dejó pasmada al hacer el siguiente comentario:
– Desde luego, ya no eres virgen.
– ¿Cómo qué “desde luego”? -replicó, molesta. No sabía qué le pasaba a ese hombre y no sabía cómo estaban hablando de algo semejante.
– ¿Quieres decir que lo eres? -preguntó él con rapidez-. ¿Qué hombre…?
Bliss se puso de pie. El libro, que Quin volvió a ponerle en el regazo, cayó al suelo. A ella no le importó y se alejó unos cuantos pasos.
– Lamento desilusionarte cuando es obvio que piensas que soy una ramera de primer orden… -se tensó y se habría alejado de él en ese momento, de no ser porque Quin le puso las manos en los hombros. De inmediato, Bliss sintió que revivía. Toda su piel empezó a cosquillearle, temió mover un músculo siquiera en caso de que se apoyara contra Quin.