– No pienso nada semejante y lo sabes -aseguró Quin con brusquedad. La apretó con fuerza al añadir-. Lo que pasa es que, con tu atractivo, imaginé que…
– ¿Qué tiene que ver mi apariencia con esto? -se enfadó Bliss, y se alegró de hacerlo, pues eso le dio fuerzas para zafarse de él y encararlo. Se percató de que la observaba con detenimiento. Ella siguió hablando con mucha irritación-. Las mujeres deciden que algunas… experiencias pueden esperar a… hasta que sea el momento adecuado, o no lo deciden. En mi caso, así lo decidí y me molesta mucho que impliques que yo me acostaría con cualquier… -se interrumpió al oír un rugido en español. De todos modos, lo miró con rabia cuando Quin de pronto la tomó de los brazos.
Pasmada todavía, Bliss sufrió un momento de debilidad al sentir el roce de Quin y, le pareció imposible apartarlo como debía hacerlo.
– ¿Cuándo impliqué yo algo semejante? -rugió Quin.
– ¡Lo hiciste! Estoy segura… -se detuvo. Ansió que la tierra se la tragara en caso de haberlo interpretado mal.
– Y estoy seguro de que tú, con un enfado tan explosivo, eres demasiado susceptible -concluyó Quin con una voz mucho más suave.
Bliss lo miró con fijeza y tuvo la horrible sensación de haber hecho el ridículo. Estaba demasiado susceptible a cualquier cosa que él dijera, y no pudo pensar en nada que contestarle. Todavía estaba tratando de alejarse de Quin cuando recibió la sorpresa de ver que él empezaba a sonreír. De pronto, Quin pareció estar muy contento e inquirió con profundo encanto:
– ¿Vas a mostrarme que me perdonas al permitir que te lleve a comer?
– No tienes que divertirme -Bliss contestó con frialdad y se resistió a su encanto.
No se hubiera asombrado mucho si Quin le hubiera dicho que se muriera de hambre entonces. Sin embargo, él conservó su buen humor.
– ¿Crees que te llevaría a alguna parte si no estuviera deseoso de hacerlo?
El corazón de la chica dio un vuelco de felicidad… aunque Bliss logró observarlo todavía con solemnidad.
– ¿Desilusionarías a un hombre, Bliss, que bajo el pretexto de asistir al funeral de su abuela, salió de su trabajo para venir a verte?
Bliss no pudo evitar reír. Echó a reír de felicidad y fue un sonido mágico y musical. Mentiroso… lo amaba.
– Iré a lavarme las manos -anunció, muy divertida todavía.
No obstante, en ese momento se dio cuenta de que Quin la observaba de manera contemplativa. Bliss se inmovilizó cuando él la empezó a acercar más.
– ¿Por qué, siquiera por un segundo, pensé que siempre eras seria? -sin esperar su respuesta, inclinó la cabeza con lentitud y la besó con cuidado y suavidad.
Bliss todavía trataba de aterrizar cuando, sentada al lado de él en el coche, revivió una y otra vez ese breve y hermosísimo beso. Claro, sabía que no significaba nada para Quin, existiera Paloma o no. Sin embargo, al haberla besado con tanta delicadeza, eso debía implicar que ella le agradaba.
Cuando llegaron a Pisco, Bliss se dio cuenta de que ya no debía obsesionarse con ese beso, para no empezar a imaginar cosas que no existían. Quin la besó porque lo complació un poco verla reír, y eso era todo. Sin embargo, la chica deseó con todo su ser que con el tiempo fuera correspondida en su amor.
Quin estacionó el auto y juntos entraron al restaurante. Al sentarse a una mesa, él le preguntó qué le gustaría comer.
– Algo pequeño… y peruano -decidió.
– Recuerdo que antes fuiste muy aventurera respecto a la minuta-. ¿De nuevo te sientes audaz?
“Me siento feliz”, quiso decirle, pero, por supuesto, no lo hizo.
– ¿Por qué no? -replicó y desvió la mirada por miedo a que descubriera la alegría que la embargaba sólo de estar con él.
Con la ayuda de Quin, quien la hizo sentir en las nubes cuando él ordenó lo mismo, pidió algo llamado papas a la huancaína. Cuando se lo sirvieron le pareció que tenía un sabor delicioso. Perú tenía muchas variedades de papa, y Bliss escogió la variedad amarilla.
– ¿Preferirías algo distinto? -inquirió Quin al verla probar el platillo y la salsa.
– Lo estoy disfrutando mucho -le aseguró. Y estaba disfrutando algo más que el sabor a queso, cebolla y especias que detectaba su paladar.
Quin era un compañero encantador y pronto empezaron a charlar acerca de temas sobre los cuales Bliss no sabía que tenía opiniones tan definidas. Y eso la complació. Como su pasión por la arqueología ocupaba la mayor parte de su tiempo, a veces se preguntaba si se convertiría en el tipo de persona que ya no podría hablar de otro tema. Le agradeció en silencio a Quin el descubrir que tenía puntos de vista acerca de otros asuntos y que los podía expresar con calma y seguridad.
Bliss no quería comer postre. Sin embargo, como ansiaba llevarse a casa muchos recuerdos, y no precisamente sobre comida, decidió ordenar un pastel de fruta.
– ¿Tienes tiempo para tus aficiones? -preguntó ella con naturalidad cuando llegó pastel. Tomó su tenedor y supo que quería conocerlo todo acerca de él, pero no quería darle la impresión de estar demasiado interesada-. Quiero decir, cuando no estás trabajando -añadió.
– No trabajo todo el tiempo -bromeó. Le sostuvo la mirada-. Esquío… y… -de pronto se detuvo. Todavía la miraba, pero fue como si al ver sus grandes ojos verdes hubiera olvidado lo que iba a decir-… y, claro, viajo… a veces puedo combinar los negocios con el placer.
Bliss quiso comentar muchas cosas, además de sugerirle que los visitara si llegaba a ir alguna vez a Dorset. Pero estaba celosa.
– Este pastel está delicioso -comentó al darse cuenta de que ella no tenía nada que ver con el hecho de que de pronto Quin perdiera su idea. Era obvio que Quin no estuvo pensando en ella. La estuvo observando, claro, pero sus pensamientos debieron recordar a Paloma Oreja, con quien debió esquiar y velear la última vez.
– ¿Más café? -inquirió al verla terminar el postre.
– No podría tomar nada más. Creo que explotaría si lo hiciera -añadió y lo quiso mucho cuando él rió, divertido.
– Eres un deleite -declaró y los celos de Bliss desaparecieron. Su corazón de nuevo se llenó de amor por él.
Claro que estaba tan contenta que temió revelarle su amor. Consultó su reloj.
– ¿Es esta la hora? -estaba incrédula hasta que lo vio sonreír y asentir-. Pero si hace tres, horas que salimos de casa -de pronto la invadió una sensación de culpa-. ¡Debes querer volver a tu oficina! -exclamó con rapidez y lo vio sonreír más aún.
– Me dieron el resto del día libre -bromeó y, al sentir más amor por él, Bliss supo que debía estar a solas unos minutos para recobrar la sensatez.
Alzó la vista y descubrió el tocador de damas.
– Con tu permiso… -murmuró, y lo amó cuando él se levantó al mismo tiempo que ella. Entonces fue a recobrar la calma.
Cuando Bliss salió, Quin ya había pagado la cuenta; la tomó del codo y la llevó al auto.
– Disfruté mucho de esta comida, muchas gracias -Bliss se dio cuenta de que tuvo razón al comentárselo, pues Quin pareció estar complacido. Él se concentró en el tránsito y Bliss guardó silencio.
Con eficiencia, Quin los sacó de un nudo vial y pronto estuvieron en la carretera costera que llevaba a la casa. Bliss trató de conservar su alegría y trató de no pensar en cómo, seguramente en los próximos cuatro días, tendría que irse de casa de Quin para tomar el avión de regreso a Inglaterra.
Eso la estaba deprimiendo cada vez más y en ese momento se alegró de que estuvieran pasando por un pueblo de pescadores y de que los botes volvieran después de su día de pesca en el mar.
– ¿Podemos detenernos? -preguntó, obedeciendo a un impulso… Quin la complació con amabilidad y Bliss permaneció absorta durante los veinte minutos que siguieron.
Toda la zona de playa era un enjambre de actividad. Las personas iban y venían, algunas con carga y otras no. Familias enteras parecían estar trabajando, cargando canastas llenas de sardinas y muchos otros peces que Bliss no reconoció. Con pericia y habilidad transmitidas de generación en generación, los hombres limpiaban los peces y cargaban los vehículos. Todos, hombres, mujeres y niños, parecían tener una tarea que cumplir.