Bliss y Quin pasearon por la playa y la chica se dio cuenta de que Quin conocía a algunos de los pescadores. En ese momento lamentó no tener la cámara consigo para poder capturar esa maravillosa escena. Entonces, cambió de idea al respecto y se alegró de no poder tomar fotografías, pues tenía ojos que nunca olvidarían nada de lo que presenciaban, y además no le pareció propio empezar a tomar fotos.
– ¿Cómo se llama este pueblo? -inquirió Bliss cuando pasaron juntos a un puesto de bebidas donde vendían aguas de frutas e Inka Kola, una bebida mineral sin alcohol, y regresaron al auto.
– San Andrés -explicó-. Te divertiste, ¿verdad?
– ¿Fue obvio, acaso? -San Andrés estaba lleno de vida y era una experiencia totalmente distinta a la arqueología. Una experiencia fantástica.
– Lo supe por tu expresión -contestó Quin. Bliss se dijo que en el futuro debía vigilar su expresión cuando lo observara a él-. Estoy descubriendo facetas nuevas en ti todo el tiempo -añadió Quin con suavidad.
Bliss entró en el auto y brilló para sus adentros al pensar en que el último comentario era un halago. Minutos después, pensó que él no era el único que descubría facetas nuevas en ella. ¿Acaso siempre tuvo ella la habilidad de disfrutar del sencillo placer que era caminar por un pueblo de pescadores como San Andrés, cuando éstos regresaban con su botín del mar? ¿O acaso era que, a pesar de estar totalmente absorta por lo que vio, fue consciente de estar observándolo todo junto con el hombre al que amaba?
Meditó al respecto hasta llegar a la casa de Quin. Salió del auto, recordando que le pareció que su visita a Machu Picchu en compañía de Quin le pareció el día más maravilloso de su vida. Pero ahora le pareció que había algo más que especial en las horas que pasaron juntos este día.
– ¿Estás cansada? -le preguntó él cuando entraron en la casa.
– Estoy muy a gusto -no había hecho otra cosa ese día más que descansar. Sin embargo, le pareció que Quin debía querer estar a solas un rato, así que le anunció-. Creo que iré a mi cuarto a descansar un poco -y, aunque sólo quería estar con él, le sonrió para darle las gracias y se alejó con rapidez.
Bliss vivió en un sueño al recordar todo lo sucedido ese día y la forma tan agradable en la que se entendieron los dos. Ambos rieron y no hubo ninguna nota discordante… bueno, no después de que ella se enojó con él en la casa de la playa.
Los minutos pasaron y se dio cuenta de que era hora de bañarse y cambiarse para la cena. De nuevo empezó a pensar que Quin nunca debía percatarse de que estaba enamorada de él.
¿Cuántos días hacía que estaba en esa casa?, se preguntó mientras se daba un baño. El tiempo había pasado volando. Al principio, estuvo segura de que tan sólo soportaría pasar una noche bajo el techo de Quin… y allí seguía. Al día siguiente cumpliría una semana de estar en la casa de él. Y no lo estaba soportando, sino gozando.
Bliss se puso su traje de seda y salió de su cuarto. Al dirigirse al comedor, se le ocurrió que ya no había mencionado en absoluto su deseo de visitar Arequipa ni Ollantaytambo. ¿Notaría Quin que ella había disminuido su interés por la arqueología y… se preguntaría acaso el motivo?
– ¿Quieres un Pisco Sour? -inquirió Quin al verla llegar.
– Sí, gracias -aceptó. Tomó asiento y esperó que él nunca adivinara que ya había encontrado un amor más grande en su vida que la arqueología.
Comieron el primer plato sin decirse gran cosa. Estaban tomando el segundo platillo, cuando Bliss empezó a tratar de reunir el valor para decirle a Quin que volaría a Arequipa al día siguiente, y se esforzaba por no sentir miedo al imaginar que él se irritaría y que ofrecería llevarla al aeropuerto apenas despuntara el día. Sin embargo, en ese Quin interrumpió los pensamientos de la joven al comentar:
– Estás muy callada esta noche.
– ¿Eso crees? -sonrió, pues no quería que él se percatara de la batalla que se libraba en su interior. Hasta logró sonreír un poco al sugerirle a modo de broma-: ¿Quieres que te cuente qué hago en mi trabajo como bibliotecaria?
– Sí -contestó él y casi la hizo caerse de la silla.
Bliss fue a su cuarto después de cenar y haberle dado a Quin la explicación más breve y esquemática acerca de su empleo. Se preguntó por qué estaba perdiendo la razón, pues, al terminar de cenar, Quin le había ofrecido mostrarle su biblioteca, donde, según le explicó, había libros escritos en varias lenguas. Sin embargo, aun cuándo nada le hubiera causado más placer que eso, Bliss anunció que tenía que escribir algunas cartas. Desde luego, no hizo nada y se quedó muy triste.
No obstante, esa noche durmió mejor. A la mañana siguiente, despertó muy animada, con la determinación de que ese día trataría de atrapar todas las ocasiones que tuviera de estar en compañía de Quin… claro, sin imponerle a éste su presencia.
Temerosa de que él partiera muy temprano a la oficina, se bañó con rapidez y se puso algo de ropa encima. Se cepilló el cabello, lo sujetó con una liga y casi corrió al desayunador.
Abrió la puerta y se dio cuenta de que Quin estaba observando la puerta como si esperara a alguien… tal vez a la señora Gómez con el café, se dio cuenta Bliss. Como el verlo le provocó alegría sublime, le ofreció una deslumbrante sonrisa.
– Buenos días -lo saludó y no pudo evitar que su voz pareciera algo jadeante.
– ¿Pescaste una gripe? -inquirió, brusco.
– Ya tienes tu café servido -observó y se sentó, dándose cuenta de que él debía considerarla una imbécil-. No soy culpable de lo que se me acusa -declaró al mirarlo. Lo quería mucho y ya no se preguntaba cuándo fue el momento preciso en que dejó de ser un monstruo para ella.
– Entonces, no hay motivo alguno por el cual no deba sacar uno de los botes -afirmó.
– ¿Sacar un bote…? -repitió, atónita.
– ¿Te mareas en una lancha de motor? -preguntó, observando la piel de Bliss, ahora que su rostro era más visible, pues tenía el cabello recogido.
– No, que yo sepa -rió y apenas pudo creer en su buena fortuna pues Quin no debía pedir permiso para dejar de trabajar, ya que era el dueño de su negocio-. ¿Acaso tendrán que tragarse que irás de nuevo al funeral de tu abuela? -lo adoró cuando lo vio sonreír, y el sonido de su risa deleitó los oídos de ella.
– ¿Ya te dijeron que tienes una estructura facial fantástica? -inquirió él y le pareció que no podía controlar sus palabras y que las dijo en contra de su voluntad.
– Si así fue, no me di cuenta -contestó ella con amabilidad. No podía creer que ese día los dioses estuvieran de su parte-. Mmm… ¿quieres ir muy lejos? -pensó que era mejor bajar un poco a tierra.
– Necesitarás un suéter. Iremos a ver las Islas Ballestas… sería bueno que llevaras contigo la cámara.
Una hora y media después, Bliss reflexionó que había tenido demasiado. Machu Picchu con Quin fue maravilloso; la emoción de ver Nazca con él no podía expresarse en palabras; el día anterior, estar a su lado en Pisco y San Andrés fue algo increíble, y ahora… era algo fuera de este mundo.
Hacía una hora, había ido al muelle que estaba cerca del embarcadero, donde Quin estaba sacando una pequeña lancha con cabina. La ayudó a abordar tomándola de las manos, y ella, por necesidad, se acercó mucho a él, tanto, que pudo percibir su olor masculino. Lo soltó y se alejó tan pronto como pudo para recuperar el control de sus emociones.
Sin embargo, la adrenalina aún fluía por su sangre al estar de pie junto a él mientras Quin sacaba el barco de su puerto privado. Poco, después, Bliss descubrió por qué Quin le sugirió que llevara su cámara. Había pájaros… cientos de ellos. Pájaros en el aire, en las rocas, en los acantilados, en todas partes.