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Se deleitó al sentir el cabello masculino en sus manos, se recreó con su piel mientras Quin le daba tiernos besos en la estructura facial que esa mañana calificó como fantástica. Bliss supo lo que era desear a un hombre cuando, mientras le daba besos en la garganta, Quin le acarició el cuerpo.

– Querida -murmuró cuando le desabrochó los botones del vestido como por arte de magia, y le deslizó la prenda de los hombros.

– ¡Quin! -jadeó Bliss y hundió la cara en el cuello de él, sabiendo que no era el momento de ser modesta.

Él la besó de nuevo y yació sobre ella mientras con tiernos movimientos su mano delineaba los senos. Bliss se aferró a él, entregándole el cuerpo cuando sintió su cálido roce en su piel desnuda. Bliss nunca supo cómo fue que de pronto parecía no estar vestida, pues aparte de sus bragas, no tenía nada más puesto. Pero tampoco era algo que le interesara saber. Deseaba a Quin, con todo su ser, y cuando él se desabrochó la camisa y dejó que ella le masajeara el pecho, Bliss supo, sin la menor duda, que él también la deseaba.

Quin le puso las manos en las caderas, las acarició atrayéndola hacia él, y las piernas de ambos se enredaron cuando inclinó la cabeza hacia los senos y besó las puntas sonrosadas.

– ¡Eres exquisita! -jadeó con voz ronca y cuando Bliss abrió los ojos, se percató de que no la miraba a la cara, sino que contemplaba sus pezones palpitantes e hinchados, sedosos contra su piel masculina. De pronto, se ruborizó mucho.

Fue en ese momento que Quin apartó la vista de los senos para verla a la cara. Bliss no tuvo la menor idea de cómo supo él que su rubor no se debía tan sólo al deseo que le había provocado, sino que en gran parte a que todo lo que ocurría era un territorio desconocido para ella. Sin embargo, de inmediato, Quin le quitó las manos de las caderas y le apretó los antebrazos con fuerza. La chica se percató de que él parecía luchar con desesperación por recuperar algo de control.

Bliss se quedó atónita cuando Quin apretó la mandíbula y profirió una exclamación en una lengua que a ella le resultaba incomprensible. Entonces, aun cuando unos minutos antes Bliss estuvo segura de que yacerían juntos hasta la mañana siguiente, Quin bajó con brusquedad de la cama y, como si hubiera un incendio en otra parte de la casa, corrió para salir de la habitación.

Capítulo 8

Los pensamientos que acompañaron a Bliss durante gran parte de la noche, de nuevo la asediaron al despertar.

Por la madrugada la invadió toda una gama de emociones. Esperanza, celos, desesperación, vergüenza. Quin la deseó. Aunque no estuviera segura de nada más, podía estarlo de ello. Sin embargo, la rechazó. ¿Por qué?

¿Acaso ella se mostró demasiado deseosa y disponible? ¿Acaso él prefería conquistar a las mujeres? ¿Le hizo Bliss muy fáciles las cosas? De pronto, ya no pudo soportar más pensamientos humillantes, pero se torturó aún más cuando se preguntó si Quin no había cambiado de idea por causa de Paloma Oreja. ¿Pensó él de repente en Paloma, su amor perdido, y sintió una fuerte y poderosa repugnancia al ser desleal a ese amor?

Bliss sabía que nunca podría volver a dormir. Salió de la cama para bañarse y lavarse el cabello. ¿Qué pasaría ahora con ella? A pesar de que en la casa de la playa aseguró que había decidido esperar a que el momento fuera el adecuado, no decidió nada cuando estuvo en brazos de Quin. Sólo… sucedió.

Salió del baño con el deseo de ya no pensar más en el asunto. Pero estaba tan herida que fue imposible. Se habría entregado a Quin si él se lo hubiera pedido… pero él la rechazó. Después del abandono que experimentó en brazos de él, Bliss no sabía cómo podría verlo a los ojos ahora.

No encontraba ninguna solución para su dilema. Entonces, cuando fue al tocador para buscar su cepillo, vio algo que no notó antes. Allí estaba el libro que ella había dejado caer en la casa de playa hacía dos días.

Se sonrojó mucho al descubrir el motivo por el cual Quin llamó a su puerta la noche anterior. Debió estar caminando cerca de la casa de playa y encontró el libro. ¿Qué era más natural que hubiera ido a su cuarto para devolvérselo?

Oh, no, se lamentó Bliss. De no ser porque estuvo tan tensa respecto a él, tan sólo le habría dado las gracias y ese hubiera sido el final de la cuestión. Pero no… Incapaz de soportar más, Bliss tomó su secadora. Sin embargo, no logró acallar sus pensamientos con el ruido del aparato como lo esperó.

Su cabello brillaba mucho y ella se había puesto un vestido elegante en dos tonos de verde. Faltaban todavía doce minutos para que llegara la hora en que solía presentarse a tomar el desayuno.

Doce minutos después y con más valor del que jamás imaginaría el hombre que ella amaba, Bliss salió de su cuarto. No se iba a esconder… ¿para qué? Amaba a Quin y estaba muy herida por él. No obstante, no permitiría que él se preguntara por qué no iba a desayunar como siempre. Era obvio que Quin relacionaría su ausencia con lo ocurrido la noche anterior, y eso era algo que el orgullo de la joven no podía dejar que sucediera.

Llegó a la puerta del desayunador y entonces se dio cuenta de que era inevitable sentirse dolida. Eso fue obvio desde que ella tuvo el mal tino de enamorarse de ese hombre. Inhaló hondo para tranquilizarse y abrió la puerta con la esperanza de que Quin ya hubiera desayunado y estuviera ahora en la oficina. Sin embargo, no fue así.

– Buenos días -saludó Quin con cortesía al verla entrar.

– Buenos días -contestó y logró sonreír con frialdad al tomar asiento. Temblaba toda en su interior, pero si sus manos no lo revelaban, nadie se percataría de su turbación-. Buenos días, señora -le sonrió a la señora Gómez, aliviada al ver que también estaba en la habitación.

Claro que el ama de llaves sólo se quedó el tiempo necesario para servir el café y el pan tostado. El silencio reinó en el cuarto cuando se marchó. Bliss alargó una mano para tomar una rebanada de pan y se alegró al ver que sus manos no temblaban.

Se dio cuenta de que ese era el momento en el que debía anunciar con frialdad, calma y sin emoción, su partida.

– Yo… -se interrumpió cuando Quin también empezó a decir algo-. Perdón -se disculpó con educación y permitió que él dijera primero lo que quería.

– Estaba a punto de comentarte acerca de las ruinas incas de Tambo Colorado… dicen que son las mejor conservadas que se sitúan en costa del Perú.

– ¿Ah, sí? -dijo Bliss con un interés que no era cien por ciento genuino, como lo habría sido alguna vez.

– Parece ser que los frescos en los muros son sorprendentes -la informó con seriedad.

– No me digas -murmuró-. ¿Están lejos de aquí? -preguntó aunque esa no fue su intención.

– Como a cincuenta kilómetros -contestó Quin de inmediato. Sin quitarle la vista de encima, inquirió con naturalidad-. ¿Quieres ir?

Por supuesto que no, ordenó el cerebro de Bliss.

– Mmm… ¿cuándo? -preguntó, a pesar de que intentaba decirle que se iba a marchar en una hora.

– Esta mañana… -él consultó su reloj-. Como dentro de una hora.

– ¿Y qué pasará con tu trabajo? -cuestionó mientras trataba de rechazar la invitación… y la oportunidad de pasar unas cuantas horas más en su compañía.

– ¿Qué hay con mi trabajo?

Auxilio, quiso gritar Bliss.

– No tienes que llevarme…

– Quiero hacerlo -interrumpió Quin y su tono pareció ser un poco más cálido que antes.

Bliss dudó, pero sabía que estuvo perdida desde el instante en que Quin le hizo la invitación.

– Gracias -aceptó.

Regresó a su cuarto ya limpio después del desayuno, recordando una y otra vez la afirmación de Quin: “Quiero hacerlo”. Maldijo su debilidad de no poder decirle que no, a pesar de que era consciente de que con sus acciones tan sólo sufriría más.