Tuvo mucho tiempo antes de verlo de nuevo y no dejó de maldecirse por no salir de esa casa y huir a toda velocidad a Inglaterra. Empezó a dudar de que el deseo de Quin de llevarla a ese lugar fuera sincero. ¿No era obvio que el único motivo por el cual la llevaba a Tambo Colorado era por respeto a su amigo Dom? Como Dom y Erith tuvieron que marcharse a Francia con tanta precipitación, era evidente que Quin considera que era su deber ponerse a la disposición de Bliss.
En ese momento la chica empezó a enfadarse y deseó más que nunca haber rechazado la invitación y llevar a cabo sus planes, como fue su decisión antes de ir a desayunar. A la hora indicada, salió de su habitación, poco contenta ante la perspectiva de ver a Quin y queriéndolo odiar. Era cierto que él nunca le pidió que se enamorara de él y lo más probable era que recibiera una fuerte impresión si se enteraba de ello. Claro que Bliss se aseguraría de no hacerle ninguna insinuación al respecto.
Bliss se reunió con Quin en el auto, sin decir nada. Supuso que debía agradecer el hecho de que, como Quin estaba acostumbrado a que las mujeres se derritieran en sus brazos cuando las besaba, él no imaginara que había nada extraordinario en la forma en que Bliss reaccionó la noche anterior.
Maldita sea, pensó Bliss, enamorada de él a pesar de todo.
La visita a Tambo Colorado no fue un éxito. El amar a Quin no evitaba que Bliss sintiera antipatía por él al mismo tiempo. No hubo ninguna señal de deshielo en el ambiente y Bliss decidió que la calidez que creyó percibir durante el desayuno, fue sólo producto de su imaginación.
No obstante, Quin observó que el entusiasmo de la chica por la arqueología decaía.
– ¿Ya viste todo lo que querías ver? -inquirió con sequedad. Bliss se dio cuenta de que su alegría por admirar Machu Picchu, una visita que parecía estar a años luz del presente, había desaparecido por completo.
– Sí, muchas gracias -fue cortante. Sabía que Quin merecía un agradecimiento más cálido por haberle hecho un favor esa mañana, pero no pudo dárselo al ver que él estaba tan frío.
El trayecto de regreso a casa fue tan silencioso como el de ida. Bliss no tenía nada que decirle… y fue obvio que Quin sentía, lo mismo…
Llegaron a la hora del almuerzo y Bliss creyó que Quin haría todo lo posible por alejarse de ella. Así que recibió una gran sorpresa cuando lo oyó anunciar:
– Te veré en el comedor en diez minutos.
Bliss permaneció en su cuarto y, después de cinco minutos, adivinó el motivo por el cual Quin le dijo eso. Era muy claro que, como su anfitrión, Quin sentía la responsabilidad de asegurarse de que la chica comiera tres veces al día.
De nuevo, Bliss tuvo que armarse de valor para ir al comedor. Quin ya estaba allí cuando ella llegó.
– ¿Puedo ofrecerte algo de tomar? -inquirió él con cortesía.
– No, gracias -contestó con amabilidad. La comida era excelente, aunque a Bliss no le supo a nada. Esas pocas palabras fueron conversación que hubo entre ambos mientras comían.
Ya estaban tomando el postre y Bliss probaba la mazamorra morada, que era una especie de jalea morada con cerezas, chabacanos y anís, cuando la señora Gómez entró en el comedor con un recado para Quin. Bliss prestó atención a su plato mientras los dos charlaban, y todavía la jalea le parecía ser muy interesante cuando Quin se dirigió a ella, después que el ama de llaves los dejó a solas.
– Hay un pequeño problema en la fábrica… con tu permiso -comentó con frialdad.
– Por supuesto -sonrió Bliss con fría educación.
Quin se levantó de la mesa sin dejar de contemplarla.
– Mmm… -vaciló-. Tal vez te gustaría acompañarme… así podrías conocer la planta.
Si su invitación hubiera sido hecha con un poco más de calidez, Bliss habría aprovechado la ocasión de inmediato. Quería conocerlo todo acerca de Quin, saber cómo pasaba el día y estar al tanto de todos los detalles antes de irse. Deseaba ser capaz de imaginarlo en su trabajo, pero…
– Es muy amable de tu parte -contestó con serenidad-, pero, de hecho… -se dirigió al aire. Quin ya no estaba en la habitación.
Bliss esperó a estar segura de que él se había ido en su auto y entonces dejó de fingir que quería seguir comiendo. Se fue del comedor y entró en su cuarto… con ganas de gritar.
No quería que Quin jugara a ser el anfitrión atento, pues así sentía el deber de mantenerla divertida. Maldición, se dijo Bliss. Estaba frustrada por lo que nunca sería… Quin jamás la amaría y al parecer ella ni siquiera le agradaba. Entonces, la invadió el pánico.
Bliss recordó que ya sólo le quedaban dos días en esa casa. A pesar de que Quin dijera lo contrario, sabía que se pondría feliz cuando ella se marchara. Tal vez ese era el motivo por el cual Bliss todavía no se había ido… sabía que su corazón se rompería al hacerlo.
Más confundida que nunca, Bliss se lavó la cara y las manos, se puso pantalón y camisa ligeros y un poco de maquillaje. Su parte débil ansiaba haber acompañado a Quin, siempre ansiaría estar con él dondequiera que fuera. Y la parte fuerte se desesperaba al ver que había perdido toda su sensatez anterior.
A punto de echarse a llorar de nuevo, salió de la habitación, obedeciendo al impulso de estar en otra parte. Se detuvo fuera de la sala de estar, donde a veces descansaba media hora. Pero el pensar en sentarse a leer una revista le pareció absurdo. Estaba demasiado agitada como para quedarse sentada.
Bliss fue a la playa y empezó a patear la arena, furiosa, pues sabía que podía ser muy dichosa en ese sitio y que, sin embargo, tendría que marcharse.
Recorrió un trecho largo y decidió regresar. Como no quería entrar todavía a la casa, se dirigió a la casa de la playa.
Apenas entró, la inundó el recuerdo de dos días antes, cuando Quin la encontró allí y la besó con suavidad. Sin embargo, ese hermoso recuerdo quedó opacado por otro: el recuerdo de cómo ella dejó caer el libro y de cómo el día anterior Quin fue a su cuarto a devolvérselo.
Bliss fue asediada una vez más por la vergüenza. De pronto, se dio cuenta de que su indecisión ya había terminado. Pronto estaría a bordo de un avión para ir a Inglaterra. Era cierto que todavía faltaban dos días para su partida, pero como no iría a Jahara puesto que Erith no estaba allí y como ya no le causaba la menor emoción conocer Ollantaytambo ni ningún otro sitio, la única opción que le quedaba era la de volver a su país.
Supuso que necesitaría la ayuda de Quin para reservar su boleto de avión a Lima y decidió que se la pediría esa noche, durante la cena. Mientras tanto, sería mejor que empezara a hacer su equipaje.
Bliss salió de la casa de playa y al entrar en la casa de Quin se dio cuenta de que la atenta Leya la esperaba.
– Té, señorita -sonrió, siempre ansiando complacer a Bliss, y señaló en dirección de la sala de estar, donde a veces Bliss tomaba el té de la tarde.
La chica sintió que sería muy grosero negarse, así que le sonrió y le dio las gracias. Además, un retraso de quince minutos no haría la menor diferencia para guardar su ropa.
Bliss fue al cuarto de estar y se sirvió una taza de té. Pero estaba tan nerviosa que no pudo quedarse quieta. Quin todavía no regresaba… Demonios, ¿por qué no podía dejar de pensar en él? Siempre ocupaba sus pensamientos… ¿Acaso él no estaba en casa porque ella estaba allí?, se preguntó una, vez, y luego trató con desesperación de concentrarse en otra cosa.
Dejó la taza en la mesa del teléfono y, sólo para quitarse a Quin de la mente, alzó el auricular y se concentró para si podía recordar el número telefónico de su hermana.
Sabía que Erith no estaría allí. Ni siquiera estaba segura de estar marcando los números correctos. Mas estaba tan deprimida que eso no le importó.
Bliss ya estaba preparada para disculparse por haber marcado un número equivocado y no tomó en cuenta que, si contestaba el ama de llaves de Erith, de todos modos no la entendería en absoluto. En ese momento, alguien contestó: