– ¿Bueno?
Hubo algo muy conocido en esa voz y Bliss se olvidó por un momento de Quin al preguntar:
– ¿Erith? -recibió una fuerte impresión al oír a Erith, quien, aliviada, cambió de inmediato al inglés.
– ¡Gracias a Dios que eres tú! -exclamó entre risas, reconociendo a Bliss de inmediato. Mientras ésta se recuperaba de la sorpresa de que su hermana ya había vuelto de Francia, Erith prosiguió-: El teléfono sonó justo cuando yo estaba pasando al lado, y descolgué el auricular dispuesta a que mis oídos fueran bombardeados en español.
– Vaya, fuiste muy valiente -sonrió Bliss-. Claro que, conociéndote, no pasará mucho tiempo antes de que empieces a aprender la lengua -añadió con calidez.
– Cierto -asintió Erith-. De hecho, empezaré con mis clases la semana próxima. Dom me enseña una frase nueva todos los días… es un maestro maravilloso y paciente -susurró con suavidad. Parecía tan feliz, tan enamorada y tan amada que a Bliss se le llenaron los ojos de lágrimas-. Bueno, ¿qué has hecho tú? -inquirió entonces Erith.
Pero Bliss no quería hablar de sí misma.
– Espera, ¿cuándo volviste?
– ¿Llamaste antes… mientras estuvimos fuera? -preguntó a su vez Erith-. Estuvimos en Cuzco y…
– Perdón, ¿Cuánto hace que volviste de Francia? -aclaró Bliss y quedó confundida al oír la respuesta de su hermana.
– ¿De qué estas hablando, Bliss? ¡No hemos estado en Francia!
– No han estado… -Bliss no pudo entender nada-. Pero tú… pensé… -se interrumpió.
– Tienes que cuidarte de la arqueología, hermana -rió Erith-. Supongo que, como no has visto, leído ni pensado en otra cosa, ya tienes un tornillo menos en la cabeza. Francia estuvo en el itinerario de nuestra luna de miel, pero volvimos pronto a Jahara -de nuevo volvió a hablar con suavidad-. Pero eso ya lo sabías. ¿Por qué pensaste que nos habíamos marchado de nuevo? No hemos pasado una sola noche lejos de Jahara desde que volvimos.
– Yo… bueno… -a Bliss le estaba costando mucho trabajo entender lo que comentaba su hermana-. Claro… debo estar algo confundida hoy -bromeó. Sin embargo, por instinto, no quiso disminuir en ninguna forma la felicidad de su hermana-. De alguna manera me metí en la cabeza que la madre de Dom los estaba esperando para…
– Estás en lo cierto -intervino Erith-. Nos espera para su cumpleaños, que será en octubre.
– Pues… supongo que está bien, ¿verdad? -la cabeza le dio vueltas y apretó el auricular con fuerza mientras se preguntaba qué demonios estaba sucediendo.
– Creo que no se ha enfermado ni un solo día en toda su vida -replicó Erith-. Dom la llamó ayer, de hecho… está en perfecta salud.
– Qué bueno -murmuró Bliss. Tuvo que creer, aunque le pareció algo imposible, que Quin Quintero le mintió cuando dijo que Dom y Erith fueron a Francia, al enterarse de que la señora estaba muy enferma.
– Bueno, cuéntame qué has hecho. No -Erith cambió de idea-. No quiero que me lo relates por teléfono. Puedes contármelo en persona cuando vengas aquí. Vas a venir a vernos, ¿verdad? -preguntó un tono que no admitía lo contrario, a menos que se tratara de un motivo excepcional.
– ¿Qué te parece mañana? -sugirió Bliss sin pensar todavía con claridad.
– Nos veremos en el aeropuerto de Cuzco. ¿En dónde estás ahora?
A Bliss no le gustaba mentirle a su hermana… pero nunca antes se había enamorado. Y aunque al parecer Quin era un mentiroso y una rata de primer orden, lo amaba y su amor iba de la mano con su lealtad.
– Estoy cerca de Nazca -mintió.
– Sabía que no te perderías las líneas de Nazca -rió Erith.
– Te llamaré mañana cuando sepa a qué hora llega mi avión -declaró Bliss y, después de un momento, colgó. Estaba totalmente pasmada.
Así permaneció durante algunos minutos. Aún no podía asimilar lo que era evidente. Si Erith no estuvo en Francia, si la madre de Dom gozaba de una excelente salud, entonces Quin había mentido.
Trató de considerar la cuestión desde varios puntos de vista y la res puesta era la misma. Quin le mintió cuando le dijo que Erith y Dom habían salido de Perú para ir a Francia. Bliss empezó a enfadarse muchísimo. Y se alegró de ello pues, sin la furia, no habría hecho nada. Era obvio que Quin la subestimaba mucho, si pensaba que podía contarle lo que le viniera en gana.
Bliss no entendió por qué le convino contarle semejante mentira. Ella no estaba muy contenta por haberle mentido a Erith, pero, ¿y la mentira de Quin? Fue un desvergonzado al mentirle. Sabía muy bien que su hermana y cuñado no tenían planes para irse de Jahara.
Fue en ese momento que el orgullo de la chica tomó la delantera.
Reconoció que en materia de orgullo había mostrado mucha debilidad… pero ya no. Ahogó un sollozo y salió del cuarto de estar para ir a su habitación.
Había tenido la intención de pedirle a Quin, esa noche, que la ayudara a conseguir un boleto de avión para el día siguiente. Rezongó. No esperaría al otro día, ni a esa noche. Saldría de esa casa en ese momento.
Sacó la maleta del enorme armario y la arrojó a la cama. Pensó en cómo le diría a la señora Gómez que necesitaba un taxi de inmediato, una vez que terminara de hacer su equipaje.
Bliss estaba lanzando sus pertenencias con enfado a la maleta. Le daba la espalda a la puerta mientras iba de la cama al armario. En su ira, no escuchaba los sonidos ligeros, así que ignoró del todo que un hombre alto, fornido y de ojos grises había abierto la puerta y ahora la observaba con detenimiento, en silencio.
“Maldito Quin Quintero, maldito sea”, seguía diciéndose la chica. Cuánto se alegraría cuando ya no tuviera nada que ver con él. Si no podía conseguir un vuelo esa misma noche, entonces prefería pasar la noche en un hotel en Pisco, antes que estar una noche más en la casa de Quin. ¿Cómo se atrevía él a hacer algo semejante? ¿Cómo…? Se volvió, y vio al hombre que estaba de pie junto a la puerta. Se detuvo en seco y, entonces, dirigió todo su odio hacia él.
– Gracias por llamar antes de entrar -le espetó y no le importó nada ver que él apretaba la mandíbula al oír su tono de voz.
Bliss no supo si lo había hecho enfadarse o no, pues Quin controló muy bien su furia. La miró a los ojos y dijo con calma:
– Parece… que… tienes prisa.
– Se podría decir que sí -replicó Bliss, cortante. Lo odiaba más porque el simple hecho de verlo la debilitaba en su decisión.
– ¿Piensas… marcharte? -preguntó él con calma.
– Tienes una calificación de diez en observación -comentó la joven con sarcasmo y no pudo creer que había oído en realidad el siguiente comentario.
– ¿Y si no estoy dispuesto a dejar que te marches? -fue abrupto al hablar.
¡Eso era el colmo!
– En dos palabras, qué lástima -se acaloró Bliss. Supo que eso no le gustó a Quin, pues lo vio apretar las manos por un momento. Bliss le dio la espalda para buscar algo más en su armario, pero se percató de que Quin estaba tratando de adivinar lo que la había puesto tan furiosa.
Bliss tuvo que detenerse de nuevo cuando Quin tuvo la audacia de hacerle ver:
– ¿Y cómo crees que irás a Lima sin mi ayuda?
Fue evidente para Bliss que Quin le estaba haciendo las cosas difíciles de propósito, para devolverle el comentario que tanto le disgustó. Sin embargo, ella no estaba dispuesta a ser tratada así por nadie, así que alzó más la barbilla y le anunció con voz pétrea.
– Si fuera a Lima, sin duda llegaría allá sin necesitar de tu valiosa ayuda. No obstante…
– ¿No irás a Lima? -interrumpió al entender la insinuación de Bliss. Esta aún no quería decirle a dónde pensaba ir, y el comentario se le escapó.
– No, iré allá -contestó con frialdad. De pronto, se preguntó por qué tenía que ser un secreto-. Iré a Cuzco, de hecho.