Bliss apartó la mirada con rapidez. De alguna manera, lo que Quin confesó le pareció muy… posesivo. Sin embargo, al recobrar la compostura, recordó cómo, la noche anterior, cuando él hubiera podido poseerla, de haberlo querido hacer, se fue de la cama y la abandonó con rapidez. Así que, aunque estuviera confundida respecto de otras cosas, sabía con seguridad que Quin no la llevó a su casa para poder acostarse con ella.
Al recordar el ardor con que ella respondió, tuvo que hacer un gran esfuerzo para cambiar de pensamiento.
– Querías que estuviera en tu casa y estabas dispuesto a chantajearme para salirte con la tuya -se enfadó Bliss y prosiguió-. Te molestó darte cuenta de que, una vez que decidiste que me recuperaría al descansar en tu hogar, ya no era una señorita obediente. Fue un puro machismo lo que te hizo…
– El machismo no tiene nada que ver con esto -interrumpió Quin con irritación, pero Bliss estaba ya tan iracunda que no permitiría que ni él ni nadie le quitara la palabra.
– Por supuesto que sí. Mentiste cuando fue obvio que esa era la única opción que te quedaba para conseguir tu objetivo -apenas se dio cuenta de que había perdido el control al añadir-. Estás resentido con las mujeres desde que Paloma Oreja terminó contigo… -se detuvo, impresionada al darse cuenta de lo que había dicho. ¿Cómo pudo ser tan descuidada como para afirmar algo tan cruel y horrible… y motivado por los celos?-. Lo… siento -se disculpó de inmediato-. No quise decir… Me hiciste enfadar mucho, pero…
– No te preocupes por eso -se tensó Quin y se inclinó hacia adelante, poniendo más nerviosa a Bliss-. Antes hice el comentario acerca de que tenías un carácter formidable -señaló sin intimidarse-, pero, sólo para dejar aclarada la situación, no fue Paloma Oreja quien terminó conmigo.
Bliss tuvo que reconocer que estaba bastante impresionada. Su cerebro funcionó con rapidez.
– ¿Tú… la dejaste? -no veía qué otra cosa habría podido él querer implicar con esas palabras.
– Yo me habría expresado de manera distinta -se encogió de hombros-, pero el resultado es el mismo -concedió.
– Pero… tú dijiste… me contaste… -insistió y se olvidó por completo del tema que los interesaba al concentrarse en lo que Quin le revelaba-. Me dijiste que ella terminó contigo -recordó al fin mientras trataba de recordar qué fue exactamente lo que Quin le comentó en relación con Paloma Oreja.
– ¿Cuándo fue que dije algo semejante? -Quin la desafió.
– Dijiste que… estuvieron a punto de comprometerse -recordó Bliss.
Se dio cuenta de que lo interpretó mal, cuando Quin la corrigió, de mostrando que tenía una memoria excelente:
– Lo que comenté fue que, por un momento, uno de nosotros pensó que eso sucedería… Sin embargo, tú fuiste quien decidió que yo era el que creyó eso.
– ¿Y no fuiste tú? -inquirió y abrió mucho los ojos al concluir que, después de todo, Quin no estuvo enamorado de Paloma.
– Ella tenía intenciones serias al respecto… -negó con la cabeza-. Yo nunca las tuve.
Al oír esa declaración, pareció que una tonelada dejaba de aplastar los hombros de Bliss. Quin no estaba y nunca estuvo enamorado de su antigua novia. La alegría la invadió, pero por supuesto que no permitiría que Quin se diera cuenta del efecto de su noticia.
– Muy bien, lleva a una chica a la cama y ve a dónde te conduce eso -le comentó con esperanza… y casi gimió al percatarse de que eso lo haría pensar en lo que sucedió en su habitación la noche anterior.
Por lo tanto, sintió un alivio profundo cuando, después de alzar la ceja, Quin tan sólo comentó:
– No me acosté con ella… ella quería casarse antes.
Bliss tragó saliva, pues Quin no podía decir lo mismo de su conducta. Ella se habría entregado con gusto a ese hombre la víspera, de no ser porque él la rechazó.
– Y, para ser más precisos -prosiguió el cuando Bliss no pudo decir palabra-, las cosas entre esa señorita y yo nunca llegaron a ese punto de ebullición.
– ¿No? -murmuró Bliss. Se estaba dando cuenta de que Quin no estaba enamorado de Paloma Oreja y además de que era un hombre muy reservado. Así que estaba regocijada al ver que él le contaba todo eso. Pero no sabía por qué era importante que él se lo revelara.
– Ese lunes me despedí para siempre de una mujer que, para mi asombro y sin que yo la alentara de ninguna forma, había estado insinuando nuestro compromiso. Así que yo estaba bastante alejado emocionalmente de toda la población femenina oportunista -hizo una pausa, para continuar con lentitud-: Y ese mismo lunes, entré en el restaurante de mi hotel en Lima y de inmediato vi a la pelirroja más hermosa demostrando todo su encanto por uno de mis paisanos… visiblemente muy rico.
– Para tu información -cualquier emoción que ese cumplido le hubiera provocado quedó anulada de inmediato por el resto de la frase de Quin, y Bliss se enfadó-, no estaba desplegando mi encanto. A mí no me importaba si el señor… -se interrumpió, pues no recordó de inmediato el apellido de ese hombre-… si el señor Videla tenía dinero o no -señaló al hacer memoria-. Y resiento mucho…
– Y tienes razón al resentirlo -de inmediato Quin estuvo de acuerdo con ella, sorprendiéndola. Bliss se quedó callada a media frase y lo miró con frialdad cuando él afirmó-. He descubierto que tu encanto es natural.
Bliss tragó saliva, pues el encanto de Quin, cuando éste decidía ponerlo en acción, era algo fuera de este mundo.
– Sucede que el hijo pequeño del señor Videla estaba en un hospital en Lima. Y, aunque el niño estaba recuperándose de su operación, la esposa de ese señor estaba demasiado triste como para bajar a cenar esa noche. Estaba dormida cuando ese hombre bajó a…
– Estoy seguro de que todo lo que dices es verdad -intervino Quin con calma cuando le pareció que Bliss iba a enfurecerse de nueva cuenta.
– Bueno… -rezongó ella y miró a su regazo-. Me despreciaste mucho, incluso antes de que nos habláramos siquiera -alzó la vista y se lo recordó-. Te vi al día siguiente y fue como si tu mirada me atravesara y me ignorara.
– ¿Acaso no me devolviste el favor? -inquirió él.
Bliss hizo caso omiso de ese comentario.
– Y la primera vez que me hablaste fue sólo para rugir y aconsejar me que me fijara por dónde iba, ¿no? De hecho, cada vez que te veía, durante el desayuno o cuando fuera, siempre pusiste muy en claro la opinión tan mala que tenías de mí.
– Parecía que todo aquel que se encontraba con tus hermosos ojos verdes quedaba fascinado por ti -contestó Quin-. Confieso qué después de haberme escapado de una hermosa pero calculadora mujer, no estaba de humor para arriesgarme a una situación similar con la siguiente mujer hermosa con la que me encontré.
– ¿Yo? -inquirió Bliss mientras odiaba al mismo tiempo el impulso que la hizo preguntárselo.
– Aún más hermosa, debí decir -contestó. No parecía ser un halago, tan sólo una observación-. De inmediato reconocí que tú me darías problemas aun antes de saber…
– ¡Problemas! -interrumpió, lista a enfurecerse de nuevo. Sin embargo, se emocionó al enterarse de que la consideraba más bonita que Paloma Oreja.
– Sí, y eras, muy coqueta también…
– ¡No lo fui! -negó, rotunda.
– Eso pensé entonces -concluyó lo que Bliss no le dio tiempo de concluir.
– ¿Después… cambiaste de idea? -ella trató de serenarse.
– Por supuesto -confesó-. Aunque eso fue después de la llamada telefónica de Dom de Zarmoza, cuando él me pidió que te viera para averiguar si te podía ayudar en un país con el que no estabas familiarizada.
– ¿No consideraste que se podía tratar de mí cuando le prometiste llevarme a cenar?
– Eso ni se me ocurrió. El hotel de Lima era lo bastante grande como para que yo no viera a la dulce y gentil señorita Carter de la que Dom me habló. Cuando me contó que tu pasión era la arqueología, nació en mí la idea de que debías ser una mujer con anteojos, muy estudiosa, y que tal vez no estaba al tanto de qué existía todo un mundo aparte de la antigüedad. Recibí una fuerte impresión al descubrir que la mujer que fascinaba a la mitad de los hombres del hotel era la misma señorita Carter a quien yo debía llevar fuera a cenar -terminó.