– ¿Es cierto?
– Créeme, hasta que te conocí, no sabía lo que podía ser ese monstruo, ni lo poderoso que puede ser al apropiarse de uno.
Bliss abrió los labios por la sorpresa al enterase de que Quin sintió celos. Y, como si no pudiera resistírsele, Quin le besó los labios entreabiertos. El beso se profundizó poco a poco. Bliss le echó los brazos al cuello y transcurrieron largos y placenteros minutos.
Sabía que estaba ruborizada cuando él la apartó con delicadeza.
– Estás haciendo muy difícil, querida, que recuerde que le prometí a tu cuñado cuidar de ti -susurró con voz grave, muy diferente a su tono normal. Fijó la vista en las mejillas sonrosadas de Bliss antes de besarla con brevedad en la boca. Ahora, ¿de qué estábamos hablando? -Bliss estaba tan fascinada por él que no tuvo la menor idea, así que se alegró cuando él lo recordó-. Ah, sí, los celos… la plaga de los hombres.
– Y las mujeres -añadió la chica y no pudo evitar preguntarle-: Pero, ¿de quién sentiste celos?
– De cualquier hombre que se atreviera a mirarte -contestó con vacilación-. Sentí la primera punzada de celos esa noche en que cenamos en Lima.
– ¿Tan pronto? -estaba muy asombrada. Lo amó de nuevo cuando él sonrió al asentir.
– Claro que en ese entonces no reconocí que eran celos, sólo irritación por tus malos modales de coquetear con dos hombres que hicieron casi lo imposible por que les sonrieras, cuando entraron en el restaurante.
– Sólo estaba siento cortés con ellos -creyó que era necesario hacer la aclaración.
– Por supuesto -asintió-. Y he descubierto que no hay motivos para sentirme celoso. Aunque pasé un infierno al enterarme de Ned Jones… ¿estás segura de que sólo son amigos?
– Créeme que así es -rió con suavidad y de pronto supo que ya no le causaba incertidumbre el amor de Quin. Por eso le aseguró-: Te amo tanto, tanto, Quin Quintero.
– Mi amor -gimió. Siguió una larga pausa durante la cual le dio besos en todo el rostro-. Te dije una vez que eres un deleite…
– Lo recuerdo… ¿Hablabas en serio?
– Sí, entonces y ahora -declaró-. ¿Puedes dudarlo acaso cuando, debido a que yo quería estar libre para poder presenciar tu alegría y tus cambios de expresión, contraté a alguien más para que nos hiciera volar sobre las líneas de Nazca? -Bliss lo miró con azoro mientras él proseguía-. ¿O cuando, de regreso en Pisco, al mirar tu rostro animado y brillante, mi corazón me dio un vuelco? No pude evitar besarte.
– Quin -jadeó Bliss.
– Un beso, mi amor, nunca fue suficiente -susurró él con suavidad-. Y no te sorprenda que, temeroso de que adivinaras mis sentimientos, me alejara de ti para recuperar el control.
– Nunca lo adiviné.
– Bueno, eso es lo que quería. ¡Vaya que necesitaba recobrar la sangre fría después de eso! Me mantuve lejos de ti intencionalmente durante el resto de ese día.
– Tenías compromisos de trabajo -recordó Bliss.
– Más mentiras -confesó él-. Necesitaba estar separado de ti para pensar en lo que iba a hacer.
– ¿Tan mala estaba la situación?
– Vaya que sí. Esa mañana me dijiste que no querías mantenerme lejos de mi trabajo… era obvio que no sabías que, por pensar en ti y en las pocas oportunidades que tenía de que me amaras, estaba evitando que durmiera y comiera. Empecé a creer que me estabas volviendo, loco.
– Querido Quin -suspiró.
– Gracias por decirme eso -era obvio, por su sonrisa, que le encantó que lo llamara “querido”. La besó y continuó-. Decidí que, a partir de entonces, tendría que mantenerme distante y frío. Me dije que, cuando no te apareciste a la mañana siguiente para desayunar, era una lección muy merecida. Me fui a la oficina… pero cinco minutos después de haber llegado, llamé a la señora Gómez para ver si estabas bien.
Bliss apenas si podía creer que Quin le estuviera contando todo eso. Y por nada del mundo lo detendría.
– Sigue -insistió con suavidad.
– La señora Gómez me aseguró que estabas desayunando y que parecías estar bien, pero de todos modos yo estaba preocupado. Así que volví a casa al mediodía para confirmar por mí mismo que estabas bien.
– Me encontraste en la casa de la playa -declaró Bliss.
– Sí… pero sólo después de buscarte por todas partes. Al hacerlo, me di cuenta de lo desolada que sería mi vida si te fueras, y yo no hallaba la manera de retenerte a mi lado.
– No tenía la menor idea… -empezó á decir, atónita.
– ¿Puedes creer que, aun cuando ya había tomado la decisión de mostrarme distante y frío, de pronto te invitara a comer? -sonrió y la hizo mirarlo con los ojos brillantes de felicidad-. Ese fue el maravilloso día en que comimos en Pisco y regresamos a casa vía San Andrés. Entonces estuve seguro de que mi corazón estallaría de amor por ti.
– ¿De verdad? -inquirió la chica. Sus grandes ojos verdes estaban suaves y lo observaban con amor.
– Muy de verdad -aseguró-. Nunca olvidaré el placer inocente e intenso de tu rostro mientras paseamos por ese pueblo de pescadores -de pronto, como si la emoción que lo embargaba fuera demasiada, la apretó contra su pecho-. ¿Puedes culparme por querer pasear contigo al día siguiente, ayer, y tenerte toda para mí solo?
– Fuimos a ver las fabulosas Islas Ballestar -sonrió-. Me pareció que todo era increíble.
– Yo estaba contigo… ¿qué más podía desear? -intervino Quin.
– Pero… -dudó ella.
– ¿Pero? -la urgió.
– Anoche, durante la cena, estuviste tan callado, casi sombrío, y yo estaba segura de que estabas lamentándote de haber pasado tanto tiempo fuera de tu trabajo.
– Perdóname, tenía muchas cosas en qué pensar -se disculpó.
– ¿De tu trabajo?
– No, en absoluto -sonrió-. Aparte de un pequeño detalle que requirió mi atención, mi negocio marcha muy bien. Fui a la oficina los dos primeros días que estuviste aquí, porque no sabía cómo lidiar con la felicidad tan grande que sentía sólo por tenerte aquí, en casa. Necesitaba espacio, un lugar donde recuperar la compostura… y aprender a ocultar mis emociones. Sin embargo, el viernes pasado ya parecías haber descansado y estar bastante repuesta de tu agotamiento. Así que, sólo porque quería estar a tu lado, no vi motivo válido por el cual yo debía privarme de tu compañía.
– Me llevaste a un museo y… -lo miró con aire de complicidad-… me permitiste nadar en otro sitio que no fuera la piscina.
– La señora Gómez y Leya tenían instrucciones estrictas de cuidarte cuando o no estuviera en la casa -rió, y luego continuó, serio-: Ese viernes me asusté mucho.
– ¿Por qué? -inquirió ella, sorprendida.
– Estabas diciendo que te marcharías -contestó-. Yo no podía aceptarlo ni pensaba permitirlo, pero, cómo ya había percibido cierta necedad en tu naturaleza, ¿cómo rayos iba a detenerte?
– Malvado -rió-. Me blandiste ese museo como una zanahoria en la cara. Para no mencionar que me diste permiso de nadar en el mar.
– Nunca lo olvidaré -replicó-. Pensé que te hallabas en dificultades y corrí a salvarte… sólo para hallarme a mí mismo en serias complicaciones cuando abracé tu cuerpo semidesnudo. Luché por recuperar el control cuando me empujaste -hizo una pausa-. Bliss ¿lo imaginé o de veras fuiste consciente de mí “físicamente”?
– ¿Tengo que decirte la verdad? -bromeó.
– ¿Acaso no han terminado ya todas las evasiones, mentiras y engaños entre nosotros, querida? -cuestionó él.
– No, no lo imaginaste. Nunca antes sentí eso -confesó de inmediato.
Quin inclinó la cabeza y la besó. Fue como si hubiera pasado mucho tiempo desde el último beso. Le acarició los labios durante largo rato, antes de volver a separarse. Buscó en su mente el tema del que estaban hablando y continuó:
– Muy pronto, querida Bliss, me percaté de que estaba en un predicamento tremendo.