– ¿Debido a mí?
– ¿Debido a quién más? -le observó la boca, que tenía una mueca maliciosa-. Cada día tenía más miedo de que me anunciaras que te ibas… quería estar más tiempo a tu lado, no podía dejarte ir.
– Estuve dispuesta a decírtelo desde hace varios días -admitió.
– Entonces, mi intuición fue correcta -observó Quin.
– Pero cada vez que decidía que era hora de partir, tú me sugerías que fuéramos a un lugar… -se interrumpió-. ¿Lo hiciste premeditadamente? -descubrió, azorada.
– Creo que me estás conociendo muy bien, Bliss -sonrió y le provocó un vuelco en el corazón.
– No me sorprende que no tuviera la fuerza de rechazar tus invitaciones, pues quería tener la oportunidad de estar contigo un poco más de tiempo.
– Me alegro de que así fuera -comentó él sin vanidad y Bliss se acurrucó contra él.
– Así que yo no era la única que no tenía apetito por estar enamorada -comentó la chica.
– ¿Es por eso que no querías comer? -Quin se quedó de una pieza.
– Comía la mayor parte del tiempo -rió, y él la imitó. Sus miradas se encontraron, y compartieron la alegría que los embargaba.
– Tal vez fue mejor que no te confesara todo esto anoche, como era mi intención -murmuró Quin al mirar con calidez los ojos de Bliss, sus labios entreabiertos.
– ¿Cuándo entraste a mi cuarto? Pero si fuiste a devolverme el libro.
– Tu libro fue sólo un pretexto -corrigió Quin y la asombró al seguir hablando-. Estaba muy nervioso y necesitaba algo que rompiera el hielo cuando te viera… con la intención de explicarte, si era posible, mi engaño acerca de que tu hermana estaba en Francia, cuando en realidad no lo estaba.
Bliss tenía los ojos muy abiertos y le creyó, a pesar de que le costaba trabajo asimilar que Quin estuvo tan nervioso que necesitó un pretexto.
– ¿Tú… nervioso? -preguntó, de todas maneras.
– Nunca antes he sentido tanta inseguridad en la vida -admitió-. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para mantenerte a mi lado, pero cada vez se acercaba más el día en que debías regresar a tu país. Yo empecé a buscar con desesperación la forma de hacer que te quedaras más tiempo.
– ¡Querido! -suspiró y se dio cuenta de que, mientras que ella sufrió, Quin también pasó por un infierno.
– Recuérdame que te diga lo mucho que te quiero -le sonrió-. Sabía que debía confesar mi mentira, pero el tiempo transcurría sin que hubiera un momento propicio para hacerlo. No soportaba el pensar si quiera en despedirme de ti y estaba seguro de que, al revelarte el motivo por el cual te traje aquí, además de mi mentira, tú despreciarías mi amor.
– Nunca lo imaginé -lo besó con suavidad.
– Bueno, eso es lo que yo quería -sonrió y la abrazó-. Anoche, durante la cena, estuve muy tenso porque imaginaba que al mencionarte una sola palabra de mi engaño te irías de mi casa. Es por eso que no te dije una sola palabra mientras comíamos.
– ¿Fue entonces que decidiste que irías a verme a mi cuarto?
– No, después de la cena. Yo fui a caminar y llegué hasta la casa de la playa. Cuando me di cuenta de que pasaría otra noche solitaria y larga antes de que volviera a verte para desayunar, decidí que ya era hora de actuar.
– Fuiste a verme…
– Y de inmediato olvidé todas mis frases ensayadas cuando tú creíste que había ido a pedirte que te fueras. Entonces, empecé a hacer todo lo que quise hacer ese día. Te abracé. Nos besamos y, por un momento breve… estuve en el paraíso.
– Pero… te… fuiste -le recordó con cierta timidez, a pesar de estar segura de que podía hablar de todo con Quin.
– Amor mío, ¿qué se suponía que tenía que hacer? Te deseaba, y tú a mí, lo sabía. Pero tu rubor, tu timidez… De pronto me percaté de ello y supe que debía irme mientras todavía pudiera.
– ¿Por que no te pareció adecuado que nosotros… cuando no me habías explicado nada? -inquirió Bliss.
– Sí, además del hecho de que mi amigo me pidió que le prometiera que cuidaría de ti porque estabas exhausta y necesitabas descansar. Fue por eso que te hice venir aquí. Pero yo habría roto mi promesa si me hubiera quedado contigo esa noche.
– Creo que eres el hombre más honorable que he conocido en mi vida -susurró Bliss con ternura.
– Yo también -sonrió Quin.
Fue agradable reír con él, sentir la piel de su rostro contra la del suyo mientras lo abrazaba.
– Recuérdame que te diga lo mucho que te quiero -suspiró la chica.
– Todos los días lo haré -aseguró-. Después de dejarte, no sabía qué hacer. Pasé la peor noche de mi vida, todavía conmovido por la forma en que respondiste a mí. Y al mismo tiempo me invadió la desesperación al imaginar que, cuando te dijera la verdad, lo único que sentirías por mí sería un odio enorme por haberte quitado la oportunidad de visitar a tu hermana mientras estabas en Perú.
– Si esto te consuela, yo tampoco dormí mucho -intervino Bliss y se besaron con amor y comprensión mutuos.
– Espero que haya habido más claridad en tu mente que en la mía esta mañana -murmuró Quin con una sonrisa.
– ¿Aún no habías decidido lo que ibas a hacer?
– Todo lo que sabía, cuando amaneció, era que pasaría todo el tiempo posible a tu lado, pues en cualquier momento te marcharías.
– ¿Es por eso que fuimos a Tambo Colorado?
– Por supuesto -confesó-. Fue un desastre, ¿verdad? Quería revelarte que te amaba, pero al mismo tiempo no me sentía seguro. ¿Y si te asustaba al hacerlo? Entonces fue cuando empecé a recordar todo lo que pasó entre nosotros y cada palabra que nos dijimos desde que nos conocemos.
– ¿Llegaste a una conclusión?
– Empecé a esperanzarme -contestó Quin-. Comencé a creer que si hubieras reaccionado así con cualquiera de tus amigos, como respondiste cuando te abracé en tu cuarto, entonces no podrías ser virgen todavía. Así que eso implicaba que nunca habías reaccionado así con otro hombre. Lo cual esperé que significara que yo era “especial” para ti de alguna manera.
– ¿Te lo revelé todo, verdad? -rió Bliss.
– No todo -replicó Quin-. Lo esperaba, pero no estaba convencido de que así fuera. Después de la comida, cuando estaba en la fábrica, no pude dejar de pensar en ti. Y volví a recordar la mañana en Tambo Colorado. Al principio lamenté que, cuando cualquier persona interesada en la arqueología habría sentido emoción, tú apenas si mostraste un ligero interés.
– Lo… notaste.
– Soy muy consciente de casi todo lo que haces, querida. Empecé a tratar de ver qué había terminado con tu entusiasmo. ¿O acaso lo que sucedía era que habías encontrado algo de mayor interés? Cuando empecé a relacionar esos pensamientos con la forma en que anoche estuviste conmigo con la forma en que respondiste, esperé que estuvieras interesada en mí, que yo fuera “especial”. Y mi esperanza aumentó y aumentó. Sin darme cuenta, subí al auto y vine a la casa a buscarte, a toda velocidad.
– Me encontraste haciendo mi equipaje -sonrió Bliss.
– Primero me encontré a Leya, quien me dijo que te había visto correr del cuarto de estar a tu dormitorio, muy triste y acongojada. ¿Acaso te sorprende ahora que haya entrado en tu cuarto sin llamar a la puerta?
– Me alegro de que lo hicieras -rió la chica.
– Ya somos dos -de nuevo se besaron y guardaron silencio un tiempo. Quin pareció recobrar la sangre fría y tratar de reiniciar la conversación-. A propósito, ¿por qué llamaste a Jahara? ¿Querías saber si Dom y tu hermana ya habían regresado?
– No podía dejar de pensar en ti -aclaró Bliss-. Marqué el número de Erith sólo para poder concentrarme en otra cosa. Tuve la impresión de mi vida cuando Erith fue quien contestó.
– ¿Le avisaste que estaba conmigo, en Paracas?
– Le anuncié que estaba cerca de Nazca. No quise mentirle -añadió con rapidez-. Lo que… pasa es que se supone que mañana debo estar en Cuzco -recordó de pronto.