– No seas necia, linda -insistió Erith y de pronto Bliss tuvo un remordimiento de conciencia al darse cuenta de que su hermana era feliz y de que ella representaba la única nube en su horizonte.
– Bueno, ¿cómo se llama? -inquirió Bliss-. ¿Acaso tengo que estar todo el día de mañana en el hotel para esperar a que me llame?
– Eres encantadora cuando no eres tan obstinada -comentó Erith con sequedad, pero a Bliss le pareció que estaba mucho más aliviada y feliz ahora que ella había cedido-. Dom lo llama Quin, aunque es probable que él se presente más formalmente como Quintín Quintero. Proviene de una antigua y aristocrática familia peruana -prosiguió hermana como para mostrar que era un hombre muy estimado.
– ¿Vive en Lima? -preguntó Bliss. Quería pedirle el teléfono de Quintero a Erith, y así le prometería que lo llamaría si lo necesitaba. Pero Erith ya le informaba que no vivía en Lima.
– Es un industrial que tiene fábricas allá, pero, como también cree en el apoyo a las industrias locales, tiene una planta de procesamiento de pescado en la región costera donde vive -explicó Erith. Todo estaba muy bien, se dijo Bliss, pero de todos modos tendría que quedarse todo un día esperando a que él se comunicara con ella-. Dom estudió en la universidad con él y le tiene plena confianza -prosiguió Erith con la intención de decirle que Bliss también podía confiar en ese hombre.
– ¿Habla inglés? -preguntó Bliss, resignada al hecho de que si no quería molestar a su enamorada hermana, tendría que acceder.
– Dom me contó que su amigo hizo un año de postgrado en Oxford -contestó Erith y Bliss notó que había cierta calidez en la voz de su hermana cada vez que ésta mencionaba el nombre de su esposo.
– Bueno, me dará gusto conocer a su amigo -¿qué le podía decir? Trató de fingir entusiasmo mientras imaginaba que al día siguiente por la tarde se quedaría en el hotel-. ¿Crees que pueda llamarme muy temprano mañana? -inquirió.
– Se pondría en contacto contigo esta noche -rió Erith y Bliss se percató de que la conocía mejor de lo que ella misma imaginaba-. Te va a llevar a cenar.
Bliss colgó después de que Erith le informó que Quin Quintero la llamaría a las ocho. Tomó su reloj y se dio cuenta de que todavía faltaba mucho tiempo, así que fue a darse un baño.
A los diez para las ocho, ya se había puesto un vestido verde. Supuso que, como Quin Quintero estuvo en la universidad con su cuñado, también debía tener treinta y seis años.
Claro que eso no tenía importancia, se dijo mientras revisaba en el espejo que su ligero maquillaje estuviera perfecto y que su largo cabello rojo ya no necesitara más arreglo. En ese momento se dio cuenta de que tenía mejor ánimo.
No sería un problema cenar con el aristócrata Quin Quintero, quien al parecer era un pilar de la sociedad peruana. Además, lo convencería de que no necesitaba de su ayuda, sino que eran su hermana y su cuñado quienes se preocupaban por ella.
Cuando el reloj dio las ocho en punto, Bliss esperó a que alguien llamara de la recepción para avisarle que un señor Quintero la esperaba abajo. Sin embargo, el teléfono no sonó y, un minuto después, alguien llamó a la puerta. Era obvio que el señor Quintero había preguntado en la recepción el número de la habitación de ella, para buscarla en persona.
Bliss sonrió al abrir. Y cuando lo hizo… su sonrisa desapareció. El hecho de que la expresión del alto hombre de ojos grises también se altera con rapidez fue pasado por alto por Bliss, quien preguntó con cortedad:
– ¿Sí? -entonces, se hizo la luz y lo entendió todo-. ¡Oh, no… no usted! -exclamó Bliss.
– ¡No lo puedo creer! -estaba igual de impresionado y molesto que ella. Bliss se irritó… algunos hombres que conocía se alegrarían mucho por llevarla a cenar.
– Usted no… -se interrumpió-. ¿Es usted Quintín Quintero?
– Entonces es verdad -gruñó él.
– ¿Qué es verdad?
– Que usted es la mujer, y cito, “dulce y gentil y con una agradable personalidad”, a quien he venido a llevar a cenar.
– Gracias por venir, señor -Bliss alzó la barbilla, desafiante-. Considere su deber cumplido -comentó con arrogancia y vio que lo ojos de él relampagueaban-. No iría a cenar con usted ni por…
– ¿Qué edad tiene? -interrumpió Quintero.
– Veintidós años -contestó… a pesar de que no quería hacerlo.
– Entonces actúe como una mujer de su edad -rugió.
– ¿Qué…? -se quedó atónita.
– Deje de portarse como una niña y muestre agradecimiento de que su cuñado…
– ¡Vaya! -se quedó de una pieza.
– Su cuñado, para no mencionar a su hermana, esté preocupado por usted, por su salud, su delicado…
– ¡Mi salud! -se enojó Bliss. Había decidido que ya estaba harta de estar enferma y que a partir de ahora ya no lo estaría más-. No hay nada de malo con mi salud -le espetó mientras miraba con fijeza al peruano de sombría expresión.
Sin decir nada, él la miró por debajo de su aristocrática nariz durante algunos segundos. De pronto, sus ojos brillaron con burla.
– ¿Y tampoco hay nada de malo con su apetito? -comentó y de inmediato Bliss se puso a la defensiva. Ahora que él ya no estaba enojado la chica no confiaba mucho en esa sorna.
– ¿A qué se refiere con eso? -inquirió con hostilidad.
– ¿Desea que llame a su hermana y le diga que no cenamos juntos porque usted no tenía hambre? -se encogió de hombros.
Bliss abrió la boca por la sorpresa. Qué hombre tan… Recobró la compostura y estuvo apunto de decirle que lo hiciera, cuando recordó cómo se preocupó Erith cuando Bliss tuvo pulmonía, cómo la cuidó y la alentó para que recobrara el apetito. Bliss odió a Quin Quintero porque él tenía la ventaja… y parecía ser consciente de ello.
– ¡Eso es un chantaje! -exclamó Bliss, furiosa. Demasiado tarde se dio cuenta de que cayó más en poder de ese hombre al confirmar que no quería que su hermana se preocupara. Tarde se percató de que debió sugerirle que se fuera al demonio.
– No, tan sólo estoy cumpliendo con mi palabra -declaró Quin Quintero-. Mire -prosiguió sin temor de ofenderla-, yo no deseo más que usted llevar a cabo este ejercicio. Pero Domengo de Zarmoza es muy buen amigo mío desde hace años -aclaró muy bien la situación-, y le he asegurado que, como usted es ahora un miembro de su familia, sería un placer para mí llevarla a cenar y ponerme a su disposición si llega a tener cualquier problema.
Bliss supuso que sólo tenía un problema… él. Sin embargo, se daba cuenta de que, o lo acompañaba para que él pudiera cumplir su promesa a su viejo amigo, o él le hablaría por teléfono a Dom de inmediato. Lo cual le provocaría pesadillas a Erith y tal vez ella y su esposo interrumpirían su luna de miel para volar para Lima y asegurarse, personalmente, de que Bliss estaba bien.
– Esto es ridículo -replicó Bliss y, como no tenía opción, tomó su bolso y salió del cuarto.
Sin pronunciar una palabra más, caminaron hacia los ascensores. Sí era algo ridículo se molestó Bliss. No quería cenar con ese hombre ni él quería cenar con ella. ¿Y qué estaban haciendo? ¿Yendo a cenar juntos?
Quin Quintero decidió que podrían cenar en el mismo hotel en el que estaban hospedados, y eso fue obvio porque el ascensor se detuvo e el piso donde estaba el restaurante. Ambos salieron.
Ya estaban terminando casi de comer el primer platillo y no se habían vuelto a dirigir la palabra. De pronto, Bliss fue consciente de que Quin Quintero la estudiaba. Alzó la vista con rapidez y se percató de que él le observaba el cabello rojizo:
Él le quitó la vista de encima y le preguntó con calma:
– ¿Puedo ayudarla en algo, señorita?