Выбрать главу

Pierre Dominique representaba a la clase política triunfante en Francia, a un gobierno aliado y amigo de Hitler y de Franco, nada menos, cuyas afinidades con los «comunistas» derrotados y refugiados de la república española eran más bien escasas. El antimarxismo galo era tan visceral que resultaba hasta patético.

– Espero, querido amigo de Sá -dijo Dominique con tono severo, fijando en mí la mirada intensa y penetrante que se convertiría pronto en marca de la casa- que cornprenda que no va usted a encontrar en mí un aliado fácil. Y se lo digo con gran sentimiento porque nuestra amistad viene de lejos, pero… -y se encogió levemente de hornbros; las fortunas cambian y los sentires, también y, por lo general, de manera simultánea. De modo que, en lugar de invocar tiempos pasados, respondí:

– Y yo aprecio su franqueza.

– Me debo al mariscal Pétain y al nuevo sentido de la Francia renacida.

– … ni yo le voy a pedir que traicione por amistad -sonreí-, sus lealtades o sus convicciones. No lo creería posible. De hecho -añadí levantando una mano para no parecer agresivo-, sólo querría solicitar de usted un servicio perfectamente normaclass="underline" mi acreditación como corresponsal que soy de una serie de periódicos y agencias latinoamericanas… El Sol de México, La Nación de Costa Rica, El Tiempo de Bogotá y Clarín de Buenos Aires, entre otros. Traigo la lista completa y las acreditaciones necesarias en español y francés.

Bendije en silencio a mis amigos latinos que me las habían facilitado días antes en París. Y como me pareció que Fierre Dominique respiraba aliviado, volví a sonreír. Extendí las manos y dije:

– Sencillo, en realidad – por un momento pensé que estas últimas palabras estaban de más y que mi interlocutor detectaría la ironía, pero no fue así. Fierre Dominique estaba tan pagado de su importancia que hubiera sido incapaz de detectar ironía alguna aunque la tuviera delante como en aquel momento.

– En ese caso… no será difícil -contestó con tono paternal y afectuoso-. No habrá dificultad en que lo acreditemos como miembro de la prensa extranjera.

No estoy muy seguro de qué fue antes, si el huevo o la gallina, y no podría jurar si se les ocurrió a mis amigos los diplomáticos latinoamericanos o a mí que yo actuara de coordinador de todos frente a las autoridades francesas por el tiempo que duraran las hostilidades. Debió de ser a ellos, porque sólo a un grupo de diletantes con un conocimiento restringido de la situación en Francia y con una comprensión más que limitada de la capacidad de maniobra de un tipo como yo en la Europa del nazismo, podía ocurrírseles proponerme que los guiara por los vericuetos de un país derrotado por los enemigos de casi todo lo que apetecían. ¡Qué disparate! Y sin embargo, así había sido y en Maxim’s nada menos, con tres botellas de la mejor Viuda. Claro que les dije que, para justificar mi presencia en donde fuera que quedara establecida la capital de Francia si París tenía que ser evacuado y el gobierno decidía proseguir la lucha desde otro lugar (ya pensábamos entonces que de ser alguna capital, sería una bien lejana, como Burdeos), lo más conveniente sería acreditarme como periodista. Una cosa de este tenor no podía ofender a nadie y tendría la ventaja de «mantenerme controlado». Además, ¿qué me iban a hacer a mí, que era casi más francés que los propios franceses y que había vivido en París más de la mitad de mi vida? En fin, a lo que voy: esta concatenación de circunstancias me hace pensar que la cena en Maxim’s debió de celebrarse en torno al 6 de junio, una semana antes de la entrada de las tropas alemanas en París y diez días antes del armisticio, es decir, más o menos un mes antes de mi entrevista con Pierre Dominique. Sé, eso sí, que al día siguiente de la cena, emprendí viaje por carretera hacia la Costa Azul con la intención de poner tierra de por medio y esperar allí el desarrollo de los acontecimientos.

Pierre Dominique abrió el cajón de su mesa y de él extrajo una hoja de papel de carta del hotel du Pare.

– No hemos podido imprimir aún formularios en papel oficial -dijo inclinando la cabeza en señal de confusión personaclass="underline" sin duda, esta carencia de medios le parecía impropia del gran Estado francés-. En fin -alisó la hoja sobre el secante y con puntilloso cuidado sacó de su bolsillo una pluma estilográfica de manufactura alemana con la que se dispuso a rellenar el documento, leyendo en voz alta al tiempo que lo hacía-: El gabinete civil del Mariscal de Francia requiere de las autoridades civiles y militares que presten a monsieur Manuel de Sá, subdito francés nacionalizado residente en esta ciudad de Vichy en el hotel… -levantó las cejas en señal de interrogación.

– Carltón -me apresuré a decir.

– Carltón, sí, toda la asistencia que necesite en el desempeño de sus funciones como corresponsal de prensa extranjera. Vichy, tres de julio de 1940. Ya está.

Del mismo cajón sacó un sello de tinta y lo apuso al documento tras firmarlo. Era un sello redondo en cuyo centro aparecía la doble hacha de la Francisca (un nombre que siempre me pareció ridículo; cuando no nos oía nadie, la llamábamos la puta Paquita), símbolo de la nueva Francia, que surgía poderosa de un campo sembrado y por delante de un gran sol naciente. El borde superior llevaba la inscripción État Françáis y en el inferior podía leerse Cabinet civil du Maréchal.

– Aquí tiene. Con este documento obtendrá en el servicio de prensa la acreditación necesaria para su labor. Espero que le sea útil para contar con objetividad al mundo lo que está ocurriendo aquí.

– Desde luego -contesté, pensando que la censura se encargaría de que así fuera, pero bueno, las cosas estaban de esta guisa y poco se podía hacer-. Le agradezco muchísimo la ayuda que me presta y le aseguro que no lo defraudaré. Tengo, sin embargo, otro favor que pedirle.

Dominique frunció el ceño.

– Usted dirá.

– Un grupo de diplomáticos latinoamericanos, acreditados todos ellos ante el gobierno de Francia, desea constituirse en… digamos… una asociación latinoamericana de amigos de Francia, una especie de círculo informal, un, supongo que lo podríamos denominar Grupo Latino. Verá: se trata más bien de crear…

– ¿Un grupo de presión? -preguntó Dominique sin esconder en su voz el horror que tal prospecto le causaba.

– ¡No, no! -exclamé con apresuramiento alzando las dos manos-. ¿Cómo quiere que ellos presionen sobre nada? Bueno -me corregí-, sólo presión tal vez en el sentido… teniendo en cuenta lo lejos que están todos ellos de su continente y lo que esta circunstancia debilita su influencia individual… en fin, quiero decir que juntos podrían acaso realizar gestiones, démarches, digamos que informativas que los ayuden a comprender mejor la situación europea y las complejidades de la guerra. Las otras gestiones, las que son propias del más elevado tenor político, deberá resolverlas cada embajada por su cuenta. Estoy en lo cierto, ¿verdad? Estoy convencido, sin embargo, de que este grupo también podría realizar démarches amistosas en provecho de Francia si así le fuera requerido…

Dominique carraspeó.

– ¿Y quién coordinaría ese grupo?

– Bueno… probablemente el ministro mexicano, monsieur Luis Rodríguez, pero creo que ellos quieren… en fin, que yo podría ayudarles para que no perdieran el sentido… no olvidaran el objeto de… en fin, ya sabe usted.