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– Esto no tiene nada que ver con tu madre. Estamos hablando de tu vida.

– Pero el banquete…

– No pasa nada. La gente tiene que comer de todas formas.

¿Era esa la única razón por la que seguía adelante? ¿La preocupación por el dinero del banquete, el enfado de su madre?

– Dile a Mike… -Willow no terminó la frase. ¿Qué? ¿Que lo quería pero no podía casarse con él? Sería mejor no decir nada.

– No te preocupes, cariño -murmuró su padre-. Déjeme en la esquina y llévese a mi hija a casa -añadió, dirigiéndose al conductor. Unos segundos después, Willow salía del coche-. En cuanto a tu madre… quizá sería buena idea desaparecer durante unos días.

¿Por qué seguía adelante? ¿Por qué iba a casarse? ¿Por qué iba a dirigir el Chronicle? ¿Para no defraudar a su padre? Solo tenía una vida, como Cal le había recordado. Solo tenía una oportunidad de hacer las cosas bien. No tenía tiempo para vivir los sueños de los demás.

¿Y Willow? Mike la quería. Ella era lo mejor que le había pasado nunca, pero quería tener una carrera. Mike no era tonto. Willow estaba deseando que le dijera que debía aceptar el trabajo en el Globe.

Se había dado cuenta y una parte de él hubiera querido decir «adelante, no pierdas un minuto de tu vida». Pero había otro lado, uno más oscuro. Si él no podía tenerlo todo, tampoco podía ella.

¿Qué clase de pensamiento era ese? ¿Cuánto tardarían en desear no haberse casado?

En alguna parte alguien estaba tocando el órgano, como música de fondo para los invitados que ocupaban sus sitios en la iglesia.

El sol entraba por los cristales emplomados, iluminando el suelo de mármol con brillos azules, rojos y verdes. Pero Mike tenía frío y el olor de las flores empezaba a marearlo.

¿Cuánto tiempo faltaba? Mike miró su reloj. Willow llegaba tarde. ¿Nervios de última hora? ¿Y si no aparecía? ¿Cómo se sentiría? ¿Desolado o aliviado?

– No te preocupes tanto, Mike. No he perdido los anillos.

Aliviado.

– Cal, ¿qué pensarías si te dijera que no quiero hacer esto?

Su amigo lo miró, perplejo.

– ¿Lo dices en serio? -preguntó. El rostro de Mike debía ser la respuesta-. Durante la última semana parecías un hombre condenado a la horca. Creí que era por el periódico…

– Y lo era. Y por el exprimidor de Josie.

– ¿Qué tiene que ver el exprimidor? -preguntó Cal, que no salía de su asombro-. Será mejor que te decidas, Mike. En cuanto Willow aparezca por esa puerta, estás comprometido.

– Ya estoy comprometido. No puedo…

– Si tienes dudas de verdad, debes marcharte. Ahora mismo.

– Dile que… -empezó a decir Mike. ¿Qué? ¿Qué podía decirle? ¿Que la quería, pero que aquella no era la vida que siempre había querido vivir?-. Dile a su padre que yo pagaré por todo esto…

– Lo haré. Ahora, vete. Tengo cosas que hacer.

Capítulo 2

¿Qué había hecho? ¿Qué demonios había hecho? Mike conducía sin pensar, solo deseando salir de Melchester, sin ver siquiera los coches y los camiones, sin ver nada más que a Willow llegando a la iglesia con su padre, esperando verlo en la puerta, dispuesto a comprometer su vida con ella. Había estado dispuesta a rechazar el trabajo de su vida por él. Y él no estaba allí. Mike se pasó la mano por la cara, sintiéndose enfermo y dolido, sorprendido por la infelicidad que iba a causar porque no podía vivir la vida que se esperaba de él desde el día de su nacimiento.

Al menos, eso había dejado de ser un problema. Su padre probablemente lo habría criticado desde el pulpito. Lo habría deshonrado públicamente. Si volvía a Melchester antes de diez años, probablemente sería linchado.

Tendría que escribir a Willow para explicar… ¿Qué? ¿Que no era el hombre que ella creía que era? ¿Que su padre había aprovechado aquel matrimonio, usándolo para convertirlo en una imagen de sí mismo? ¿Cómo iba Willow a entender cómo esa idea le robaba la vida? Debería habérselo contado desde el principio, pero no había querido que un coqueteo se convirtiera en un compromiso de por vida. No había esperado enamorarse de esa forma.

Y ya era demasiado tarde para explicaciones. Lo mejor era escaparse. Que ella lo odiase, en lugar de intentar hacerla entender. Que no tuviera la más mínima duda de que la culpa de todo era suya.

Se había terminado y lo único que tenía que hacer; era desaparecer. Pero primero necesitaba comer algo o se desmayaría sobre el volante.

La autopista estaba atestada de coches, turistas rurales que volvían a Londres de sus vacaciones. Willow intentaba no pensar en su maleta para la luna de miel, esperando en el hotel donde Mike y ella debían celebrar el banquete y pasar la noche de bodas. Una maleta llena de biquinis, vestidos de noche y lencería de encaje que Crysse y ella habían comprado durante una visita a Londres después de que Mike le regalase un anillo de diamantes.

Justo después de que la fotografía de la pareja apareciese en la revista Country Chronicle, con el anuncio de su inminente boda.

Willow miró su mano, apoyada sobre el volante. Parecía desnuda sin el anillo.

Frente a ella, un cartel señalando un restaurante de carretera, su salvación.

Estaba a punto de empezar una brillante carrera y no era el momento de tener un accidente. Y si no lograba contener las lágrimas, lo tendría.

El aparcamiento estaba lleno de coches. Willow no quería pegarse con nadie para que la atendieran, pero tenía que comer. Solo había tomado un bol de cereales y en cuanto al almuerzo… en fin, el almuerzo debía haber sido un banquete con brindis y saludos de todo el mundo mientras los fotógrafos hacían fotografías que aparecerían al día siguiente en las revistas locales. Willow tuvo que sacar la caja de pañuelos de la guantera.

Había guardado vaqueros, camisetas y ropa interior de algodón en una bolsa de viaje para salir de Melchester. Nada parecido a lo que había pensado ponerse unas horas antes.

Los pañuelos que secaban sus lágrimas tampoco debían formar parte de su equipaje. Aquel día solo debía haber tenido en la mano un pañuelo de encaje, perfecto para secarse un par de lágrimas de felicidad.

Sin poder evitarlo, Willow dejó caer la cabeza sobre las manos que sujetaban el volante, pensando en lo que había hecho. Veía a Mike esperándola en el altar, volviéndose para ver entrar a su padre…

Solo.

¿Cómo podía haberle hecho eso al hombre que amaba? ¿Cómo podía haberlo humillado delante de todo el mundo?

¿Qué podría decir? ¿Qué podría hacer? Cal se lo llevaría de la iglesia…

La iglesia. Los invitados. Los comentarios en voz baja. Willow lanzó un gemido. Su padre no le había reprochado lo que había hecho, pero su madre no haría lo mismo.

¿Y qué pasaría con la cinta de raso que Mike y ella debían haber cortado durante el banquete?

– ¿Se encuentra bien, señorita?

Willow levantó la cabeza. Era un hombre de uniforme, seguramente el encargado del aparcamiento.

– Sí, gracias. Solo necesito un café.

– Coma algo. Y échese una siesta. No debería conducir si está cansada.

– Estoy bien, de verdad. Y no tengo ninguna prisa -dijo Willow. Y era cierto. No tenía prisa por llegar a ninguna parte porque nadie la estaba esperando-. Pero no se preocupe, comeré algo.

El hombre volvió a su garita y Willow entró en el abarrotado cuarto de baño. Después de lavarse la cara, se pasó la mano por los rizos oscuros, intentando destrozar el elaborado peinado que le habían hecho por la mañana. Intentando distanciarse de la novia que se suponía que era.

¿Cómo iba a poder soportar las siguientes cuatro semanas, antes de incorporarse al Globe? ¿Qué iba a hacer? No podía enfrentarse con su madre. Ni con Crysse, que jamás entendería lo que había hecho.