Había un puesto de periódicos cerca de la puerta y Willow tomó el Chronicle. Habían publicado su artículo sobre la residencia de verano para niños huérfanos y recordó entonces la invitación de Emily Wootton de unirse a los voluntarios para pintar la casa.
¿Por qué no? ¿Por qué no presentarse voluntaria, pasar un par de semanas alejada de todo y de todos mientras hacía algo por los demás? Algo que la dejase agotada cada día para no pasarse las noches en blanco preguntándose dónde estaría Mike, qué estaría pensando.
Prefería no saberlo.
Willow compró el periódico y la chocolatina más grande que encontró, por si acaso el trabajo duro no era suficiente para consolarla, y decidió llamar a Emily. Con el bolso en una mano y el periódico y la chocolatina en la otra, intentó buscar el móvil mientras se dirigía hacia el restaurante.
Mike vio la cola del autoservicio y cambió de opinión. Compraría una lata de refresco y un bocadillo y lo comería en el coche. Sin mirar, se volvió y se chocó contra alguien, enviando un móvil, un periódico y un bolso negro por los suelos. Por un momento, no pudo moverse, experimentando una dolorosa sensación de déjá vu. Y entonces se encontró con un par de ojos azul eléctrico.
Tratamiento de choque.
Mike, atónito, esperó que Willow le diera una bofetada, que empezara a gritarle y a vapulearle hasta que el servicio de seguridad los echara del restaurante.
Ella abrió la boca, como si fuera a decir algo. Y después la cerró, atónita. Mike sabía exactamente cómo debía sentirse.
Alguien lo empujó, murmurando una disculpa, y por fin Mike pudo agacharse para tomar las cosas del suelo. Cuando se incorporó, ella no se había movido.
– Willow…
– Mike…
Se quedaron mirándose el uno al otro, sin terminar la frase.
– Debería…
– Yo no quería…
– Tenemos que dejar de encontrarnos de esta forma -dijo entonces Mike.
– Sí -murmuró ella, poniéndose colorada. El corazón de Mike dio un vuelco. Aquellos ojos azules, sus mejillas coloradas, el pelo negro… El efecto no había disminuido con la familiaridad-. Yo… iba a comer algo.
– Hay una cola horrible.
– Sí.
Ella parecía dispuesta a marcharse y Mike alargó la mano para detenerla. Pero no se atrevió a tocarla.
Sabía que su piel sería como la seda bajo sus dedos y que después…
– Supongo que no tardarán mucho en servirnos -murmuró, abriendo la puerta. No quería que se fuera. Él había salido huyendo de la boda y todo lo que simbolizaba. No de Willow-. ¿Nos arriesgamos? Necesito…
Willow hubiera deseado salir corriendo. Hubiera querido morirse. Plantar a un hombre en la iglesia era una cosa, encontrarse con él en un restaurante de carretera cuando una intentaba escapar era otra muy diferente. Era una pesadilla, el castigo para su pecado. Pero Mike merecía una explicación. No una carta, sino una explicación cara a cara. Sería más difícil de esa forma, pero después, quizá, se sentiría mejor…
No, eso era imposible. Nada la haría sentirse mejor.
– Sí -consiguió decir, mientras guardaba sus cosas en el bolso y tomaba una bandeja. Cualquier cosa para mantener las manos ocupadas, para no lanzarse sobre él rogándole que la perdonase, diciendo que había sido un terrible error. Que lo quería con todo su corazón.
– ¿Tienes mucho hambre? -preguntó Mike tontamente, mientras se acercaban al mostrador.
– No.
– Yo tampoco. Solo quería tomar un café y un bocadillo para no desmayarme en la autopista. No he desayunado nada.
– Yo tampoco -murmuró ella sin mirarlo-. ¿No te has quedado… al almuerzo, con los invitados?
– No. Yo… pensé que estarías en casa…
– ¿Con mi madre? Se me ocurren mil sitios mejores. Mongolia, por ejemplo -Willow daría cualquier cosa por poder cerrar la boca, pero estaba tan nerviosa que no podía dejar de hablar-. ¿Te apetece un poco de pasta?
– Cualquier cosa -contestó él, mirando a la camarera-. Dos platos de pasta, por favor.
Willow tomó dos platos de ensalada y se dirigió hacia las bebidas. Ella tomó una botella de agua mineral y él una lata de refresco.
– Luego vendré por el café -murmuró, buscando el monedero en el bolso. Pero Mike pagó antes de que lo encontrara.
Poco después encontraron una mesa, pero ninguno de los dos comió demasiado. Básicamente, se dedicaban a mover la pasta en el plato, sin mirarse.
– ¿Dónde ibas?
– Pues… no lo sé. ¿Y tú?
Mike se apoyó en el respaldo de la silla.
– Tan lejos de Melchester como pueda. Supongo que irás a Londres, ¿no?
– No lo sé. Por ahora, solo quería alejarme de mi familia.
– No quieres que te miren con cara de pena.
– No sé si iban a mirarme con pena precisamente…
– Los silencios cuando entras en una habitación… -murmuró Mike, cerrando los ojos-. Ha sido imperdonable.
– Lo siento mucho, Mike…
– Lo siento mucho, Willow…
Los dos habían hablado a la vez y ambos levantaron la cabeza, sorprendidos.
– Sé que no podrás entenderlo…
– No sé cómo explicarte… -dijo Mike.
Willow frunció el ceño.
– ¿Por qué te estás disculpando? Yo soy la que te ha dejado plantada. Era un exprimidor espantoso -empezó a decir, sin pensar. No quería que él le dijera cuánto le había dolido. Podía verlo en sus ojos-. Era como una pesadilla, imaginarme en esa cocina, con el mandil puesto todas las mañanas durante el resto de mi vida. Haciendo zumo de naranja. Sé que eso era lo que tú querías y pensé que yo también, pero no es así. Aún no…
– Willow…
– La verdad es que no creo que nunca esté dispuesta a hacerlo -siguió ella, levantando la mirada-. ¿Es eso tan horrible? ¿Es tan espantoso desear una carrera más que…?
– ¿Que a mí?
– ¡No es eso!
– ¿Entonces?
Willow sacudió la cabeza. ¿Cómo podía explicárselo?
– Me di cuenta cuando iba a la iglesia. Me di cuenta de que casarme sería el final de mi vida, no el principio. Y eso era un error, ¿no te parece? -preguntó. Sin pensar, tomó la mano de Mike, que la miraba, perplejo-. Lo siento mucho. Ahora me doy cuenta de que también fue culpa mía. No debería haber dicho que sí cuando me pediste que me casara contigo.
– ¿Y por qué dijiste que sí?
– Porque… porque en ese momento estaba segura.
En ese momento, sabía que lo quería. Pero no podía decirlo. Si lo quisiera de verdad, no estaría allí. Estaría tomando champán, feliz…
– Y entonces recibiste esa oferta de trabajo y te diste cuenta de que había cosas más interesantes.
Willow hubiera deseado apartar la mano, pero Mike la sujetó.
– Lo siento mucho, Mike. Sé que no puedes entenderlo y yo no sé qué decir. No quería hacerte daño por nada del mundo. Pero, ¿es que no lo ves? Casarme contigo cuando sentía que era una equivocación hubiera sido mucho peor.
Mike la estaba mirando con una expresión extraña y Willow consiguió apartar la mano, avergonzada de algo que, unas horas antes, le habría parecido lo más natural del mundo.
– Mira, Willow…
– ¿Fue horrible? ¿A tu madre le dio un ataque de histeria?
– Probablemente -contestó él, con un brillo casi de humor en los ojos grises.
– ¿No te quedaste? No te culpo, claro. Tus padres… han sido tan generosos… Nunca lo entenderán, ¿verdad?
– Nunca.
– Deben odiarme.
– Yo no me preocuparía por eso. Serás el segundo objetivo en su odio. El primero soy yo.
– ¿Estás diciendo que te culparán a ti? ¿Por qué?
– Porque soy una desilusión para mis padres.
– Pero tú no has hecho nada…
Mike volvió a tomar su mano.
– Sí lo he hecho. No sé si mi madre o la tuya se pusieron histéricas, Willow. No tengo ni idea de lo que dijo mi padre, no lo sé porque yo no estaba allí -explicó, apretando su mano-. No estaba allí, Willow.