— Hey, Rubia. Buenas noches. Buenas noches, querida. — Se fue.
Rubia (no es su nombre… es por su pelo) dijo:
— ¿La quiere en el brazo? ¿O en la pierna? No se preocupe por Anna; es inofensiva.
— Está bien. — Se me ocurrió que probablemente Rubia tenía contacto tanto audio como visual con la habitación. ¿Probablemente? ¡Seguro! — ¿Estuvo usted también ahí? ¿En la granja? ¿Cuándo la casa fue incendiada?
— No mientras la casa estaba ardiendo. Estaba en un VMA, trayéndola a usted hacia aquí tan rápido como podíamos flotar. Tenía usted muy mal aspecto, señorita Viernes.
— Apuesto a que sí. Gracias. ¿Rubia? ¿Me dará un beso de buenas noches?
Su beso fue cálido y no exigente.
Supe más tarde que ella había sido uno de los cuatro que habían subido corriendo las escaleras para agarrarme y llevarme abajo… un hombre llevando un cortador a rayos, otros dos armados y disparando… y Rubia llevando ella sola una camilla. Pero ella nunca me lo mencionó, ni entonces ni luego.
Recuerdo aquella convalecencia como la primera vez en mi vida — excepto unas vacaciones en Christchurch — en que estuve tranquila, cálidamente feliz, cada día, cada noche. ¿Por qué? ¡Porque era aceptada!
Por supuesto, como cualquiera puede adivinar por este relato, hacía años que había ascendido de categoría. Ya no llevaba un documento de identidad con una gran «AV» (o incluso una «PA») cruzándolo. Podía entrar en unos lavabos sin que nadie me dijera que utilizara el reservado del fondo. Pero un documento de identidad falso y un falso árbol genealógico no te sirven; lo único que hacen es impedir que seas denigrada y discriminada. Sigues siendo consciente de que no hay ninguna nación en ninguna parte que te considere apta para la ciudadanía, y hay montones de lugares donde te deportarían o incluso te matarían — o te venderían — si alguna vez descubrieran tu verdadera naturaleza.
Una persona artificial echa de menos no tener un árbol familiar mucho más de lo que ustedes pueden pensar. ¿Dónde nacieron ustedes? Bien, pues yo no nací, no exactamente; fui diseñada en los Laboratorios de Ingeniería Vital de la Tri-Universidad de Detroit. Oh, ¿de veras? Mi concepción fue formulada por Mendelianos Asociados de Zurich. Maravilloso, ¿no? Pero nunca oirán hablar de ello; no se corresponden con nuestros antepasados de la Mayflower ni con el Registro de Empadronamiento de Tierras.
Mis antecedentes (o uno de ellos) indican que «nací» en Seattle, una ciudad destruida que resulta un excelente lugar para situar archivos perdidos. Un gran lugar para perder a tus familiares más directos, también.
Puesto que nunca estuve en Seattle, tuve que estudiar muy atentamente todos los documentos y fotos que pude encontrar sobre ella; un buen nativo de Seattle no podría pillarme en ningún fallo. Creo. Por ahora.
Pero lo que me ofrecieron mientras estaba recuperándome de aquella estúpida violación y del no tan divertido interrogatorio no era falso en absoluto, y no tuve que preocuparme de seguir manteniendo mis mentiras. No solamente Rubia y Anna y el joven (Terence), sino más de otras dos docenas de personas antes de que el doctor Krasny me diera de alta. Esos fueron solamente los que entraron en contacto conmigo. Hubo más en aquella incursión; no sé cuántos. La doctrina establecida del Jefe impide a los miembros de su organización entrar en contacto los unos con los otros excepto cuando sus misiones los unen necesariamente. Del mismo modo que él rechaza tajantemente las preguntas.
No puedes dejar escapar secretos cuando no los conoces, y no puedes traicionar a una persona cuya misma existencia te es desconocida.
Pero el Jefe no dicta las reglas simplemente por el hecho de dictarlas. Una vez has conocido a un colega a través de una misión, puedes seguir socialmente en contacto con él. El Jefe no anima tales confraternizaciones, pero no es estúpido y no pretende prohibirías. En consecuencia, Anna me llamaba a menudo a última hora de la noche, inmediatamente antes de entrar de servicio.
Nunca intentó cobrarse su deuda de carne. No había muchas oportunidades, pero hubiéramos podido encontrar una si lo hubiésemos intentado. Yo no intenté desanimarla…
infiernos, no; si ella hubiera presentado en alguna ocasión su factura al cobro, yo la hubiera pagado no sólo alegremente sino que hubiera intentado convencerla de que en realidad había sido idea mía.
Pero no lo hizo. Creo que era como el hombre sensitivo (y más bien raro) que nunca le mete mano a una mujer cuando ella no desea que le metan mano… puede darse cuenta de ello y ya ni siquiera inicia la aproximación.
Una tarde, poco antes de ser dada de alta, me sentía especialmente feliz — había adquirido dos nuevos amigos ese día; «amigos de beso», personas que habían luchado en la incursión que me había salvado — e intenté explicarle a Anna por qué aquello significaba tanto para mí, y me descubrí empezando a decirle cómo no era exactamente lo que parecía ser.
Me interrumpió.
— Viernes, querida, escucha a tu hermana mayor.
— ¿Eh? ¿He hecho algún disparate?
— Quizá has estado a punto. ¿Recuerdas la noche que nos conocimos, en que me devolviste un documento clasificado? Hace años que el propio señor Dos-Bastones en persona me puso al cargo del departamento de alto secreto. Ese libro que me devolviste está allí a mi alcance, puedo tomarlo en cualquier momento. Pero nunca lo he abierto, ni nunca lo haré. Le portada dice «De conocimiento necesario», pero a mí nunca se me ha dicho que tenga necesidad de conocerlo. Tú lo leíste pero yo ni siquiera conozco ni el título ni el tema… únicamente su número.
«Los asuntos personales son también así. Hubo en un tiempo una élite militar, una legión extranjera, que se vanagloriaba de que un legionario no tenía historia antes del día de su alistamiento. El señor Dos-Bastones desea que nosotros seamos así. Por ejemplo, si tuviéramos que reclutar a un artefacto viviente, a una persona artificial, el personal administrativo debería saberlo. Yo debería saberlo, puesto que he formado parte del personal administrativo. Un historial que forjar, posiblemente algo de cirugía plástica necesaria, en algunos casos identificaciones de laboratorio que borrar de la piel y luego regenerar la zona…
«Cuando hemos acabado con esa persona, ya nunca más tendrá que preocuparse acerca de unas palmaditas en el hombro o de ser sacada de un codazo de una cola.
Puede incluso casarse y tener hijos sin temor de que algún día eso pueda causarles problemas. Ni siquiera tendrá que preocuparse de mí tampoco, puesto que soy una olvidadiza entrenada. Ahora, querida, no sé lo que tienes en tu mente. Pero, si es algo que normalmente no le dices a la gente, no me lo digas. O te odiarás a ti misma mañana.
— ¡No, no lo haré!
— De acuerdo. Si aún deseas decírmelo dentro de una semana, te escucharé. ¿De acuerdo?
Anna tenía razón; una semana más tarde no sentía la necesidad de decírselo. Estoy segura en un noventa y nueve por ciento de que ella lo sabía. De todos modos, es bueno ser querida por lo que es una misma, por alguien que no piensa que las PA son monstruos, subhumanos.
No sé si algunos de los demás de mis queridos amigos lo sabían o sospechaban. (No me refiero al Jefe; él lo sabía, por supuesto. Pero no era un amigo; era el Jefe). No me importaba si mis nuevos amigos sabían que yo no era humana; porque había llegado a comprender que no les importaba o no les importaría. Todo lo que les importaba era si tú eras o no parte del equipo del Jefe.
Una tarde apareció el Jefe, haciendo resonar sus bastones y bamboleándose, con Rubia sujetándole. Se sentó pesadamente en la silla de los visitantes, y le dijo a Rubia: