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— Tilly, creo que tienes razón, en todos los puntos. Había supuesto que deseabas una coartada. Pero estarás mejor sin ninguna.

Me miró y sonrió.

— No deje que eso la impida llevarse, al doctor Madsen a la cama. Aprovéchese de él.

Uno de mis trabajos era mantener a los hombres alejados de su cama… como creo que ya debe saber…

— Me lo imaginé — admití secamente.

— Pero estoy cambiando de lado, así que ya no es ese el caso. — Repentinamente se formaron hoyuelos en sus mejillas —. Quizá yo debiera ofrecerle al doctor Madsen una bonificación. Cuando llame a su paciente a la mañana siguiente y yo le diga que ya está usted bien y que se ha ido a la sauna o a algún otro lugar.

— No le ofrezcas ese tipo de bonificación a menos que sea por motivo de negocios. Tal como sé que él entiende los negocios. — Me estremecí —. Estoy segura.

— Si lo anuncio, lo hago. ¿Está todo correcto? — Se puso en pie, yo la imité.

— Todo menos lo que te debo.

— He pensado en eso. Marj, usted conoce sus circunstancias mejor que yo. Lo dejo en sus manos.

— Pero ni siquiera me has dicho lo que van a pagarte por eso.

— No lo sé. Mi amo no me lo ha dicho.

— ¿Tienes propietario? — Sentí una súbita aflicción. Cualquier PA puede tenerlo.

— Ya no. O no del todo. Fui vendida con un contrato por veinte años. Faltan solamente trece. Luego seré libre.

— Pero… Oh, Dios, Tilly, ¡sal tú también de la nave!

Puso una mano sobre mi brazo.

— Tranquilícese. Usted me ha hecho pensar en eso. Esa es la razón principal por la que no deseo ser atada. Marj, no estoy registrada en la nave como sujeta a ningún contrato.

En consecuencia puedo apuntarme a una excursión al suelo si puedo pagarla… y puedo.

Quizá la vea ahí abajo.

— ¡Sí! — La besé.

Ella me abrazó fuertemente, y el beso ganó velocidad. Gimió contra mi lengua, y sentí su mano introducirse entre mis ropas.

Finalmente deshice el beso y la miré directamente a los ojos.

— ¿Es así como están las cosas, Tilly?

— ¡Infiernos, sí! Desde la primera vez que la bañé.

Aquella tarde los emigrantes que abandonaban la nave en Botany Bay montaron un espectáculo en el salón para los pasajeros de primera clase. El capitán me dijo que tales representaciones eran tradicionales y que los pasajeros de primera clase contribuían habitualmente con una colecta para los colonos… pero que esto no era obligatorio. Él mismo acudió al salón aquella noche — también tradicional —, y me encontré sentada a su lado. Aproveché la ocasión para mencionar que no me sentía demasiado bien. Añadí que quizá tuviera que cancelar mis reservas para las excursiones por la superficie del planeta.

Me quejé un poco por ello.

Él me dijo que, si no me sentía perfectamente bien, lo mejor era evidentemente que no me expusiera a la superficie de un planeta extraño… pero que no me preocupara por perderme Botany Bay, que no era ni con mucho de los mejores. El resto del viaje era la parte más maravillosa. Así que, ¿por qué no es una buena chica? ¿O tendré que encerrarla en su habitación?

Le dije que, si mis náuseas no cesaban, iba a ser necesario que me encerrara en mi habitación. El viaje a Frontera había sido horrible — mareada durante todo el camino —, y no quería arriesgarme de nuevo a algo parecido. De todos modos había empezado a prepararme picando apenas en la cena.

El espectáculo era de aficionados pero alegre… algunas sátiras pero casi todo grupos cantando: Tie Me Kangaroo Down, Waltzing Matilda, Botany Bay, y, por supuesto, The Walloping Window Blind. Me gustó, pero no hubiera pensado nada más al respecto de no ser por un hombre en la segunda hilera del grupo de cantantes, un hombre que me pareció familiar.

Lo miré y pensé: Viernes, ¿te has vuelto del tipo de mujeres descuidadas y desordenadas que no pueden recordar si han dormido con un hombre o no?

Me recordaba al profesor Federico Farnese. Pero este hombre llevaba una tupida barba, mientras que Freddie se afeitaba cada día… lo cual no prueba nada puesto que había transcurrido tiempo suficiente para que a un hombre le pudiera crecer una barba y casi todos los hombres se sienten presas de la manía de dejarse crecer la barba en una u otra ocasión de sus vidas. Pero me resultaba imposible asegurarlo simplemente mirándolo. Aquel hombre no cantaba ningún solo, así que la voz tampoco ayudaba.

El olor corporal… a una distancia de treinta metros no había forma de distinguirlo de entre varias docenas.

Me sentí grandemente tentada de no ser una dama… de levantarme, caminar directamente hacia el escenario a través de la pista de baile, y enfrentarme a éclass="underline" «¿Es usted Freddie? ¿No me llevó usted a la cama en Auckland el mayo pasado?» ¿Y si decía que no?

Soy una cobarde. Lo que hice fue decirle al capitán que creía haber descubierto a un antiguo conocido de Sydney entre los emigrantes y, ¿cómo podía comprobarlo? Aquello dio como resultado que escribí el nombre de «Federico Farnese» en un programa y el capitán se lo pasó al sobrecargo, el cual se lo pasó a uno de sus ayudantes, que se marchó y regresó al cabo de poco con el informe de que había varios hombres italianos entre los emigrantes pero ningún nombre, italiano o de los otros, que se pareciera vagamente a «Farnese».

Le di las gracias, y le di las gracias al sobrecargo, y le di las gracias al Capitán… y pensé en preguntar por los nombres de «Tormey» y «Perreault», pero decidí que era una locura; evidentemente no había visto ni a Betty ni a Janet… y ellas no podían dejarse barba. Había visto un rostro detrás de una tupida barba… lo cual quería decir que no había visto ningún rostro. Pon una barba tupida a un hombre, y todo lo que verás serán pelos.

Decidí que todos los cuentos de viejas acerca de las mujeres embarazadas eran probablemente ciertos.

32

Eran las dos de la madrugada, tiempo de la nave. La salida al espacio normal se había producido a su debido tiempo, aproximadamente a las once de la mañana, y las cifras de aproximación habían sido tan buenas que la Adelantado se esperaba que completara su órbita estacionaria en torno a Botany Bay a las siete y cuarenta y dos, varías horas antes de lo estimado antes de salir del hiperespacio. Aquello no me gustó porque una partida de las naves de aterrizaje a primera hora de la mañana incrementaba las posibilidades (creía yo) de que la gente estuviera merodeando por los corredores en las horas tranquilas de la noche.

No había elección. Los acontecimientos se precipitaban, no habría segunda oportunidad. Terminé los preparativos de último minuto, le di a Tilly el beso de adiós, le hice una seña con un dedo para que no hiciera ruido, y me deslicé fuera de la cabina BB.

Tenía que ir hacia proa y bajar tres cubiertas. En dos ocasiones tuve que pararme y esconderme para evitar las guardias nocturnas haciendo su ronda. En otra ocasión tuve que meterme por un corredor lateral para evitar a un pasajero, seguir hacia popa por el siguiente pasillo paralelo al eje de la nave, luego regresar hacia estribor. Finalmente alcancé el corto pasillo sin salida que desembocaba en la compuerta estanca de pasajeros de la nave de aterrizaje de estribor.

Descubrí a Mac-Pete-Percival aguardando allí.

Avancé rápidamente hacia él, sonriendo, apliqué un dedo a mis labios reclamando silencio, y le golpeé debajo del oído.

Se derrumbó al suelo, lo aparté de en medio, y me dediqué a la cerradura de combinación…..y descubrí que era casi imposible leer las marcas en el dial, ni siquiera con mi visión nocturna perfeccionada. No había ninguna luz excepto los pilotos en los pasillos, y aquel corto pasillo sin salida no tenía ninguna. Dos veces fallé la combinación.