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Una mirada hacia atrás me mostró que la mayor parte de mis perseguidores habían quedado atrás… lo cual no era sorprendente. Puedo recorrer mil metros en dos minutos escasos. Pero parecía que dos de ellos estaban manteniendo la distancia y posiblemente acortándola. Así que controlé mi velocidad, con la intención de golpear sus dos cabezas juntas o hacer cualquier cosa que fuera necesario.

— ¡Sigue adelante! — jadeó Pete —. Se supone que estamos intentando atraparte.

Seguí adelante. El otro corredor era Shizuko. Mi amiga Tilly.

Una vez estuve bien metida entre los árboles y fuera de la vista de la nave de aterrizaje, me detuve para vomitar. Llegaron a mi lado; Tilly me sujetó la cabeza y luego secó mi boca… intentó besarme. Aparté el rostro.

— No lo hagas, debe saber horrible. ¿Cómo conseguiste salir de la nave así? — Iba vestida con unos leotardos que la hacían parecer más alta, más esbelta, más occidental, y mucho más femenina que lo que estaba acostumbrada a ver en mi «doncella».

— No. Salí con un kimono formal con obi. Está ahí atrás, por algún sitio. Me impedía correr bien.

— Dejad de charlotear — dijo Pete irritadamente —. Tenemos que salir de aquí. — Me sujetó del pelo, me besó —. ¿Qué importa el sabor? ¡Sigamos adelante!

Así lo hicimos, permaneciendo entre los árboles y alejándonos de la nave de aterrizaje.

Pero rápidamente se hizo evidente que Tilly se había torcido un tobillo y cada vez cojeaba más. Pete gruñó de nuevo.

— Cuando tú echaste a correr, Tilly estaba apenas a medio camino del pasadizo que baja de la cubierta de primera clase. Así que saltó, e hizo un mal aterrizaje. Til, eres torpe.

— En esos malditos zapatos nipones; no proporcionan ningún apoyo. Pete, toma a la muchacha y sigue adelante; esos tipos no tienen nada contra mí.

— Y un infierno — dijo Pete amargamente —. Los tres estamos juntos en esto. ¿Correcto, señorita… correcto, Viernes?

— ¡Infiernos, sí! «¡Uno para todos, y todos para uno!» Ponte a la derecha, Pete; yo me pondré a la izquierda.

Iniciamos así una exitosa carrera a cinco piernas, no batiendo ningún récord pero sin embargo poniendo más árboles entre nosotros y nuestros perseguidores. En algún momento más tarde Pete pretendió tomar a Tilly sobre sus hombros. Nos detuvimos.

— Escucha.

Ningún sonido de persecución. Nada excepto los extraños sonidos de un extraño bosque. ¿Llamadas de pájaros? No estaba segura. El lugar era una curiosa mezcla de cosas amistosas y extravagantes… hierba que no era exactamente hierba, árboles que parecían haber sido dejados por alguna otra era geológica, clorofila fuertemente veteada de rojo… ¿o estábamos en otoño? ¿Cuánto frío haría esta noche? No parecía ser aconsejable buscar a gente durante los próximos tres días, hasta que la nave se hubiera ido definitivamente. Podíamos resistir todo este tiempo sin comida o agua… ¿pero y el frío?

— De acuerdo — dije —. A caballito. Pero nos turnaremos.

— ¡Viernes! Tú no puedes llevarme.

— Llevé a Pete la pasada noche. Díselo, Pete. ¿Crees que no puedo cargar con una pequeña muñeca japonesa como tú?

— Una muñeca japonesa, mis doloridos pies. Soy tan americana como tú.

— Más, probablemente. Porque yo no lo soy mucho. Te lo contaré más tarde. Súbete.

La llevé unos cincuenta metros, luego Pete la cargó durante unos doscientos, y así, pues esta era la noción de Pete del mitad-y-mitad. Tras una hora de esto llegamos a una carretera… simplemente un camino entre la vegetación, pero se podían ver marcas de ruedas y cascos de caballos. A la izquierda la carretera se alejaba de la nave de aterrizaje y de la ciudad, así que tomamos a la izquierda, con Shizuko caminando de nuevo pero apoyándose pesadamente en Pete.

Llegamos a una granja. Quizá hubiéramos debido rodearla, pero por aquel entonces yo deseaba beber algo de agua más de lo que anhelaba estar completamente a salvo, y deseaba vendar el tobillo de Tilly antes de que se hinchara y se le pusiera más grande que su cabeza.

Había una mujer vieja, de pelo gris, muy limpia y formal, sentada en una mecedora en el porche delantero, tejiendo. Alzó la vista cuando nos acercamos, nos hizo señas de que nos aproximáramos a la casa.

— Soy la señora Dundas — dijo —. ¿Sois de la nave?

— Sí — admití —. Soy Viernes Jones y esta es Matilda Jackson y este es nuestro amigo Pete.

— Pete Roberts, señora.

— Venid y sentaos, los tres. Disculpad que no me levante; mi espalda ya no es lo que acostumbraba ser. Sois refugiados, ¿no? ¿Habéis saltado de la nave?

(Directo al blanco. Pero era mejor ser sinceros).

— Sí. Lo somos.

— Naturalmente. Casi la mitad de los que saltan de las naves vienen a parar primero aquí, con nosotros. Bien, según las noticias de la radio de esta mañana, necesitaréis ocultaros al menos durante tres días. Sois bienvenidos aquí, y a nosotros nos gustan los visitantes. Por supuesto, podéis ir directamente a las barracas de tránsito; las autoridades de la nave no podrán tocaros allí. Pero os van a hacer sentiros miserables con sus interminables argumentos legales. Podéis decidirlo después de la cena. De momento, ahora, ¿no os apetecería una buena taza de té?

— ¡Sí! — acepté.

— Estupendo. ¡Malcolm/ ¡Hey, Malcoooolm!

— ¿Sí, Mamá?

— ¡Pon la tetera al fuego!

— ¿El qué?

— ¡El pote! — la señora Dundas añadió, dirigiéndose a Tilly —: Niña, ¿qué te has hecho en el pie?

— Creo que me he torcido el tobillo, señora.

— ¡Por supuesto que lo has hecho! Tú… ¿has dicho que te llamabas Viernes?… ve a buscar a Malcolm, dile que quiero el barreño más grande lleno de hielo picado. Luego puedes hacer tú el té, si quieres, mientras Malcolm pica el hielo. Y usted, señor… señor Roberts… puede ayudarme a levantarme de esta silla porque hay más cosas que vamos a tener que hacer por el pie de esa pobre niña. Debemos vendárselo después de que consigamos hacer bajar la hinchazón. Y tú… Matilda… ¿eres alérgica a la aspirina?

— No, señora.

— ¡Mamá! El pote está hirviendo!

— Tú… Viernes… ve, querida.

Fui a preparar el té, con una canción en mi corazón.

33

Han pasado veinte años de todo esto. Años de Botany Bay, quiero decir, pero la diferencia no es mucha. Veinte buenos años. Estas memorias están basadas en cintas que grabé en Pájaro Sands antes de que muriera el Jefe, luego en notas que tomé poco después de llegar aquí, notas para «perpetuar la evidencia» cuando aún pensaba que tendría que combatir contra la extradición.

Pero cuando se les hizo imposible cumplir con sus planes a través mío perdieron su interés por mí… lógico, puesto que para ellos no había sido nunca otra cosa más que una incubadora andante. Luego el asunto se convirtió en algo académico cuando el Primer Ciudadano y la Delfina fueron asesinados juntos, esa bomba colocada en su carruaje.

En buena ley estas memorias deben terminar con mi llegada a Botany Bay porque mi vida dejó de tener acontecimientos dramáticos en ese punto… después de todo, ¿qué tiene un ama de casa campesina que pueda escribir en sus memorias? ¿Los huevos que consiguió en la última estación? ¿Están ustedes interesados en ello? Yo lo estoy, pero ustedes no.

La gente que está ajetreada y feliz no escribe diarios; tiene demasiado trabajo viviendo.