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— Ya no la necesito, enfermera. Gracias… — Y luego, a mí —: Sácate las ropas.

Viniendo de cualquier otro hombre aquello hubiera sido ofensivo o bienvenido, depende. Viniendo del Jefe simplemente significaba que deseaba que me sacara las ropas. Rubia también lo interpretó así, puesto que simplemente asintió y se fue… y Rubia es el tipo de profesional que hubiera saltado sobre Siva el Destructor si éste hubiera intentado interferir con alguno de sus pacientes.

Me saqué las ropas rápidamente y aguardé. Él me miró de arriba a abajo.

— Han vuelto a hacer un buen trabajo.

— Así me lo parece.

— El doctor Krasny dice que ha efectuado una prueba respecto a la función lactante.

Positiva.

— Sí. Hizo algún truco con mi equilibrio hormonal y ambos rezumaron un poco. Algo curioso. Luego volvió a equilibrar y me sequé.

El Jefe gruñó.

— Date la vuelta. Muéstrame la planta de tu pie derecho. Ahora la del izquierdo. Ya basta. Las cicatrices de las quemaduras parecen haber desaparecido.

— Todas las que puedo ver. El doctor dice que las otras se han regenerado también. El picor ha desaparecido, así que debe ser cierto.

— Vuelve a vestirte. El doctor Krasny me ha dicho que ya estás bien.

— Si estuviera más bien, tendríais que sangrarme.

— Bien es un absoluto; no tiene comparativo.

— De acuerdo, estoy bien de bien.

— Eres una desvergonzada. Mañana por la mañana acudirás a un entrenamiento de refresco. Estáte preparada y con tus cosas a punto a las cero nueve cero cero.

— Puesto que llegué sin ni siquiera una sonrisa feliz, recoger mis cosas me llevará once segundos. Pero necesito un nuevo documento de identidad, un nuevo pasaporte, una nueva tarjeta de crédito, y un poco de dinero en efectivo…

— Todo lo cual te será entregado antes de las cero nueve cero cero.

— …porque no voy a ir a un entrenamiento de refresco; voy a ir a Nueva Zelanda. Jefe, te lo he dicho una y otra vez. Estoy harta de Descanso y Recuperación, e imagino que me merezco algún pago para compensar el tiempo que me he pasado aquí. Eres un esclavista.

— Viernes, ¿cuántos años necesitarás para aprender que cuando desbarato uno de tus caprichos, siempre tengo en mente tu bienestar además de la eficiencia de la organización?

— Humildemente lo reconozco, Gran Padre Blanco. Me inclino ante ti. Y te mandaré una postal desde Wellington.

— De una hermosa maorí, por favor; ya he visto los géiseres. Tu curso de refresco estará pensado para cubrir tus necesidades, y tú decidirás cuando está completo. Aunque estás «bien de bien», necesitas entrenamiento físico de una dificultad elaboradamente creciente para devolverte a esta soberbia condición de músculos e impulsos y reflejos que es tu derecho de nacimiento.

— «Derecho de nacimiento». No hagas chistes, Jefe; no tienes talento para ello. «Mi madre fue un tubo de ensayo; mi padre fue un cuchillo».

— Estás preocupándote demasiado, y tontamente además, de un defecto que fue extirpado hace años.

— ¿De veras? Los tribunales dicen que no puedo ser un ciudadano; las iglesias dicen que no tengo alma. No soy «nacida de hombre y mujer», al menos no a los ojos de la ley.

— «La ley es un asno». Los antecedentes relativos a tu origen han sido eliminados de los archivos del laboratorio de producción, y sustituidos por un juego falso relativo a un hombre PA perfeccionado.

— ¡Nunca me lo dijiste!

— Hasta que empezaste con esta neurótica debilidad, no vi ninguna necesidad de hacerlo. Pero una impostura de esa naturaleza debía hacerse de forma tan hermética que desplazara por completo la verdad. Y así se hizo. Si tú intentaras, el día de mañana, proclamar tu auténtico linaje, no conseguirías encontrar en ningún lado ninguna autoridad que te creyera. Puedes decírselo a todo el mundo; no importa. Pero querida, ¿por qué estás tan a la defensiva? Eres no solamente tan humana como la Madre Eva, sino que eres una humana mejorada, tan cercana a la perfección como consiguieron hacerlo tus diseñadores. ¿Por qué crees que me salí de mis normas para reclutarte, cuando no tenías ninguna experiencia ni el menor interés consciente en esta profesión? ¿Por qué me gasté una pequeña fortuna educándote y entrenándote? Porque lo sabía. Aguardé algunos años a estar seguro de que te desarrollabas realmente tal como tus arquitectos te habían planeado… luego casi te perdí cuando de pronto desapareciste del mapa. — Hizo una mueca que supongo pretendía ser una sonrisa —. Me diste problemas, muchacha. Ahora hablemos de tu entrenamiento. ¿Estás dispuesta a escuchar?

— Sí, señor. — (No intenté hablarle de la inclusa del laboratorio; la gente humana cree que todas las inclusas son como esas que ellos ven. No le hablé de la cuchara de plástico que fue todo lo que tuve para comer hasta que alcancé los diez años, porque no deseaba decirle cómo, la primera vez que intenté utilizar un tenedor, me atravesé el labio y empecé a sangrar, y ellos se rieron de mí. No es sólo una cosa; son un millón de pequeñas cosas las que crean la diferencia entre ser tratado como un niño humano y ser criado como un animal).

— Tomarás un curso de refresco de combate a mano limpia, pero lo harás únicamente con tu instructor; no habrá mancha en ti cuando visites a tu familia en Christchurch.

Recibirás entrenamiento avanzado en armas manuales, incluyendo algunas de las que quizá nunca hayas oído hablar. Si cambias de especialidad, las vas a necesitar.

— ¡Jefe, no voy a convertirme en un asesino!

— Las necesitarás de todos modos. Hay momentos en que un correo puede llevar armas y debe saber utilizarlas de todos los modos posibles. Viernes, no desprecies indiscriminadamente a los asesinos. Como cualquier otra herramienta, el mérito o el demérito reside en cómo es usada. El declive y la caída de los antiguos Estados Unidos de Norteamérica derivó en parte de los asesinatos. Pero sólo en una pequeña parte puesto que las muertes no tenían planificación ni finalidad. ¿Qué puedes decirme de la guerra pruso-rusa?

— No mucho. Principalmente que los prusianos se vieron atrapados por todos lados cuando todos los chicos listos imaginaban que habían ganado.

— Supón que te digo que doce personas ganaron esa guerra… siete hombres, cinco mujeres… y que el arma más pesada que se utilizó fue una pistola de seis milímetros.

— No creo que me hayas mentido nunca. ¿Cómo?

— Viernes, la capacidad intelectual es el don más escaso y el único de auténtico valor.

Cualquier organización humana puede inutilizarse, reducirse a la impotencia, convertirse en un peligro para sí misma, extirpando selectivamente sus mejores mentes mientras se deja cuidadosamente a los estúpidos en su lugar. Se necesitaron tan sólo algunos bien cuidados «accidentes» para arruinar por completo la gran máquina militar prusiana y convertirla en una desconcertada chusma. Pero esto no se hizo patente hasta que la lucha estuvo en su apogeo, porque los más crasos estúpidos se parecen exactamente a los mejores genios militares hasta que la lucha empieza.

— ¿Sólo una docena de personas… Jefe? ¿Hicimos nosotros ese trabajo?

— Sabes que este es el tipo de pregunta que no me gusta responder. No lo hicimos. Fue un contrato de trabajo con una organización tan pequeña y tan especializada como nosotros. Pero yo no me mezclo voluntariamente con guerras nacionalistas; el lado de los ángeles raras veces es evidente por sí mismo.

— Sigo sin desear ser un asesino.

— No permitiré que seas un asesino, y no vamos a discutir más al respecto. Estáte preparada para irte a las nueve, mañana.

5

Nueve semanas más tarde partí hacia Nueva Zelanda.

Diré algo en favor del Jefe: el arrogante fanfarrón siempre sabe de qué está hablando.