Cuarenta minutos contra veinticuatro horas. Pero no me había importado lo prolongado del viaje; estaba con Douglas y tontamente enamorada.
Al cabo de otras veinticuatro horas estaba tontamente enamorada de aquella familia.
No lo había esperado. Había previsto unas encantadoras vacaciones con Douglas, y él me había prometido algo de esquí además de un montón de sexo… y yo no había insistido en el esquí. Sabía que tenía una obligación implícita de irme a la cama con sus hermanos de grupo si ellos me lo pedían. Pero eso no me preocupaba porque una persona artificial simplemente no puede tomarse la copulación tan en serio como parecen tomársela la mayor parte de los humanos. La mayoría de las hembras de mi clase en la inclusa habían sido entrenadas como prostitutas desde la menarquía y luego habían sido adjudicadas como mujeres de compañía a una u otra de las multinacionales de la construcción. Yo misma había recibido entrenamiento básico para la prostitución antes de que apareciera el Jefe, comprara mi contrato, y cambiara el rumbo de mi vida. (Y yo me salté el contrato y desaparecí durante varios meses… pero eso es otra historia).
Pero yo nunca me sentiría aprensiva acerca del sexo en amistad ni siquiera aunque no hubiera recibido ningún entrenamiento como prostituta; tales tonterías no son toleradas en las APs; nunca aprendemos eso.
Pero nunca aprendemos tampoco nada acerca de formar una familia. El primer día que estuve allí les hice tomar tarde el té rodando por el suelo con siete chiquillos que iban desde los once años para abajo hasta los puros pañales… más dos o tres perros y un joven gato que se había ganado el nombre de Mister Tropezones debido a su inhabitual talento para hallarse siempre entre los pies de todo el mundo.
Nunca había experimentado nada como aquello en toda mi vida. No deseaba que terminara.
Brian, no Douglas, me enseñó a esquiar. Los refugios de la estación de esquí en Monte Hutt son encantadores, pero se corta la calefacción en las habitaciones después de las diez de la noche y una tiene que arrimarse para conservarse caliente. Luego Vickie me llevó consigo a ver las ovejas de la familia y conocí formalmente a un perro perfeccionado que podía hablar, un gran collie llamado Lord Nelson. Lord tenía una muy baja opinión del buen sentido de las ovejas, cosa en la que, creo, estaba completamente justificado.
Bertie me llevó a Milton Sound vía lanzadera a Dunedin («el Edimburgo del Sur»), y pasamos la noche allí… Dunedin tiene fama pero no es Christchurch. Tomamos un desvencijado vaporcito para dar una vuelta allí por el país de los fiordos, uno con pequeñísimas cabinas apenas lo bastante grandes para dos sólo porque hace frío allí en el extremo sur de la isla, y de nuevo me arrimé para mantenerme caliente.
No hay ningún otro fiordo en ningún otro lugar que pueda compararse con Milford Sound. Sí, he hecho el viaje a las Islas Lofoten. Muy hermosas. Pero esto es otra cosa.
Si piensan ustedes que estoy ciegamente obcecada con la Isla del Sur como una madre lo está con su hijo primogénito, les diré simplemente que es verdad; lo estoy. La Isla del Norte es un lugar estupendo, con sus paisajes termales y la maravilla mundial de las Cuevas Glowworm. Y la Bahía de las Islas parece como un país de Hadas. Pero la Isla del Norte no tiene los Alpes del Sur, y no tiene Christchurch Douglas me llevó a ver su mantequería, y vi enormes barriles de hermosa mantequilla siendo preparados para enviar. Anita me presentó a la Hermandad del Altar. Empecé a darme cuenta de que quizá, sólo posiblemente, pudiera ser invitada a hacer aquello permanente. Y me descubrí derivando del Oh-Dios-qué-voy-a-hacer-si-me-lo-piden al Oh— Dios-qué-voy-a-hacer-si-no-me-lo-piden y luego simplemente al Oh-Dios-qué-voy-a-hacer.
Entiendan, nunca le dije a Douglas que no soy humana.
He oído a humanos vanagloriarse de que pueden descubrir a una persona artificial en cualquier momento. Tonterías. Por supuesto, cualquiera puede identificar a un artefacto viviente que no se conforme a la apariencia humana… digamos una criatura masculina con cuatro brazos o a un enano kobold. Pero si los diseñadores genéticos se han restringido intencionalmente a la apariencia humana (esta es la definición técnica de «persona artificial» más que de «artefacto viviente»), ningún humano puede decir la diferencia… no, ni siquiera otro ingeniero genético.
Soy inmune al cáncer y a la mayoría de las infecciones. Pero no llevo ninguna señal que lo diga. Tengo reflejos poco comunes. Pero no los muestro, más allá de atrapar una mosca en pleno vuelo con el índice y el pulgar. Nunca compito con otra gente en juegos de habilidad.
Tengo una memoria poco común, una poco común retentiva para los números y espacios y relaciones, una poco común habilidad con los idiomas. Pero, si ustedes piensan que lo que define al genio es el CI, entonces déjenme añadir que, en la escuela donde fui entrenada, el objetivo de un test de CI es alcanzar precisamente un cociente determinado… no mostrar tus talentos. En público nadie me atrapará nunca mostrándome más lista que los que haya a mi alrededor… a menos que haya alguna emergencia relativa a mi misión o a mi cuello o a ambas cosas.
El complejo de todos esos perfeccionamientos y algunos otros trae consigo evidentemente una intensificación de las performances sexuales pero, afortunadamente, la mayor parte de los hombres se muestran inclinados a considerar cualquier mejora en este campo como un simple reflejo de su propia excelencia. (Observada convenientemente, la vanidad masculina es una virtud, no un vicio. Tratada correctamente, hace enormemente placentero lidiar con ella. Lo que hace al Jefe tan irritante es su total falta de vanidad. ¡No hay forma de echarle mano por ninguna parte!).
No tenía miedo de ser descubierta. Con toda la identificación de producción del laboratorio retirada de mi cuerpo, incluso el tatuaje del paladar, simplemente no hay ninguna forma de decir que fui diseñada en vez de concebida a través de la biorruleta de mil millones de espermatozoides compitiendo ciegamente por un óvulo.
Pero una esposa de un grupo-S se espera que añada parte a aquel enjambre de chicos en el suelo.
Bueno, ¿por qué no?
Por un montón de razones.
Yo era un correo de combate en una organización cuasimilitar. Imagínenme intentando salirme de un repentino ataque empujando ante mí a un crío de ocho meses.
Nosotras las mujeres PA somos remitidas o comercializadas en una condición estéril reversible. Para una persona artificial al ansia de tener bebés — creciendo y desarrollándose dentro de tu cuerpo — no parece «natural»; parece ridículo. In vitro parece mucho más razonable — y limpio, y más conveniente — que in vivo. Era casi tan alta como soy ahora antes de ver de cerca a una mujer embarazada… y pensé que estaba mortalmente enferma. Cuando descubrí lo que iba mal en ella, sentí una especie de retortijón en el estómago. Cuando pensé en ello mucho tiempo después en Christchurch, seguí sintiendo náuseas. ¿Hacerlo como los gatos, con sangre y dolor, por los clavos de Cristo? ¿Por qué? ¿Y por qué hacerlo, simplemente? Pese a la forma en que estamos llenando el cielo, este mareante planeta tiene ya demasiada gente en él… ¿por qué hacer las cosas peor?
Decidí, no sin cierto pesar, que iba a tener que zambullirme de cabeza en el asunto del matrimonio diciéndoles que era estéril… nada de niños. Bastante cierto, si no totalmente cierto.
No me preguntaron.
No acerca de bebés. Durante los siguientes días tendí ambas manos para saturarme de las alegrías de la vida familiar tanto como me fue posible mientras la tenía a mi disposición; el cálido placer de la charla de las mujeres mientras lavaban las tazas después del té; las divertidas algarabías de los chicos y animales domésticos; el tranquilo placer de los chismorreos mientras se cuidaba el jardín… todo ello bañaba cada minuto de mis días con la sensación de ser aceptada.