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7

A la mañana siguiente, antes de saltar de la cama, decidí no reabrir el tema de Ellen y de su marido, sino esperar a que algún otro lo sacara a colación. Después de todo, no me hallaba en posición de tener opiniones hasta que lo supiera todo al respecto. No iba a dejarlo de lado, por supuesto… Ellen es mi hija también. Pero no valía la pena apresurarse. Esperemos a que Anita se tranquilice un poco.

Pero el tema no se suscitó. Siguieron unos días tranquilos y dorados que no voy a describir puesto que no creo que estén ustedes interesados en fiestas de cumpleaños o excursiones familiares… preciosas para mí, aburridas para alguien de fuera.

Vickie y yo fuimos a Auckland para un viaje de compras y nos quedamos a dormir allí.

Tras hacer las reservas en el Tasman Palace, Vickie me dijo:

— Marj, ¿me guardarás un secreto?

— Por supuesto — acepté —. Algo jugoso, espero. ¿Algún amigo? ¿Dos amigos?

— Si tuviera aunque sólo fuera un amigo simplemente lo compartiría contigo. Es algo más delicado. Deseo hablar con Ellen, y no quiero tener una discusión con Anita a causa de ello. Esta es la primera ocasión que tengo. ¿Puedes olvidar que lo he hecho?

— En absoluto, porque yo también deseo hablar con ella. Pero no voy a decirle a Anita que hablaste con Ellen si tú no quieres que lo haga. ¿Qué es lo que ocurre, Vick? Ya sé que Anita está enfurruñada acerca del matrimonio de Ellen, pero… ¿acaso espera que el resto de nosotros tampoco le hablemos a Ellen? ¿A nuestra propia hija?

— Me temo que ahora es tan sólo «su propia hija». No se está mostrando muy racional al respecto.

— Así parece al menos. Bien, no voy a dejar que Anita me corte el acceso a Ellen. La hubiera llamado antes, pero no sabía cómo localizarla.

— Te diré cómo. Yo la llamaré ahora, y tú puedes escribirle luego. Es…

— ¡Espera! — le interrumpí —. No toques esa terminal. No quieres que Anita lo sepa.

— Eso es lo que dije. Por eso precisamente la llamo desde aquí.

— Y la llamada será incluida en nuestra factura del hotel, y tú pagarás la factura con tu tarjeta de crédito del Davidson, y… ¿Acaso Anita no comprueba todas las facturas que llegan a la casa?

— Sí lo hace. Oh, Marj, soy estúpida.

— No, eres honesta. Anita no pondrá ninguna objeción al coste pero seguramente se dará cuenta por el precio o algún código que se trata de una llamada a ultramar. Vamos a ir a la Oficina Central de Comunicaciones y haremos la llamada desde allí. Pagaremos en efectivo. O, mejor aún, utilizaremos mi tarjeta de crédito, y así la factura no llegará a Anita.

— ¡Por supuesto! Marj, harías una buena espía.

— No yo; es demasiado peligroso. Adquirí mi práctica engañando a mi madre. Pero dejémonos de chácharas y vayamos a la oficina de comunicaciones. Vickie, ¿qué es lo que pasa con el marido de Ellen? ¿Tiene dos cabezas o qué?

— Oh, es un tongano. ¿No lo sabías?

— Por supuesto que lo sabía. Pero ser «tongano» no es ninguna enfermedad. Y eso es asunto de Ellen. Su problema, si lo es. Yo personalmente no puedo ver que lo sea.

— Oh, Anita se lo ha tomado muy mal. Una vez ocurrido todo, lo único que se puede hacer es poner la mejor cara posible. Pero un matrimonio mixto es siempre desafortunado, creo… especialmente si la muchacha es la que se casa por debajo de sus posibilidades, como es el caso de Ellen.

— ¡«Por debajo de sus posibilidades»! Todo lo que he sabido hasta ahora es que él es un tongano. Los tonganos son altos, apuestos, hospitalarios, y casi tan morenos como yo.

En apariencia no pueden ser distinguidos de los maoríes. ¿Qué hubiera ocurrido si ese joven hubiera sido maorí… de buena familia, procedente de una antigua estirpe… y con montones de tierras?

— Realmente, no creo que a Anita le hubiera gustado, Marj… pero hubiera aceptado el noviazgo y hubiera dado la recepción. Los matrimonio mixtos con maoríes tienen un largo precedente; una debe aceptarlos. Pero a nadie ha de gustarle. Mezclar las razas es siempre una mala idea.

(Vickie, Vickie, ¿no se te ocurre una mejor idea para sacar este mundo del lío en que está metido?) — ¿Realmente? Vickie, ese moreno intenso mío… ¿sabes dónde lo conseguí?

— Por supuesto, tú nos lo dijiste. Amerindio. Esto, cherokee, dijiste. ¡Marj! ¿He herido tus sentimientos? ¡Oh, querida! ¡No es lo mismo, en absoluto! Todo el mundo sabe lo que son los amerindios… Bueno, exactamente iguales que la gente blanca. Exactamente igual de buenos.

(¡Oh, seguro, seguro! Y «algunos de mis mejores amigos son judíos». Pero no soy cherokee, por lo que sé. Querida pequeña Vickie, ¿qué pensarías si te dijera que soy una PA? Me siento tentada a… pero no debo sobresaltarte).

— No, porque yo he estudiado la fuente. No sabes nada al respecto. Nunca has estado en otros lugares que aquí, y probablemente has bebido tu racismo de la leche de tu madre.

Vickie enrojeció.

— ¡Eso no es justo! Marj, cuando tú viniste para convertirte en un miembro de la familia yo estuve de tu lado. Yo voté por ti.

— Tenía la impresión de que todo el mundo lo había hecho. O de otro modo no me hubiera unido a vosotros. ¿Debo entender que mi sangre cherokee fue uno de los temas de esa discusión?

— Bueno… fue mencionado.

— ¿Por quién y con qué efectos?

— Oh… Marjie, esas son sesiones ejecutivas, tienen que serlo. No puedo hablar de ellas.

— Hummm, entiendo tu punto de vista. ¿Hubo alguna sesión ejecutiva acerca de Ellen?

Si es así, puedes hablarme libremente de ella, puesto que se supone que yo tenía derecho a estar presente y a votar.

— No hubo ninguna. Anita dijo que no era necesario. Dijo que ella no creía en animar a los cazadores de fortuna. Puesto que ya le había dicho a Ellen que no podía traer a Tom a casa para conocer a la familia, parecía que no había nada más que hacer.

— ¿Ninguno de vosotros apoyó a Ellen? ¿Ni siquiera tú, Vickie?

Vickie volvió a enrojecer.

— Eso simplemente hubiera puesto a Anita furiosa.

— Estoy empezando a ponerme furiosa yo. Según nuestro código familiar Ellen es tu hija y mi hija tanto como pueda ser hija de Anita, y Anita se equivocó negándole a Ellen el permiso para traer a su nuevo esposo a casa sin consultar al resto de nosotras.

— Marj, las cosas no ocurrieron en absoluto así. Ellen deseaba traer a Tom a casa para una visita. Esto… una visita de inspección. Ya entiendes.

— Oh. Sí, habiendo pasado yo misma bajo el microscopio, entiendo.

— Anita estaba intentando evitar que Ellen hiciera un mal matrimonio. Lo primero que supimos el resto de nosotros del asunto fue que Ellen se había casado. Aparentemente Ellen se casó al minuto siguiente de recibir la carta de Anita diciéndole que no.

— ¡Maldita sea! Empieza a hacerse la luz. Ellen le ganó al as de Anita casándose inmediatamente… y eso significa que Anita tuvo que pagar en efectivo el equivalente a una participación en la corporación familiar sin protestar. Puede que fuera difícil. Es un buen montón de dinero. Me está costando años y años pagar mi participación.

— No, no es eso. Anita simplemente está furiosa porque su hija… su favorita; todas lo sabemos… se ha casado con un hombre que ella desaprueba. Anita no tenía que buscar tanto dinero en efectivo porque no era necesario. No hay ninguna obligación contractual de pagar una participación… y Anita señaló que no había ninguna obligación moral de sangrar el capital de la familia en beneficio de un aventurero.

Sentí que cada vez me iba poniendo más fríamente furiosa.

— Vickie, cada vez tengo más problemas en creer lo que oyen mis oídos. ¿Qué clase de sumisos gusanos sois el resto de vosotros dejando que Ellen sea tratada de este modo? — Inspiré profundamente y traté de controlar mi furia —. No os comprendo. A ninguno de vosotros. Pero voy a intentar daros un buen ejemplo. Cuando volvamos a casa voy a hacer dos cosas. Primero voy a ir a la terminal del salón familiar cuando todo el mundo esté allí y llamaré a Ellen y la invitaré a ella y a su marido a una visita a casa… le diré que vengan a pasar el próximo fin de semana porque yo tengo que volver al trabajo y no deseo irme sin conocer a mi nuevo yerno.