— Sobre la forma en que nos has engañado y decepcionado.
— ¿Qué?
— No te hagas la inocente. Nunca he tenido que tratar con una criatura que no perteneciera a las Leyes de Dios antes. No estaba segura de que el concepto de pecado y culpabilidad fuera algo que tú pudieras comprender. No es que importe, supongo, ahora que has sido desenmascarada. La familia está solicitando en estos momentos la anulación. Brian está viendo al Juez Ridgley precisamente hoy.
Me senté muy envarada.
— ¿Por qué motivos? ¡No he hecho nada malo!
— Por supuesto que lo has hecho. Olvidaste que, según nuestras leyes, un no humano no puede entrar en un contrato matrimonial con seres humanos.
8
Una hora más tarde tomaba la lanzadera a Auckland y tenía tiempo de pensar en mi insensatez.
Durante casi tres meses, desde la noche en que había discutido sobre aquello con el Jefe, me había sentido bien por primera vez con mi status «humano». Él me había dicho que yo era «tan humana como la Madre Eva», y que podía decirle tranquilamente a cualquiera que yo era una PA porque nadie me creería.
El Jefe estaba casi en lo cierto. Pero no había contado conmigo haciendo un esfuerzo realmente determinado para demostrar que no era «humana» bajo las leyes neozelandesas.
Mi primer impulso había sido solicitar una audiencia ante todo el consejo familiar… sólo para enterarme de que mi caso había sido ya juzgado in camera y el voto había sido contra mí, seis a cero.
Ni siquiera volví a la casa. Aquella llamada telefónica que Anita había recibido mientras estábamos en los jardines botánicos era para decirle que mis efectos personales habían sido empacados y enviados a la consigna en la estación de la lanzadera.
Podía haber insistido aún en una votación en la casa en vez de aceptar la (evasiva) palabra de Anita al respecto. ¿Pero con qué finalidad? ¿Para vencer en una discusión?
¿Para probar un extremo? ¿O simplemente para partir un cabello por la mitad? Necesité cinco segundos para darme cuenta de que todo lo que había estado atesorando había desaparecido. Tan desvanecido como el arcoiris, como el estallido de una pompa de jabón… ya no era «aceptada». Aquellos niños ya no eran míos, nunca más podría rodar por el suelo con ellos encima.
Estaba pensando en todo aquello con pesar y los ojos secos, y casi estuve a punto de no enterarme de que Anita había sido «generosa» conmigo: en aquel contrato que yo había firmado con la corporación familiar la letra pequeña decía que la suma principal debía ser pagada inmediatamente si yo rompía el contrato. ¿Constituye un rompimiento de contrato el ser «no humana»? (Hasta entonces yo nunca había dejado de efectuar ningún pago). Mirado desde un punto de vista, si ellos estaban dispuestos a echarme de la familia, entonces tenían que devolverme al menos dieciocho mil dólares neozelandeses: visto desde otro punto de vista, yo no sólo no tenía derecho a la devolución de la parte pagada de mi participación, sino que debía más del doble de esta suma.
Pero ellos eran «generosos»: si yo desaparecía rápidamente y sin escándalos, ellos no proseguirían su reclamación contra mí. No hacía falta decir lo que ocurriría si yo me quedaba por allí y organizaba un escándalo público.
Me fui rápidamente.
No necesito un psiquiatra para que me diga que toda la culpa fue mía; me di cuenta de este hecho tan pronto como Anita me anunció las malas noticias. Una cuestión más profunda es: ¿Por qué lo hice?
No lo había hecho por Ellen, y no podía engañarme a mí misma pensando que así era.
Al contrario, mi estupidez había hecho imposible cualquier esfuerzo por ayudarla.
¿Por qué lo había hecho?
Furia.
No era capaz de descubrir ninguna respuesta mejor. Furia contra toda la raza humana por decidir que los de mi clase no eran humanos y en consecuencia no merecedores de un trato y una justicia iguales. El resentimiento que se había ido acumulando desde el primer día en que había llegado a la realización de que había privilegios que poseían los niños humanos simplemente por el hecho de haber nacido y que yo no podría tener nunca simplemente porque yo no era humana.
Pasar como humana lo único que hace es concederle a una esos privilegios; no termina con el resentimiento contra el sistema. La presión crece aún más puesto que no puede ser expresada. Tenía que llegar fatalmente el día en que fuera más importante para mí descubrir si mi familia adoptada podía aceptarme como un auténtico ser humano, que seguir preservando mi feliz relación.
Lo había descubierto. Ninguno de ellos se había puesto de mi lado… del mismo modo que ninguno de ellos se había puesto del lado de Ellen. Creo que supe que iban a rechazarme tan pronto como supe que le habían fallado a Ellen. Pero ese nivel de mi mente es tan profundo que no soy consciente de él… es el lugar oscuro donde, según el Jefe, residen todos mis auténticos pensamientos.
Llegue a Auckland demasiado tarde para el SB diario a Winnipeg. Tras reservar un alvéolo para la trayectoria del día siguiente y facturarlo todo menos mi neceser de vuelo, estudié qué hacer con las veintiuna horas que quedaban delante de mí, e inmediatamente pensé en mi rizado lobo, el capitán Ian. Por lo que él me había dicho, las posibilidades eran de cinco a uno en contra de que estuviera en la ciudad… pero su piso (si estaba disponible) podía ser más agradable que un hotel. Así que busqué una terminal pública y tecleé su código.
Al cabo de poco la pantalla se iluminó; un joven rostro de mujer — alegre, más bien hermoso — apareció.
— ¡Hola! Soy Luminaria. ¿Quién eres tú?
— Soy Marj Baldwin — respondí —. Quizá haya tecleado mal. Estoy buscando al capitán Tormey.
— No, has conectado con él, encanto. Espera y le dejaré salir de su jaula. — Se volvió y se alejó del monitor mientras llamaba en voz alta —: ¡Hey, hermanito! Tienes a un trozo de pastel al aparato. Conoce tu auténtico nombre.
Mientras se volvía y se alejaba observé sus desnudos pechos. Entró toda en el campo de visión y descubrí que iba a pelo hasta los talones Un buen cuerpo… posiblemente un poco amplio en lo fundamental pero con largas piernas, un talle esbelto, y unas glándulas mamarias que no tenían nada que envidiar a las mías… y yo no tengo ningún motivo de queja.
Maldije suavemente para mí misma. Sabía muy bien por qué había llamado al capitán:
para olvidar a tres hombres en los brazos de un cuarto. Lo había encontrado, pero parecía que ya estaba ocupado.
Apareció, vestido pero no mucho… solo un lavalava. Pareció desconcertado, luego me reconoció.
— ¡Hey! ¡Señorita… Baldwin! ¡Esto es for-mi-da-ble! ¿Dónde está?
— En el puerto. He llamado para decirle hola.
— Quédese donde está. No se mueva, no respire. Siete segundos mientras me pongo unos pantalones y una camisa, y estoy con usted.
— No, capitán. Sólo he llamado para saludarle. Simplemente estoy haciendo conexión.
— ¿Cuál es su conexión esta vez? ¿A qué puerto? ¿A qué hora sale?
Maldita sea y tres veces maldita sea… no había preparado mis mentiras. Bien, la verdad es a menudo mejor que una mentira torpe.
— Vuelvo a Winnipeg.
— ¡Oh, estupendo! Entonces está hablando con su piloto; tengo el vuelo del mediodía mañana. Dígame exactamente donde está y la recogeré en, esto, cuarenta minutos si puedo encontrar un taxi lo bastante rápido.
— Capitán, es usted muy amable pero no piensa con claridad. Ya tiene toda la compañía que puede manejar. La joven que respondió a mi llamada. Luminaria.
— Luminaria no es su nombre; es su circunstancia. Es mi hermana Betty, de Sydney. Se queda aquí cuando viene a la ciudad. Probablemente se la mencioné. — Volvió la cabeza y llamó —: ¡Betty! Ven aquí e identifícate. Pero ponte decente.