Выбрать главу

— ¡Hey! ¡Dame el beso de despedida!

— ¿Por qué? Te veré en la nave. Y tenemos una cita en Winnipeg.

— ¡Bésame, maldita sea, o perderé esa condenada nave!

— Entonces desenrédate de ese gordo romano y procura no manchar mi uniforme limpio.

— No corras ningún riesgo, viejo hermano. Yo besaré a Helen á tu salud.

Ian se inclinó y me besó intensamente, y yo no manché su precioso uniforme. Luego besó a Freddie en la frente un poco calva y dijo:

— Divertíos, chicos. Pero llévala a la puerta a tiempo. Adiós. — En aquel momento Betty asomó la cabeza por la puerta y miró; su hermano la empujó con un brazo y se la llevó.

Volví de nuevo mi atención a Freddie. Dijo:

— Helen, prepárate. — Lo hice mientras pensaba alegremente que Ian y Betty y Freddie eran precisamente lo que Viernes necesitaba para borrar de su mente la puritana hipocresía en la que había estado viviendo durante demasiado tiempo.

Betty trajo el té de la mañana en el momento preciso, por lo que supongo que debía estar escuchando. Se sentó en la posición del loto en la cama y bebimos juntos. Luego nos levantamos y desayunamos. Yo tomé porridge con crema espesa, dos hermosos huevos, jamón de Canterbury (una gruesa loncha), patatas fritas, panecillos calientes con mermelada de frambuesa y la mejor mantequilla del mundo, y una naranja, todo ello regado con un fuerte té negro con azúcar y leche. Si todo el mundo rematara las cosas de la forma en que lo hacen en Nueva Zelanda, no tendríamos problemas políticos.

Freddie se puso un lavalava para tomar el desayuno pero Betty no, y yo tampoco.

Educada como estoy en la inclusa de un laboratorio, nunca he aprendido lo suficiente acerca de los modales y etiquetas humanos, pero sé que una huésped debe vestirse — o desvestirse — de acuerdo con su anfitriones. Realmente no estoy acostumbrada a ir desnuda en presencia de humanos (la inclusa era otro asunto), pero era terriblemente fácil estar con Betty. Me pregunté si ella me rechazaría si sabía que yo no soy humana.

No lo creo, pero no me sentía ansiosa de comprobarlo. Fue un desayuno feliz.

Freddie me llevó a la sala de espera de pasajeros a las once y veinte, buscó a Ian, y le pidió un recibí. Solemnemente, Ian le redactó uno. De nuevo me ató los cinturones en el alvéolo de aceleración mientras me decía suavemente:

— La otra vez no necesitabas realmente ayuda con ellos, ¿verdad?

— No — admití —. Pero me alegra haberlo fingido. ¡Fueron unos instantes maravillosos!

— Y tendremos unos instantes maravillosos en Winnipeg, también. Conecté con Janet durante la cuenta atrás, le dije que vendrías con nosotros a cenar. Me contestó que te dijera que podías quedarte también para el desayuno… que te dijera que es una tontería marcharse de Winnipeg a medianoche; puedes verte asaltada en cualquier transferencia.

Tiene razón… los inmigrantes informales que tenemos en todos los limites del Imperio podrían matarte por un céntimo.

— Hablaré con ella al respecto cuando lleguemos allí — (Capitán Ian, hombre frívolo, me dijiste que nunca te casarías porque «ibas allá donde van los patos salvajes». Me pregunto si lo recuerdas. No lo creo).

— Ya está decidido. Puede que Janet no confíe en mi buen juicio sobre las mujeres…

dice que estoy lleno de prejuicios, que me dejo engañar. Pero confía en Betty… y Betty ya la ha llamado. Conoce a Betty mucho mejor de lo que me conoce a mí; fueron compañeras de habitación en McGill. Y es por eso por lo que yo conocí a Janet y Fred conoció a mi hermanita; los cuatro éramos subversivos… de tanto en tanto deseábamos descolgar el Polo Norte y ponerlo del revés.

— Betty es un encanto. ¿Janet se le parece?

— Sí y no. Janet era el líder de nuestras actividades sediciosas. Discúlpame; tengo que hacer ver que soy el capitán. En la actualidad es la computadora la que hace volar este pequeño ataúd, pero espero aprender para la semana próxima.

— Se fue.

Tras la catarsis curativa de una noche de ebria saturnalia con Ian y Freddie y Betty, me sentía capaz de pensar en mi ex-familia más racionalmente. ¿Había sido de hecho engañada?

Había firmado aquel estúpido contrato voluntariamente, incluida la cláusula de rescisión que me había echado fuera. ¿Había estado pagando a cambio de sexo?

No, lo que había dicho a Ian era cierto: el sexo está en todas partes. Había pagado por el feliz privilegio de ser aceptada, Por una familia… especialmente por las delicias hogareñas de cambiar pañales mojados y lavar los platos y juguetear con los cachorrillos de los animales domésticos. Mister Tropezones era mucho más importante para mí de lo que había sido nunca Anita… aunque nunca me había permitido pensar en ello. Había intentado quererlos a todos ellos hasta que el asunto de Ellen había arrojado luz sobre algunos rincones sucios.

Ahora déjenme ver: sabía exactamente cuántos días había pasado con mi ex-familia.

Un poco de aritmética me dijo que (puesto que todo me había sido confiscado) el coste de mi manutención y albergue durante aquellas agradables vacaciones era ligeramente superior a cuatrocientos cincuenta dólares neozelandeses por día.

Un alto precio incluso en uno de los complejos de más lujo. Pero el coste real para la familia de tenerme en casa había sido menos de una cuarta parte de eso. ¿En qué términos financieros se habían unido cada uno de los otros a la familia? Nunca había llegado a saberlo.

Anita, incapaz de impedir que los hombres me invitaran, ¿había arreglado las cosas de tal modo que yo no pudiera permitirme abandonar mi trabajo y vivir en casa pero pese a todo quedaba ligada a la familia en términos enteramente provechosos para ella… es decir, para Anita? No había forma de decirlo. Sabía tan poco acerca del matrimonio entre los seres humanos que no había sido capaz de juzgar… y seguía sin serlo.

Pero había aprendido una cosa Brian me había sorprendido volviéndose contra mí.

Había pensado en él como en el mayor, más sabio, más sofisticado miembro de la familia, el único que podía aceptar el hecho de mi derivación biológica y vivir con él.

Quizá lo hubiera conseguido si le hubiera mostrado alguna otra cualidad especial, alguna habilidad no amenazadora.

Pero había demostrado ser superior a él en fuerza, un aspecto en el cual un hombre espera siempre razonablemente vencer. Le había golpeado en lo más profundo de su orgullo masculino.

A menos que pretendas matarlo inmediatamente después, nunca le des a un hombre una patada en los testículos. Ni siquiera simbólicamente. O quizá especialmente no de una forma simbólica.

9

En aquel momento se acabó la caída libre y entramos en las increíblemente emocionantes sensaciones del deslizamiento hipersónico. La computadora estaba haciendo un buen trabajo suavizando la violencia, pero podías sentir pese a todo la vibración en tus dientes… y yo podía sentirla en todas las demás partes de mi cuerpo después de aquella movida noche.

Cruzamos la barrera del sonido más bien bruscamente, luego pasamos un largo rato en subsónico, con el chillido creciendo por momentos. Luego llegamos al final y los retros entraron en acción… y poco después estábamos parados. Y yo inspiré profundamente.

Por mucho que me gusten los SBs, no puedo evitar que la parada final me dé escalofríos.

Habíamos despegado de la Isla del Norte el mediodía del jueves, de modo que llegamos cuarenta minutos más tarde a Winnipeg el día anterior (miércoles) casi al anochecer, a las 19:40 horas. (No me echen a mí la culpa; miren un mapa… uno que tenga marcadas las zonas horarias).

Esperé de nuevo, y fui el último pasajero en salir. Nuestro capitán recogió otra vez mi equipaje, pero esta vez me escoltó con la informalidad de un viejo amigo… y sentí la enorme calidez de aquel gesto. Me condujo por una puerta lateral, luego fue conmigo a través de Aduanas, Sanidad e Inmigración, ofreciendo primero su propio maletín de viaje.