— Es asunto nuestro hacerte cambiar de opinión. A menos… ¿acaso eres tímida al respecto? Betty no dio a entender que lo fueras. Georges puede pintarte vestida. Para empezar.
— No. No soy tímida. Esto, quizá un poco cohibida ante la idea de posar; es algo nuevo para mí. Mira, ¿podemos esperar un poco? Precisamente ahora estoy más interesada en utilizar los servicios que en posar; no he ido a ellos desde que salí del piso de Betty…
hubiera tenido que pararme un momento en el puerto.
— Lo siento, querida; no debiera haberte tenido aquí de pie hablando de las pinturas de Georges. Mi madre me enseñó hace años que lo primero que hay que hacer con un huésped es mostrarle dónde está el cuarto de baño.
— Mi madre me enseñó exactamente lo mismo — mentí.
— Es por aquí. — Había un pasillo a la izquierda de la fuente; ella me condujo a su interior y a una habitación —. Tu habitación — anunció, dejando caer mi neceser sobre la cama —, y el baño está ahí. Lo compartes conmigo, ya que mi habitación es la imagen en el espejo de esta, al otro lado.
Había mucho que compartir… tres cubículos, cada uno de ellos con WC, bidet y lavabo; una ducha lo suficientemente grande como para albergar a todo un comité político, con controles que veía iba a tener que preguntar para qué servían; una mesa de masajes y bronceado; una piscina — ¿o era una bañera? — que había sido claramente planeada para bañarse en compañía; dos tocadores gemelos llenos de frascos; una terminal, una nevera; una biblioteca con un estante para cassettes.
— ¿Ningún leopardo? — dije.
— ¿Esperabas uno?
— Siempre que he visto una habitación así en los sensies la heroína tenía un cachorro de leopardo con ella.
— Oh. ¿Te conformas con un gatito?
— Por supuesto. ¿Os gustan a ti y a Ian los gatos?
— Jamás intentaría llevar las riendas de una casa sin uno dentro. De hecho, en este momento puedo ofrecerte un auténtico surtido de cachorrillos.
— Me gustaría poder quedarme uno. No puedo.
— Discutiremos eso más tarde. Ve al lavabo. ¿Deseas ducharte antes de cenar? Yo tengo intención de hacerlo; he pasado demasiado tiempo haciendo correr a Belleza Negra y Demonio antes de ir al puerto, y luego no me ha dado tiempo. ¿No notas que huelo a establo?
Y así fue como, con pasos fáciles, me hallé diez o doce minutos más tarde con Georges lavándome la espalda mientras Ian lavaba mi parte delantera mientras mi anfitriona se lavaba a sí misma y se reía y ofrecía su consejo, que era olímpicamente ignorado. Si detallara un poco más el asunto, verían ustedes que cada paso era perfectamente lógico y que esos gentiles sibaritas no hacían nada por empujarme. Ni siquiera existía el más ligero intento de seducirme, ni siquiera una insinuación al hecho de que yo había violado (violado simbólicamente, al menos) a mi anfitrión la noche antes.
Luego compartí con ellos un sibarítico festín en su sala de estar (salón de recepciones, gran salón, lo que quieran), frente a un fuego que era en realidad uno de los artilugios de Ian. Yo iba vestida con una de las negligées de Janet… la idea que Janet tenía de una negligée para la cena hubiera hecho que la arrestasen en Christchurch.
Pero eso no provocó ningún avance de ninguno de los hombres. Cuando llegamos al café y al coñac, yo ligeramente achispada por las copas antes de la cena y el vino durante la cena, me quité a su demanda aquella negligée prestada y Georges me hizo adoptar cinco o seis poses, tomó estéreos y holos de cada una de ellas, mientras hacía comentarios acerca de mi musculatura. Yo proseguí insistiendo en que tenía que irme al día siguiente por la mañana pero mis protestas eran débiles y pro forma… y Georges tampoco les prestaba la menor atención. Dijo que yo tenía «buenas masas»… quizá fuera un cumplido; aunque no era precisamente apreciativo.
Pero consiguió unas fotos terriblemente buenas de mí, especialmente una en la que estaba tendida lánguidamente en un diván bajo con cinco gatitos arrastrándose sobre mi pecho y piernas y barriga. Le pedí una copia de esta última, y resultó que Georges tenía el equipo necesario para hacer las copias él mismo.
Luego Georges tomó algunas de Janet y yo juntas, y de nuevo le pedí una copia de alguna de ellas porque hacíamos un hermoso contraste y Georges tenía un talento especial para hacernos lucir mejor de lo que éramos. Pero por aquel entonces ya empezaba a bostezar, y Janet le dijo a Georges que parara. Pedí disculpas, diciendo que no era excusa para mí el tener sueño puesto que aún era a primera hora de la tarde en la zona donde había iniciado el día.
Janet dijo que era lo mismo, que sentir sueño no tenía nada que ver con relojes y zonas horarias… caballeros, nos vamos a la cama. Se me llevó.
Nos detuvimos en aquel hermoso baño, y ella puso sus brazos a mi alrededor.
— Marjie, ¿quieres compañía, o deseas dormir sola? Sé por Betty que has tenido una noche movida esta pasada noche; posiblemente prefieras una noche tranquila a solas. O posiblemente no. Dilo.
Le dije honestamente que si me daban a elegir nunca dormía sola.
— Yo tampoco — admitió —, y me alegra oírte decir esto, en vez de frivolizar al respecto y fingir de la forma que lo hacen algunas hipócritas. ¿A quién quieres en tu cama?
Querida amiga, seguro que tú quieres a tu marido la noche que viene a casa.
— Quizá debiéramos formular la pregunta al revés. ¿Quién quiere dormir conmigo?
— Bueno, todos nosotros queremos, estoy segura. O dos. O uno. Tú elige.
Parpadeé, y me pregunté cuánto debía haber bebido.
— ¿Cuatro en una cama?
— ¿Te gustaría?
— Nunca lo he intentado. Suena agradable, pero puede que la cama resulte horriblemente atestada, pienso.
— Oh. Tú no has estado en mi habitación. Hay una gran cama. Porque mis dos maridos deciden a menudo dormir a la vez conmigo… y sigue quedando bastante sitio como para invitar a un huésped a unírsenos.
Sí. Había estado bebiendo… dos noches seguidas y mucho más de lo que estaba acostumbrada.
— ¿Dos maridos? No sabía que el Canadá Británico hubiera adoptado el Plan Australiano.
— El Canadá Británico no; los canadienses británicos sí. O varios miles de ellos. Las puertas están cerradas y a nadie fuera de aquí le importa. ¿Quieres probar la gran cama?
Si te entra sueño, puedes arrastrarte hasta tu propia habitación… otra de las razones por las que diseñé así esta suite. ¿Y bien, querida?
— Oh… sí. Pero quizá me muestre algo cohibida al respecto.
— Lo superarás. Vamos…
Fue interrumpida por el zumbido de la terminal.
— ¡Oh, maldita sea, maldita sea! — dijo Janet —. Casi seguro que eso significa que desean que Ian vaya al puerto… pese a que acaba de llegar de un vuelo. — Se dirigió a la terminal, la conectó.
— …causa de alarma. Nuestra frontera con el Imperio de Chicago ha sido cerrada y los refugiados son rechazados. El ataque de Quebec es más serio pero puede ser un error de algún mando local; no ha habido ninguna declaración de guerra. El estado de emergencia ha sido decretado, de modo que no circulen por las calles, mantengan la calma, y escuchen la correspondiente longitud de onda para noticias oficiales e instrucciones.
El Jueves Rojo había empezado.
10
Supongo que todo el mundo tiene más o menos en mente la misma imagen del Jueves Rojo y lo que siguió. Pero para explicarme (¡a mí misma, si ello es posible!) debo decirles cómo lo vi yo, incluidas la torpe confusión y las dudas.
Fuimos a la gran cama de Janet para compañía y mutuo consuelo, no para sexo.
Nuestros oídos estaban atentos a las noticias, nuestros ojos fijos en la pantalla de la terminal. Más o menos las mismas noticias eran repetidas una y otra vez… un abortado ataque de Quebec, el Presidente del Imperio de Chicago asesinado en su cama, la frontera con el Imperio cerrada, informes de sabotajes sin verificar, todo el mundo fuera de las calles, permanezcan tranquilos… pero no importaba cuán a menudo repitieran aquello todos permanecíamos callados y escuchando, aguardando alguna información que pudiera hacer que las demás informaciones carecieran de sentido.