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Y ahora acababa de oír que Ian era el encargado de representar a su sindicato en una lucha laboral con la dirección para impedir que los de mi clase pudieran competir con los humanos.

(¿Qué hubieras hecho con nosotros, Ian? ¿Cortarnos el cuello? Nosotros no pedimos ser producidos, del mismo modo que vosotros no pedís nacer. Puede que no seamos humanos, pero compartimos el antiguo destino de los humanos; somos extranjeros en un mundo que nunca hicimos).

— ¿Y bien, Marj?

— ¿Eh? Oh, lo siento, estaba distraída. ¿Qué decías, Jan?

— Te preguntaba qué deseabas para desayunar, querida.

— Oh, no importa; me como cualquier cosa que se mantenga en pie o incluso que se bambolee ligeramente. ¿Puedo venir contigo y ayudar? ¿Por favor?

— Estaba esperando que te ofrecieras. Porque Ian no está muy acostumbrado a la cocina, pese a su cometido.

— ¡Soy un cocinero malditamente bueno!

— Sí, querido. Ian firmó un compromiso por escrito de que cocinaría siempre que yo se lo pidiera. Y lo hace; nunca ha intentado escabullirse de ello. Pero tengo que estar terriblemente hambrienta para invocarlo.

— Marj, no la escuches.

Sigo sin saber si Ian sabe cocinar o no, pero Janet realmente sí sabe (y lo mismo puede decirse de Georges, como supe más tarde). Janet nos sirvió — con ayuda marginal por mi parte — ligeras y esponjosas tortillas de suave queso cheddar rodeadas por delgados y tiernos panqueques enrollados al estilo continental con azúcar en polvo y mermelada, y adornados con tocino frito y bien escurrido. Más zumo de naranja de un montón de naranjas recién exprimidas… exprimidas a mano, no reducidas a pulpa por una máquina. Más café colado hecho de granos recién molidos.

(La comida de Nueva Zelanda es maravillosa, pero la forma de cocinar de Nueva Zelanda ni siquiera es cocinar).

Georges se presentó exactamente al mismo tiempo que un gato… Mamá Gata en este caso, que llegó siguiendo los pasos de Georges. Los gatitos fueron excluidos entonces por un edicto de Janet, porque estaba demasiado atareada como para evitar pisar a alguno. Janet decretó también que las noticias serían cortadas mientras comíamos, y que la emergencia no sería un tema de conversación en la mesa. Aquello fue un alivio para mí, ya que aquellos extraños y tristes acontecimientos no habían dejado de golpear en mi mente desde que se habían iniciado, incluso durante el sueño. Como Janet señaló mientras dictaba sus órdenes, tan sólo una bomba H tenía posibilidades de penetrar nuestras defensas, y el estallido de una bomba H sería algo que probablemente ni llegaríamos a notar… así que mejor relajarse y disfrutar del desayuno.

Disfruté de él… y lo mismo hizo Mamá Gata, que patrulló nuestros pies en sentido contrario a las manecillas del reloj e informó a cada uno de nosotros cuándo era el turno de esa persona de proporcionarle un trozo de tocino… creo que ella se comió la mayor parte.

Tras limpiar los platos del desayuno (recuperados antes que reciclados; Janet está chapada a la antigua en algunas cosas) y que Janet hiciera otro pote de café, volvimos a conectar las noticias y nos sentamos a observarlas y a discutirlas… en la cocina mejor que en el gran salón que habíamos utilizado para cenar, puesto que la cocina era de facto su sala de estar. Janet tenía lo que se llama una «cocina campesina», aunque ningún campesino había tenido nunca nada tan bueno: una gran chimenea, una mesa redonda para comer la familia con sillas de las llamadas de capitán, enormes y confortables sillones, mucho espacio en el suelo y ningún problema de tráfico porque el cocinar se efectuaba en el extremo opuesto a las comodidades. A los gatitos se les permitió entrar allí, finalizando así sus protestas, y entraron colas en ristre, todos atención. Tomé uno, una esponjosa bolita blanca con grandes manchas negras; su ronroneo era más grande que él. Resultaba claro que la vida amorosa de Mamá Gata no estaba limitada por ningún registro de pedigree; no había dos gatitos iguales.

La mayoría de las noticias eran ya conocidas, pero había nuevos acontecimientos en el Imperio:

Los demócratas estaban siendo detenidos, sentenciados por consejos de guerra formados sobre la marcha (tribunales ejecutivos, eran llamados), y ejecutados in situ…

láser, fusilamientos, alguna que otra horca. Ejercí un rígido control mental para seguir mirando. Estaban sentenciando a gente de menos de catorce años… vi a una familia en la cual ambos padres, condenados ellos mismos, insistían en que su hijo tenía tan sólo doce años.

El Presidente del tribunal, un cabo de la Policía Imperial, finalizó la discusión extrayendo su pistola y disparándole al chiquillo, y luego ordenando a su pelotón que acabara con los padres y la hermana mayor del muchacho.

Ian cortó la imagen, se volvió hacia los altavoces hi-fi y bajó el sonido.

— He visto todo lo que quería ver — gruñó —. Creo que quienquiera que tenga el poder ahora que el antiguo Presidente está muerto, está liquidando a todo el mundo anotado en su lista de sospechosos.

Se mordió el labio y su expresión se hizo sombría.

— Marj, ¿sigues aferrada a esa tonta idea de irte a casa inmediatamente?

— No soy una demócrata, Ian. Soy apolítica.

— ¿Crees que ese chiquillo era político? Esos cosacos te matarán simplemente para entrenarse. De todos modos, no puedes irte. La frontera está cerrada.

No le dije que estaba segura de poder atravesar cualquier frontera sobre la Tierra, estuviera abierta o cerrada.

— Creí que estaba cerrada únicamente para la gente que intentaba ir al norte. ¿No van a dejar a los ciudadanos del Imperio volver a casa?

Suspiró.

— Marj, creí que eras más lista que ese gatito que tienes en tu regazo. ¿No te das cuenta de que las niñitas guapas pueden resultar malparadas si insisten en jugar con niños malos? Si estuvieras en casa, estoy seguro de que tu padre te diría que te quedaras en ella. Pero estás aquí en nuestra casa y eso nos confiere a Georges y a mí una obligación implícita de mantenerte a salvo. ¿Eh, Georges?

— ¡Mais oui, mon vieux! ¡Certainement!

— Y yo te protegeré de Georges. Jan, ¿puedes convencer a esta niña de que es bienvenida aquí durante todo el tiempo que quiera estarse? Creo que es el tipo de mujer confiada de que todo va a ir siempre bien.

— ¡No es cierto!

— Marjie — dijo Janet —, Betty me pidió que cuidara de ti. Si crees que vas a ser una carga, puedes hacer una contribución a la Cruz Roja britano-canadiense. O a un hogar para gatos indigentes. Pero ocurre que nosotros tres ganamos montones de dinero y no tenemos niños. Podemos permitirnos el lujo de tenerte a ti como a otro gatito. Ahora…

¿estás dispuesta a quedarte? ¿O voy a tener que esconder tus ropas y pegarte?

— No quiero que me peguen.

— Que lástima, ya estaba viendo la posibilidad. Todo arreglado, gentiles caballeros: ella se queda. Marj, te hemos engañado. Georges va a pedirte que poses para él a horas intempestivas (es un bruto), y va a pagarte simplemente con dulces y pasteles en vez de con el salario estipulado por el sindicato. Sólo piensa en los beneficios.

— No — dijo Georges —. No pienso en los beneficios; saco beneficios. Porque voy a hacer de ella una fuente de beneficios, Jan, corazón. Pero no a la tarifa base del sindicato; ella vale más. ¿Un cincuenta por ciento más que la tarifa?

— Al menos. El doble, me atrevería a decir. Sé generoso, puesto que de todos modos no vas a pagarle. ¿Tienes idea de llevarla al campus? A tu laboratorio, quiero decir.

— ¡Una excelente idea! No ha dejado de darme vueltas en el fondo de mi cabeza… y gracias, querida de todos nosotros, por sacarla a la luz. — Georges se dirigió a mí —:

Marjorie, ¿me venderás un huevo?

Aquello me sobresaltó. Intenté aparentar que no le comprendía.