Entonces me agarraron por ambos lados.
El querido viejo tío Jim no me avisó. Simplemente se me quedó mirando mientras me agarraban.
2
¡Estúpida culpa mía! En básica se me enseñó que ningún lugar es nunca totalmente seguro, y que cualquier lugar al que regresas habitualmente es tu punto de máximo peligro, el lugar más probable para una trampa, una emboscada, una encerrona.
Pero aparentemente había aprendido esto tan sólo como un papagayo; como una vieja profesional, lo había ignorado.
Y ahora me remordió.
Esta regla es análoga al hecho de que la persona que más probablemente te asesinará es algún miembro de tu propia familia… y esa desconsoladora estadística es ignorada también; tiene que serlo. ¿Vivir temiendo a tu propia familia? ¡Mejor estar muerta!
Mi peor estupidez había sido ignorar una clara, específica, importante advertencia, no simplemente un principio general. ¿Cómo había conseguido el querido viejo «tío» Jim encontrar mi cápsula… en el día exacto y casi al minuto preciso? ¿Una bola de cristal? El Jefe es más listo que el resto de nosotros, pero no utiliza la magia. Puede que esté equivocada, pero soy positiva. Si el Jefe dispusiera de poderes sobrenaturales no nos necesitaría al resto de nosotros.
Yo no había informado de mis movimientos al Jefe; ni siquiera le había dicho cuándo abandoné Ele-Cinco. Esta es su doctrina; no nos anima a que informemos cada vez que nos movemos, puesto que sabe que una filtración puede ser fatal.
Ni siquiera yo sabía que iba a tomar aquella cápsula en particular hasta que la tomé.
Había encargado el desayuno en la cafetería del Hotel Seward, me había quedado allí sin probarlo, había depositado algunas monedas en el mostrador… tres minutos más tarde estaba herméticamente encerrada en una cápsula exprés. ¿Entonces?
Obviamente el cortar aquel rastro en la Estación del Tallo de Kenya no había eliminado todos los rastros. O había habido algún perseguidor de repuesto o el señor «Belsen» («Beaumont», «Bookman», «Buchanan») había sido echado en falta y reemplazado rápidamente. Posiblemente habían estado conmigo durante todo el camino, o quizá lo que le había ocurrido a «Belsen» los había hecho precavidos acerca de ir demasiado pegados a mis talones. O la última noche de sueño les había proporcionado el tiempo necesario para alcanzarme.
Fuera cual fuese la variante, no tenía importancia. Poco después de que yo subiera a aquella cápsula en Alaska, alguien había enviado por teléfono un mensaje parecido a este: «Luciérnaga a Libélula. Mosquito se ha ido de aquí en cápsula exprés Corredor Internacional hace nueve minutos. El control de tráfico de Anchorage muestra a cápsula desviándose y abriéndose en Lincoln Meadows a las once punto tres hora de ustedes». O algo así. Alguien no muy amistoso me había visto entrar en aquella cápsula y había telefoneado previniendo; de otro modo el dulce viejo Jim no hubiera sido capaz de encontrarme. Lógico.
La mirada retrospectiva es algo maravilloso: te muestra como te partiste la cabeza…
después de haberte partido la cabeza.
Pero les hice pagar sus copas. Si hubiera sido lista, me hubiera rendido inmediatamente después de darme cuenta de que me superaban abrumadoramente en número. Pero no soy lista; ya lo he probado. De otro modo, hubiera echado a correr como un diablo cuando Jim me dijo que lo había enviado el jefe… en vez de subir al coche y echar una cabezada, por el amor de Dios.
Recuerdo haber matado a uno de ellos.
Posiblemente dos. ¿Pero por qué insistían en hacerlo del modo difícil? Podían haber aguardado hasta que yo estuviera dentro y entonces haberme gaseado, o utilizado un dardo anestésico, o incluso un trozo de cuerda. Tenían que cogerme viva, eso resultaba claro. ¿No sabían que un agente de campo con mi entrenamiento pone automáticamente la sobremarcha cuando es atacado? Quizá yo no sea la única estúpida.
¿Pero por qué malgastar tiempo violándome? Toda la operación tenía toques de aficionados. Ningún grupo profesional utiliza la violencia o la violación antes del interrogatorio hoy en día; no hay ningún provecho en ello; cualquier profesional está entrenado para resistir cualquiera de las dos cosas, o ambas. En lo que a la violación se refiere, ella (o él… he oído decir que con los hombres es peor) puede o bien aislar su mente y aguardar a que haya pasado todo, o (entrenamiento avanzado) emular el antiguo adagio chino. O, en lugar del método A o B, o combinados si la habilidad histriónica del agente es bastante, la víctima puede emplear la violación como una oportunidad de ganar una baza a sus captores. Yo no soy nada del otro mundo como actriz pero lo intento y, aunque nunca me ha permitido cambiar por completo la situación, al menos una vez me salvó la vida.
En esta ocasión el método C no afectó el resultado pero sí causó una saludable distensión. Cuatro de ellos (esta es mi estimación, por el tacto y el olor corporal) me violaron en uno de los dormitorios de arriba. Puede que fuera mi propio dormitorio, pero no podía estar segura porque había permanecido inconsciente durante un tiempo y estaba vestida (únicamente) con una banda de cinta adhesiva sobre mis ojos. Me poseyeron sobre un colchón en el suelo, una violación con empleo de sadismo menor… el cual ignoré, pues estaba muy atareada con el método C.
Mentalmente los llamé «Jefe de Paja» (parecía estar al mando), «Rocas» (así lo llamaban… rocas en la cabeza, probablemente), «Cortito» (tómenlo como quieran), y «el otro», puesto que no tenía características distintivas.
Trabajé en todos ellos — actuando con método, por supuesto — reluctante al principio, teniendo que ser forzada, luego gradualmente dejando que tu pasión te coma; no puedes evitarlo. Cualquier hombre creerá en esa rutina; están ansiosos por creerla… pero trabajé especialmente duro con Jefe de Paja, y esperé haberme merecido como mínimo el título de maestra predilecta o algo así. Jefe de Paja no era tan malo tampoco; los métodos B y C combinaron perfectamente.
Pero trabajé más duramente aún con Rocas debido a que con él tenía que ser C combinado con A; su respiración era tan hedionda. Tampoco era demasiado limpio en otros aspectos; tuve que hacer un gran esfuerzo para ignorarlo y hacer que mis respuestas halagaran su ego de macho.
Cuando se puso flojo dijo:
— Mac, estamos malgastando nuestro tiempo. A la puta le gusta.
— Entonces salte de en medio y dale al chico otra oportunidad. Está listo.
— Todavía no. Voy a atizarle un poco, para que nos tome en serio. — Me largó un buen bofetón, directamente al lado izquierdo de mi rostro. Gruñí.
— ¡Deja eso! — era la voz de Jefe de Paja.
— ¿Quién lo dice? Mac, te estás pasando un poco en tus atribuciones.
— Yo lo digo. — Era una nueva voz, muy fuerte… amplificada, sin lugar a dudas, por el sistema de sonido en el techo —. Rocas, Mac es vuestro jefe, y tú lo sabes. Mac, envíame a Rocas; quiero tener unas palabritas con él.
— ¡Mayor, yo simplemente estaba intentando ayudar!
— Ya has oído al hombre, Rocas — dijo Jefe de Paja tranquilamente —. Ponte tus pantalones y muévete.
Repentinamente el peso del hombre ya no estuvo sobre mí y su hediondo aliento desapareció de ante mi rostro. La felicidad es relativa.
La voz en el techo habló de nuevo:
— Mac, ¿es cierto que la señorita Viernes simplemente disfruta con la pequeña ceremonia que hemos preparado para ella?
— Es posible, Mayor — dijo Jefe de Paja lentamente —. Al menos actúa como si así fuera.
— ¿Qué dices a eso, Viernes? ¿Esa es la forma en que te lo pasas bien habitualmente?
No respondí a su pregunta. En vez de ello, lo puse en entredicho con todo detalle a él y a su familia, con una atención especial a su madre y hermanas. Si le hubiera dicho la verdad… que Jefe de Paja sería más bien agradable en otras circunstancias, que Cortito y el otro no importaban de una u otra forma, pero que Rocas era un tipo asqueroso al que me gustaría eliminar a la primera oportunidad… hubiera hecho saltar por los aires todo el método C.