Siempre ha deseado un harén de esclavas. Chica, harías una perfecta odalisca con solamente una joya en tu ombligo. ¿Pero cómo das masajes en la espalda? ¿Cómo cantas? Y llegamos ahora a la pregunta clave: ¿cuál es tu actitud hacia las mujeres?
Puedes susurrarlo en mi oído.
— Quizá será mejor que salga y regrese y empecemos todo de nuevo — dije —. Sólo deseo hacer una llamada telefónica. Ian, ¿puedo utilizar mi tarjeta de crédito para efectuar una llamada a mi jefe? Es la MasterCard, crédito triple-A.
— ¿Extendida dónde?
— En el Banco Imperial de Saint Louis.
— Parece que no oíste uno de los anuncios que dieron antes. ¿O deseas que tu tarjeta de crédito sea cancelada?
— ¿Cancelada?
— ¿Es eso un eco? El BritCanBancCredNet anunció que las tarjetas de crédito libradas en el Imperio y en Quebec quedaban anuladas por toda la duración de la emergencia.
Simplemente métela en la ranura y aprende las maravillas de la era de las computadoras y el olor del plástico quemándose.
— Oh.
— Habla más alto. Creo que has dicho «Oh».
— Lo he dicho. Ian, ¿puedo pedir humildemente perdón? ¿Y luego puedo llamar a mi jefe con tu tarjeta de crédito?
— Por supuesto que puedes… si te pones de acuerdo con Janet al respecto. Ella es quien lleva la casa.
— ¿Janet?
— Aún no has respondido a mi pregunta, querida. Simplemente susúrralo en mi oído.
De modo que se lo susurré en su oído. Abrió mucho los ojos.
— Haz primero tu llamada. — Le di el código de llamada y ella la hizo por mí, utilizando la terminal de su habitación.
Las franjas en la pantalla se detuvieron y un aviso llameó: PROHIBICIÓN DE SEGURIDAD… NINGUNA CONEXIÓN CON EL IMPERIO DE CHICAGO.
Parpadeó durante diez segundos, luego se cortó; dejé escapar una muy sincera maldición, y oí la voz de Ian detrás mío:
— Malo, malo. Las hermosas niñitas y las damas bien educadas no hablan de esa forma.
— No soy ninguna de las dos cosas. ¡Y me siento frustrada!
— Sabía que te sentirías; oí el anuncio antes. Pero también sabía que tenías que intentarlo antes de creerlo.
— Sí, hubiera insistido en intentarlo. Ian, no sólo me siento frustrada; me siento también desamparada. Tengo un crédito ilimitado a través del Banco Imperial de Saint Louis y no puedo tocarlo. Tengo un par de dólares neozelandeses y algo de cambio. Tengo cincuenta coronas imperiales. Y una tarjeta de crédito invalidada. ¿Qué hay acerca de ese contrato de concubinato? Puedes alquilarme barata; es la ley de la oferta y la demanda.
— No sé, depende. Las circunstancias alteran los casos, y ahora puede que no desee ir más allá de cama y comida. ¿Qué es lo que le susurraste a Janet? Puede afectar las cosas.
Fue Janet quien respondió.
— Me susurró: «Honi soit qui mal y pense» — no lo había hecho —, un sentimiento que te recomiendo, mi buen hombre. Marjorie, no estás en absoluto peor de lo que estabas hace una hora. Sigues sin poder irte a casa hasta que las cosas se calmen… y cuando lo hagan, la frontera volverá a abrirse, y lo mismo ocurrirá con los circuitos de comunicación, y tu tarjeta de crédito tendrá validez de nuevo… si no aquí, entonces al otro lado de la frontera, apenas a un centenar de kilómetros de distancia. Así que cruza los brazos y espera…
— «…con mente y corazón tranquilos». Sí, hazlo — confirmó Ian —, y Georges podrá pasar su tiempo pintándote. Porque está en la misma situación. Vosotros dos sois peligrosos extranjeros y seréis internados si salís de esta casa.
— ¿No hemos perdido algún otro aviso? — preguntó Ian.
— Sí. Aunque parece ser una repetición de otro anterior. Se supone que Georges y Marjorie deben presentarse a la estación de policía más cercana. No lo recomiendo.
Georges puede permitirse ignorarlo, hacerse el tonto, y decir que no sabía que aquello incluyera también a los residentes permanentes. Por supuesto, pueden volver a dejarte en libertad. O puedes pasar todo el próximo invierno en algún ventoso barracón temporal. No hay nada en esta estúpida emergencia que garantice que habrá terminado la semana próxima.
Pensé acerca de ello. Todo era por mi estúpida culpa. En una misión nunca viajo con sólo una clase de crédito, y siempre llevo un buen montón de efectivo. Pero había supuesto ingenuamente que un viaje de vacaciones no necesitaba la cínica regla de una corona en efectivo en moneda fuerte por kilómetro a recorrer. Con el suficiente efectivo cualquiera puede abrirse camino a fuerza de sobornos hasta donde sea, y volver, sin chamuscarse las plumas de la cola. ¿Pero sin efectivo?
No había intentado vivir fuera del país desde el entrenamiento básico. Quizá era el momento de ver si ese entrenamiento había sido efectivo. ¡Gracias a Dios, el clima era cálido!
Georges estaba gritando:
— ¡Subid el sonido! ¡O venid aquí!
Nos apresuramos a su lado.
— !…del Señor! ¡No prestéis atención a los vanos alardes de los pecadores! Sólo nosotros somos responsables de los apocalípticos signos que veis a todo vuestro alrededor. Los esbirros de Satán han intentado usurpar el Sagrado trabajo de los instrumentos elegidos por Dios y distorsionarlos a sus propios viles fines. Por eso están siendo castigados ahora. Mientras tanto a los gobernantes terrenales de los asuntos mundanos aquí abajo se les ordena hacer los siguientes Sagrados trabajos:
«Terminar con todas las penetraciones al Reino de los Cielos. Si el Señor hubiera querido que el hombre viajara por el espacio, lo hubiera dotado de alas.
«No permitir que los engendros vivan. La llamada ingeniería genética se burla de las más queridas finalidades del Señor. Destruir los horribles cubiles en los cuales se fabrican tales cosas. Matar a los muertos andantes conjurados en esos negros pozos. Colgar a los brujos que practican esas viles artes.
(— Dioses — dijo Georges —. Creo que se refieren a mí. — Yo no dije nada… yo sabía que se referían a mí).
«Los hombres que yacen con hombres, las mujeres que yacen con mujeres, cualquiera que yazca con bestias… todos ellos deben morir por la piedra. Del mismo modo que las mujeres halladas en adulterio.
«Papistas y sarracenos e infieles y judíos y todos aquellos que se inclinan ante imágenes idólatras… los Angeles del Señor os dicen: ¡arrepentíos ahora que aún es tiempo! Arrepentíos o sentiréis las rápidas espadas de los instrumentos elegidos del Señor.
«Pornógrafos y prostitutas y mujeres de costumbres licenciosas, ¡arrepentíos!… ¡o sufriréis la terrible ira del Señor!
«Pecadores de toda clase, permaneced atentos a este canal para recibir instrucciones de cómo podéis alcanzar aún la luz.
«Por orden del Gran General de los Angeles del Señor.
La cinta terminó, y hubo otra interrupción. Ian dijo:
— Janet, ¿recuerdas la primera vez que vimos a los Angeles del Señor?
— No es fácil que lo olvide. Pero nunca esperé nada tan ridículo como esto.
— ¿Son realmente los Angeles del Señor? — dije yo —. ¿No otra pesadilla en la pantalla?
— Hum. Es difícil conectar a los Angeles que Ian y yo vimos con este asunto. A finales del pasado marzo, o quizá a primeros de abril, había ido al puerto a recoger a Ian. El vestíbulo estaba lleno con tipos del Hare Krishna, con sus ropas color azafrán y sus cabezas rapadas y saltando por todos lados y pidiendo dinero. Un grupo de cientólogos estaban saliendo por las puertas, dirigiéndose a algún sitio, una de sus convenciones norteamericanas creo. En el momento en que los dos grupos se fundieron, aparecieron los Angeles del Señor, con sus signos caseros y sus panderetas y sus porras.
— Marj, fue la camorra más estrepitosa que haya visto nunca. No había ningún problema en distinguir los tres grupos. Los Hare Krishna parecían payasos, eran inconfundibles. Los Angeles y los hubbarditas no llevaban ropas distintivas, pero no había problema en distinguirlos tampoco. Los cientólogos iban limpios y aseados y llevaban el cabello corto; los Angeles parecían camas sin hacer. También llevaban el «hedor de piedad»; yo estaba a favor del viento con respecto a ellos, y me cambié rápidamente.