Выбрать главу

— Ya basta, Georges — dijo Ian —. Esto no es ninguna broma.

— Hermano, no estoy bromeando; estoy llorando. Una pandilla planea pegarme un tiro a primera vista, otra simplemente pone fuera de la ley mi arte y mi profesión, mientras que la tercera me amenaza sin especificar, o así me lo parece, lo cual aún es más de temer.

Mientras tanto, a menos que encuentre consuelo simplemente en el refugio físico, este benéfico gobierno, el alma mater de mi vida, me declara enemigo juramentado apto únicamente para ser encerrado. ¿Qué es lo que debo hacer? ¿Reírme? ¿O derramar lágrimas en tu hombro?

— Puedes dejar de ser tan condenadamente irónico, eso es lo que puedes hacer. El mundo se está volviendo loco en nuestro regazo. Será mejor que empecemos a pensar en lo que podemos hacer al respecto.

— Callaos, los dos — dijo Janet firme pero suavemente —. Una cosa que saben todas las mujeres pero pocos hombres aprenden nunca es que hay veces en que la única acción juiciosa es no actuar sino esperar. Os conozco a los dos. A ambos os gustaría echar a correr a la oficina de reclutamiento, alistaros durante la emergencia, y así volcar vuestras conciencias sobre los sargentos. Eso sirvió a vuestros padres y abuelos, y lamento que no pueda serviros a vosotros. Nuestro país está en peligro y con él nuestra forma de vida, eso resulta claro. Pero si alguien sabe de algo mejor que hacer aparte sentarse inquietos y esperar, que hable. Si no… no echemos a correr en círculos. Se acerca lo que debería ser la hora de la comida. ¿Hay alguien que pueda pensar en algo mejor que hacer?

— Hemos desayunado muy tarde.

— Y tendremos una comida tardía. Una vez la veas en la mesa, la comerás, y lo mismo hará Georges. Una cosa que podemos hacer: sólo para el caso de que las cosas vayan peor de lo que van ahora, Marj tendría que saber dónde ir para protegerse de las bombas.

— O de cualquier otra cosa.

— O de cualquier otra cosa. Sí, Ian. Como de la policía buscando enemigos. ¿Habéis tenido en cuenta vosotros dos, oh bravos hombres de la casa, qué hacer en caso de que alguien llame a nuestra puerta?

— Ya había pensado en eso — respondió Georges —. Primero entregar a Marj a los cosacos. Eso los distraerá, y me dará tiempo de escapar muy, muy lejos. Ese es un plan.

— Lo es — admitió Janet —. ¿Pero implicas con ello que tienes otro?

— No con la simple elegancia de ése. Pero, de todos modos, es un segundo plan. Me entrego a la Gestapo, un caso en el que hay que determinar si yo, un distinguido huésped y alguien que paga religiosamente sus impuestos y nunca ha dejado de contribuir a las campañas benéficas de la policía y de los bomberos, puedo ser arrestado sin ninguna razón aparente. Mientras estoy sacrificándome por un principio, Marj puede correr al refugio y permanecer oculta. Ellos no saben que está aquí. Lamentablemente, sí saben que yo estoy aquí. «Es mejor, mucho mejor…» — No seas tan noble, querido; no te va. Combinaremos los dos planes. Si… No, cuando… Cuando vengan en busca de uno o de los dos, ambos os ocultáis en el refugio y os quedáis allí tanto tiempo como sea necesario. Días. Semanas. Lo que sea.

Georges agitó la cabeza.

— Yo no. Aquello está húmedo. Es insalubre.

— Y además — añadió Ian — le prometí a Marj que la protegería de Georges. ¿De qué sirve salvar su vida si la pones en manos de un canadiense maníaco sexual?

— No le creas, querida. Mi debilidad es el alcohol.

— Muchacha, ¿deseas ser protegida de Georges?

Respondí sinceramente que creía que Georges debía ser protegido de mí. No exageraba.

— En cuanto a tus quejas acerca de la humedad, Georges, el Agujero tiene exactamente la misma humedad que el resto de la casa, un benigno RH de cuarenta y cinco; así lo planeé. Si es necesario te meteremos a la fuerza en el Agujero, pero no vamos a entregarte a la policía. — Janet se volvió hacia mí —. Ven conmigo, querida; vamos a hacer un pequeño viaje de exploración.

Me llevó a la habitación que me había sido asignada, tomó mi neceser de vuelo.

— ¿Qué es lo que llevas en él?

— No mucha cosa. Ropa interior de repuesto y algunas medias. Mi pasaporte. Una tarjeta de crédito que no me sirve para nada. Algo de dinero. Mis documentos de identidad. Un pequeño bloc de notas. Mi auténtico equipaje está en tránsito en la consigna del puerto.

— Estupendo. Porque todo rastro de ti va a ser depositado en mi habitación. Si son ropas, tú y yo tenemos aproximadamente la misma talla. — Rebuscó en un cajón y extrajo un cinturón con bolsa incorporada… uno de esos cinturones con bolsa para el dinero que normalmente llevan las mujeres. Lo reconocí aunque yo nunca he tenido ninguno… no sirven en mi profesión. Demasiado obvios —. Pon ahí todo lo que no puedas permitirte perder, y luego colócatelo. Y séllalo. Porque vas a empaparte toda. ¿Te importa mojarte el pelo?

— Dioses, no. Simplemente me lo envuelvo con una toalla y me lo seco. O lo ignoro.

— Estupendo. Llena la bolsa y quítate las ropas. No tiene objeto dejar que se mojen.

Aunque, si los gendarmes se presentan antes, simplemente puedes ir por delante de ellos y mojarte, y luego secarte en el Agujero.

Unos momentos más tarde estábamos en el enorme baño, yo vestida con aquel cinturón con bolsa impermeable, Janet solamente con una sonrisa.

— Querida — dijo, señalando a aquella enorme bañera-piscina —, mira bajo el asiento del fondo, ahí.

Avancé un poco.

— No puedo ver muy bien.

— Así lo planeé. El agua está clara y puedes ver el fondo por todas partes. Pero desde el único lugar donde puedes ver debajo de aquel asiento las luces del techo se reflejan en el agua y te ciegan. Hay un túnel bajo ese asiento. No puedes verlo te sitúes donde te sitúes, pero si metes la cabeza en el agua puedes palparlo. Tiene un poco menos de un metro de ancho, aproximadamente medio metro de alto, y unos seis metros de largo.

¿Cómo te sientes en lugares cerrados? ¿Te preocupa la claustrofobia?

— No.

— Estupendo. Porque la única forma de llegar al Agujero es inspirar profundamente, meterte en el agua, y atravesar ese túnel. Es bastante fácil impulsarte por él porque puse asideros en el fondo para tal fin. Pero tienes que creer que no es demasiado largo, que puedes alcanzar el lugar donde vuelve a abrirse sin respirar, y que simplemente poniéndote en pie allí hallarás de nuevo aire. Te encontrarás en la oscuridad pero las luces se encenderán rápidamente; hay un interruptor accionado térmicamente. Esta vez yo iré delante. ¿Lista para seguirme?

— Creo que sí. Sí.

— Adelante pues. — Janet se metió en el agua y avanzó hacia el asiento, apoyando los pies en el suelo de la bañera-piscina. El agua le llegaba un poco más arriba de la cintura —. ¡Una profunda inspiración! — La hizo, sonrió, y se metió bajo el agua y bajo aquel asiento.

Me metí también en el agua, hiperventilada, y la seguí. No podía ver el túnel pero era fácil de localizar por el tacto, fácil avanzar por él a lo largo de los asideros en el fondo.

Pero tuve la impresión de que su longitud era varias veces seis metros.

Repentinamente brotó una luz justo delante mío. La alcancé, me puse en pie, y Janet me tendió una mano y me ayudó a mantener el equilibrio fuera del agua. Me hallé en una habitación muy pequeña, con un techo a no más de dos metros de altura sobre el suelo de cemento. Parecía tan agradable como una tumba, pero no más.

— Date la vuelta, querida. A través de aquí.

«A través de aquí» era una pesada puerta de acero, por encima del suelo, pero no demasiado por encima; la cruzamos sentándonos en el umbral y pasando los pies por encima. Janet la cerró a nuestras espaldas e hizo un whuff como una compuerta estanca.