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Fue Georges quien respondió.

— Federico es un colega mío, querida Marjorie… una feliz circunstancia que me ha permitido llegar hasta aquí.

— Exacto — afirmó Janet —. Gordinflón y Georges rebanaban genes juntos en McGill, y a través de su amistad Georges conoció a Betty, y Betty lo empujó en mi dirección y yo lo recogí.

— De modo que Georges y yo llegamos al trato — dijo Ian — de que ninguno de los dos podía manejar a Jan solo. ¿Correcto, Georges?

— Tienes razón, hermano. Si es que podemos manejarla los dos juntos.

— Yo tengo problemas en manejaros a vosotros dos — comentó Jan —. Será mejor que contrate a Marj para que me ayude. ¿Marj?

No me tomé en serio aquella cuasioferta porque estaba segura de que no había sido hecha en serio. Todo el mundo estaba charlando de intrascendencias para cubrir la impresión que yo había arrojado sobre ellos. Todos lo sabíamos. ¿Pero se había dado cuenta alguien excepto yo de que mi trabajo era otro tema que había quedado arrinconado? Sabía lo que había ocurrido… pero ¿por qué esa capa profunda de mi cerebro decide postergar el tema tan enfáticamente? ¡Nunca podré revelar los secretos del Jefe!

De pronto me sentí urgentemente ansiosa de analizar al Jefe. ¿Estaba él involucrado en esos extraños acontecimientos? Y si era así, ¿de qué lado?

— ¿Más sopa, querida dama?

— No le des más sopa hasta que me responda.

— Pero Jan, no estás hablando en serio. Georges, si tomo más sopa, comeré más pan con ajo. Y me pondré gorda. No. No me tientes.

— ¿Más sopa?

— Bueno… sólo un poco.

— Estoy hablando completamente en serio — insistió Jan —. No estoy intentando atarte a nada, puesto que probablemente en estos momentos estás dolida del matrimonio. Pero puedes tomarlo como una prueba, y dentro de un año podemos volver a discutirlo. Si tú lo deseas. Mientras tanto te mimaré… y dejaré que esos dos chivos estén en la misma habitación contigo sólo si su conducta me gusta.

— ¡Espera un minuto! — protestó Ian —. ¿Quién la trajo aquí? Yo lo hice. Marj es mi amor.

— El amor de Freddie, según Betty. Tú la trajiste aquí como representante de Betty. Es posible, pero eso fue ayer, y ahora ella es mi amor. Si cualquiera de vosotros desea hablar con ella, tendréis que venir primero a mí y presentarme vuestros tickets para que os los taladre. ¿No es así, Marjorie?

— Si tú lo dices, Jan. Pero este es tan sólo un asunto teórico, puesto que realmente tengo que irme. ¿Tenéis algún mapa a gran escala de la frontera en la casa? La frontera sur, quiero decir.

— Todos los que quieras. Pídelo a la computadora. Si lo deseas impreso, utiliza la terminal de mi estudio… más allá de mi dormitorio.

— No quiero interferir con las noticias.

— No lo harás. Podemos desacoplar cualquier terminal de todas las demás… es algo necesario en una casa de ariscos individualistas.

— Especialmente Jan — confirmó Ian —. Marj, ¿para qué deseas un gran mapa de la frontera del Imperio?

— Preferiría volver a casa por el tubo. Pero no puedo. Ya que no puedo, debo encontrar alguna otra forma de hacerlo.

— Eso es lo que pensé. Cariño, voy a tener que esconderte los zapatos. ¿No te das cuenta de que no puedes intentar cruzar esa frontera? Precisamente ahora los guardias de ambos lados deben estar con ganas de darle al gatillo.

— Esto… ¿puedo estudiar de todos modos el mapa?

— Seguro… si prometes no intentar deslizarte por la frontera.

— Hermano — dijo Georges suavemente —, uno no debería intentar nunca obligar a mentir a un ser querido.

— Georges tiene razón — afirmó Jan —. No forcemos promesas. Adelante, Marj; yo limpiaré aquí. Ian, acabas de presentarte voluntario para ayudar.

Pasé las siguientes dos horas en la terminal de la computadora en mi prestada habitación, memorizando la frontera como un conjunto, luego llegando al máximo de aumento y estudiando algunas partes con gran detalle. Ninguna frontera puede quedar completamente cerrada, ni siquiera erizándola de muros como hacen algunos estados totalitarios. Normalmente las mejores rutas son cerca de los custodiados puertos de entrada… a menudo en tales lugares las rutas de los contrabandistas están incluso marcadas en el suelo. Pero yo no podía seguir ninguna ruta conocida.

Había varios puertos de entrada no demasiado lejos: Emerson Junction, Pine Creek, South Junction, Gretna, Maida, etc. Estudié también el río Roseau, pero parecía ir en dirección contraria… hacia el norte, hasta el río Rojo. (El mapa no estaba demasiado claro). Hay una enorme extensión de terreno penetrando en el Lago de los Bosques al este-sudeste de Winnipeg. El mapa lo coloreaba como una parte del Imperio y no mostraba nada que impidiera a nadie cruzar a pie la frontera por aquel punto… si estaba dispuesto a correr el riesgo de caminar varios kilómetros por terreno pantanoso. Yo no soy Superman; puedo quedarme enfangada en un pantano… pero aquel tramo de frontera sin vigilancia era tentador. Finalmente me lo saqué de la mente porque, aunque legalmente aquella extensión formaba parte del Imperio, estaba separada del Imperio en sí por veintiún kilómetros de agua. ¿Robar un bote? Aposté conmigo misma a que cualquier bote cruzando la extensión del lago, interrumpiría algún tipo de rayo detector. La imposibilidad de responder correctamente a cualquier tipo de alto en aquel momento podía dar como resultado un impacto de láser en la proa que hiciera un agujero por el que pudiera pasar un perro. No acostumbro a discutir con los láseres; ni puedes sobornarlos ni puedes hablar conciliadoramente con ellos… me lo saqué de la cabeza.

Había dejado de estudiar mapas, y estaba permitiendo que las imágenes empaparan mi mente, cuando la voz de Janet brotó de la terminal.

— Marjorie, ven a la sala de estar, por favor. ¡Rápido!

Fui realmente rápido.

Ian estaba hablando con alguien en la pantalla. Georges estaba a un lado, fuera del campo de visión. Janet me hizo un gesto para que me mantuviera fuera del campo de visión también.

— La policía — dijo suavemente —. Sugiero que bajes inmediatamente al Agujero. Aguarda allí, y te llamaré cuando se hayan ido.

— ¿Saben que estoy aquí? — pregunté tan suavemente como ella.

— Todavía lo ignoro.

— Asegurémonos. Si saben que estoy aquí y no pueden encontrarme, tendréis problemas.

— No nos asustan los problemas.

— Gracias. Pero déjame escuchar.

Ian estaba diciéndole al rostro en la pantalla:

— Mel, vamos. Georges no es ningún enemigo, y tú lo sabes condenadamente bien. En cuanto a esta… ¿señorita Baldwin, dices?… ¿por qué la estás buscando aquí?

— Abandonó el puerto contigo y con tu mujer ayer por la tarde. Si no sigue con vosotros, entonces seguro que sabéis dónde está. En cuanto a Georges, cualquier quebequés es un enemigo extranjero hoy en día, no importa cuánto tiempo lleve aquí o a cuántos clubs pertenezca. Supongo que preferirás que se lo lleve un viejo amigo que un pelotón de soldados. Así que retira tu protección aérea; estoy preparado para aterrizar.

— «Viejo amigo», por supuesto — susurró Janet —. Ha estado intentando acostarse conmigo desde la escuela superior; yo le he estado diciendo no desde entonces… es asqueroso.

Ian suspiró.

— Mel, este es un momento malditamente curioso para hablar de amistad. Si Georges estuviera aquí, estoy seguro de que preferiría ser arrestado por una patrulla antes que ponerse en manos de tu pretendida amistad. Así que márchate y haz las cosas como corresponde.

— Oh, de modo que así están las cosas, ¿eh? ¡Muy bien! Teniente Dickey al habla.

Estoy aquí para efectuar un arresto. Desconecte su protección aérea; voy a aterrizar.