— Aquí Ian Tormey, desde su casa, acatando la orden de la policía. Teniente, muestre su orden delante del monitor para que pueda comprobarla y fotografiarla.
— Ian, estás más loco que nunca. Ha sido declarado el estado de emergencia; no se necesita ninguna orden.
— No puedo oírle.
— Quizá puedas oír esto: voy a apuntar a tu protección aérea y voy a hacerla saltar. Si incendio algo en el proceso, peor para ti.
Ian abrió disgustado las manos, luego hizo algo en el tablero.
— Protección aérea retirada. — Luego cambió a «espere» y se volvió hacia nosotros —.
Vosotros dos tenéis quizá tres minutos para bajar hasta el Agujero. No voy a poder retenerle mucho tiempo en la puerta.
Georges dijo tranquilamente:
— No voy a esconderme en un agujero bajo tierra. Insisto en mis derechos. Si no les recibo, más tarde voy a tener que acusar a Melvin Dickey por haberme obligado a esconderme.
Ian se alzó de hombros.
— Eres un canadiense loco. Pero ya eres adulto. Marj, ponte a cubierto, querida. No voy a tardar demasiado en librarme de él, y él no sabe realmente que tú estés aquí.
— Oh, bajaré al Agujero si es necesario. ¿Pero no puedo quedarme simplemente aguardando en el baño de Janet? Puede que se vaya. Conectaré la terminal allí para ver lo que pasa aquí arriba. ¿De acuerdo?
— Marj, te estás poniendo difícil.
— Entonces persuade a Georges de que baje también al Agujero. Si él se queda, me podéis necesitar aquí. Para ayudarle. Para ayudaros.
— ¿De qué infiernos estás hablando?
Ni yo misma estaba segura de qué estaba hablando. Pero no parecía propio de mí ni de mi entrenamiento declararme fuera de combate en aquel juego e ir corriendo a esconderme a un agujero en el suelo.
— Ian, este Melvin Dickey… creo que su intención es causarle algún daño a Georges.
Puedo sentirlo en su voz. Si Georges no viene conmigo al Agujero, entonces tengo que ir con él para asegurarme de que este Dickey no le hace ningún daño… cualquiera en manos de la policía necesita a un testigo a su lado.
— Marj, tú no puedes detener a un… — Sonó una profunda nota de gong —. ¡Oh, maldita sea! Está en la puerta. ¡Sal de la vista! ¡Y ve abajo al Agujero!
Me salí de la vista, pero no fui abajo al Agujero. Me apresuré hacia el enorme baño de Janet, conecté la terminal, luego utilicé el botón selector para situar la sala de estar en la pantalla. Cuando subí el sonido, era casi tan bueno como estar ahí.
Entró un arrogante gallo.
En realidad, no era el cuerpo de Dickey lo que era pequeño, sino su alma. Dickey poseía un ego talla doce en un alma talla cuatro, en un cuerpo casi tan grande como el de Ian. Entró en la habitación con Ian, miró a Georges, dijo triunfalmente:
— ¡Así que está aquí! Perreault, queda usted arrestado por eludir a sabiendas el presentarse para su internamiento tal como fue ordenado por el Decreto de Emergencia, párrafo seis.
— No he recibido tal orden.
— ¡Oh, tonterías! Se ha dado en todas las noticias.
— No tengo costumbre de seguir las noticias. No conozco ninguna ley que me obligue a ello. ¿Puedo ver una copia de la orden bajo la cual se propone arrestarme?
— No intente hacerse el picapleitos conmigo, Perreault. Estamos actuando bajo Emergencia Nacional y estoy haciéndola cumplir. Podrá leer la orden cuando lo haya encerrado. Ian, te nombro mi ayudante para que colabores conmigo. Toma esas esposas — Dickey rebuscó en su espalda, y extrajo un par de esposas — y pónselas. Las manos detrás.
Ian no se movió.
— Mel, no seas más estúpido de lo que eres normalmente. No tienes la menor excusa para ponerle unas esposas a Georges.
— ¡Un infierno no tengo! Vamos escasos de hombres y estoy efectuando este arresto sin ayudantes. Así que no voy a correr el riesgo de que me haga alguna jugarreta mientras flotamos de vuelta. ¡Apresúrate y ponle las esposas!
— ¡No me apuntes con esa pistola!
Yo ya no estaba mirando. Había salido del baño, cruzado dos puertas, recorrido un largo pasillo, y estaba en la sala de estar, todo en un solo movimiento, tal como lo hago cuando me sitúo en sobremarcha.
Dickey estaba intentando cubrirlos a los tres con su pistola, y uno de los tres era Janet.
No hubiera debido hacer eso. Me lancé contra él, le arrebaté el arma, y el canto de mi mano golpeó su cuello. Los huesos hicieron ese desagradable ruido crujiente que siempre hacen los huesos del cuello, tan distinto del seco crac de una tibia o un radio fracturados.
Lo deposité en la moqueta y coloqué la pistola a su lado, mientras anotaba que era una Raytheon cinco cero cinco lo bastante potente como para derribar a un mastodonte… ¿por qué los hombres con almas pequeñas tienen que llevar siempre armas grandes? Dije:
— Jan, ¿estás herida?
— No.
— He venido tan rápido como he podido. Ian, eso es lo que quería decir cuando he contestado que podía ser necesaria mi ayuda. Pero hubiera debido permanecer aquí.
Casi ha sido demasiado tarde.
— ¡Nunca he visto a nadie moverse tan rápido!
— Yo sí lo he visto — lijo Georges tranquilamente.
Lo miré.
— Sí, por supuesto que lo has visto. Georges, ¿me ayudas a mover esto? — señalé el cadáver —. ¿Y puedes conducir un VMA de la policía?
— Puedo, si es necesario.
— Yo también estoy casi a este nivel de habilidad. Librémonos del cuerpo. Janet me contó algo acerca de adónde van a parar los cuerpos, pero no me mostró el lugar. Algún agujero al final del túnel de escape, ¿no? Apresurémonos. Ian, tan pronto como nos libremos de esto, Georges y yo podemos irnos. O Georges puede quedarse y seguir jurando y maldiciendo y sudando. Pero una vez el cuerpo y el VMA hayan desaparecido, tú y Jan podéis haceros los ignorantes. No hay ninguna evidencia. Nunca lo visteis. Pero debemos apresurarnos, antes de que lo echen en falta.
Jan estaba de rodillas junto al difunto teniente de policía.
— Marj, realmente lo has matado.
— Sí. Tuve que apresurarme. De todos modos, lo maté a propósito, porque luchando con un policía es mucho más seguro matarlo que herirlo. Jan, no debía haber apuntado ese quemador hacia ti. De otro modo simplemente lo hubiera desarmado… luego lo hubiera matado únicamente si tú decidías que era necesario hacerlo.
— Te apresuraste, de acuerdo. No estabas aquí, y luego estabas aquí y Mel estaba cayendo… «¿Necesario matarlo?» No lo sé, pero no lo lamento. Es una rata. Era una rata.
Ian dijo lentamente:
— Marj, parece que no te das cuenta de que matar a un oficial de la policía es un asunto serio. Es el único crimen capital que el Canadá Británico tiene aún en sus libros.
Cuando la gente habla así, no les comprendo; un policía no tiene nada de especial.
— Ian, para mí, apuntar con una pistola a mis amigos es un asunto serio. Apuntar con una a Jane es un crimen capital. Pero lamento haberte trastornado. Ahora tenemos aquí un cuerpo del que debemos desembarazarnos, y un VMA que quitar de en medio. Puedo ayudar. O puedo desaparecer. Decid el qué, pero decidlo rápido; no sabemos lo que tardarán en venir a buscarlo… y a nosotros. Ni si lo harán.
Mientras hablaba, estaba registrando el cadáver… no había ninguna bolsa. Tuve que rebuscar en sus bolsillos, yendo con mucho cuidado con los de sus pantalones ya que sus esfínteres se habían relajado de la forma en que lo hacen siempre. No mucho, afortunadamente… sus pantalones apenas estaban mojados, y todavía no olía mal. O no demasiado mal. Lo importante estaba en los bolsillos de su chaqueta: cartera, zumbador, identificaciones, dinero, tarjetas de crédito, todo el batiburrillo de cosas que dicen que un hombre moderno esta vivo. Tomé la cartera y el quemador Raytheon; lo demás era basura. Recogí aquellas estúpidas esposas.