— ¿Alguna forma de desembarazarse del metal? ¿O debemos echarlo en el mismo agujero que el cuerpo?
Ian seguía mordisqueándose los labios. Georges dijo suavemente:
— Ian, te recomiendo que aceptes la ayuda de Marjorie. Es evidente que es una experta.
Ian dejó de mostrarse nervioso.
— Georges, cógelo de los pies. — Los hombres lo llevaron al gran baño. Pasé delante y dejé caer la pistola, las esposas y la cartera de Dickey en la cama de mi habitación, y Janet puso su sombrero junto con ello. Me apresuré al baño, desvistiéndome mientras lo hacía. Nuestros hombres, con su carga, acababan de llegar. Ian, mientras lo depositaban en el suelo, dijo:
— Marj, no necesitas desnudarte. Georges y yo lo pasaremos. Y nos encargaremos de él.
— De acuerdo — acepté —. Pero dejadme ocuparme de lavarlo. Sé lo que hay que hacer.
Puedo hacerlo mejor desnuda, y luego me doy una ducha rápida.
Ian pareció desconcertado, luego dijo:
— Oh, infiernos, dejémoslo sucio como está.
— De acuerdo si lo queréis así, pero luego no desearéis usar esta piscina o siquiera pasar por ella para entrar y salir del Agujero hasta que el agua haya sido cambiada y el propio fondo de la piscina fregado. Creo que es mucho más rápido lavar el cuerpo. A menos… — Janet acababa de entrar —. Jan, hablaste de vaciar esta bañera metiendo el agua en un depósito. ¿Cuánto tiempo tarda eso? Todo el ciclo, vaciado y rellenado.
— Aproximadamente una hora. Es una bomba pequeña.
— Ian, puedo dejar este cuerpo limpio en diez minutos si tú lo desvistes y lo metes en la ducha. ¿Qué hay acerca de sus ropas? ¿Van a parar también a vuestra mazmorra, o como quiera que lo llaméis, o tenéis alguna otra forma de destruirlas? ¿Han de pasar también por el túnel de la piscina?
Las cosas se sucedieron rápidamente a partir de entonces, con Ian mostrándose completamente cooperativo y todos ellos dejándome el mando. Jan se desnudó también, e insistió en ayudarme a bañar el cadáver, mientras Georges metía las ropas en la lavadora doméstica e Ian cruzaba el túnel de agua para efectuar algunos preparativos.
Yo no deseaba que Janet me ayudara porque yo tengo ese entrenamiento de control mental y estaba segura de que ella no. Pero entrenada o no, es dura. Excepto fruncir la nariz un par de veces, no flaqueó. Y por supuesto, con su ayuda, fuimos mucho más rápidas.
Georges volvió con las ropas, chorreantes. Janet las metió en una bolsa de plástico y apretó para que saliera el aire. Ian reapareció fuera de la piscina, con el extremo de una cuerda. Los hombres la pasaron por los sobacos del cuerpo y poco después había desaparecido.
Veinte minutos más tarde estábamos limpios y secos, sin el menor rastro del teniente Dickey en la casa. Janet había ido a «mi» habitación mientras yo estaba transfiriendo pertenencias de la cartera de Dickey a la bolsa cinturón que ella me había dado…
principalmente dinero y dos tarjetas de crédito, American Express y Maple Leaf.
No hizo ninguna observación estúpida acerca de «robar a los muertos»… y yo tampoco la hubiera escuchado si lo hubiera hecho. En estos días, operar sin una tarjeta de crédito válida y/o efectivo es imposible. Jan abandonó la habitación, volvió rápidamente con dos veces más efectivo del que yo había reunido. Lo acepté, diciendo:
— Sabes que no tengo la menor idea de cuándo y cómo podré devolvértelo.
— Por supuesto que lo sé. Marj, soy rica. Mis abuelos lo eran; nunca he conocido otra cosa. Mira, querida, un hombre apuntó una pistola contra mí… y tú saltaste sobre él, con tus manos desnudas ¿Puedo pagarte eso? Mis dos maridos estaban presentes… pero tú fuiste quien se encargó de él.
— No pienses así de los hombres, Jan; ellos no poseen mi entrenamiento.
— Eso es evidente. Algún día me gustaría que me hablaras de ello. ¿Alguna posibilidad de que vayas a Quebec?
— Una excelente posibilidad, si Georges decide irse también.
— Creo que sí. — Me ofreció más dinero —. No suelo tener muchos francos quebequeses en la casa. Pero aquí está lo que tengo.
En aquel punto los hombres regresaron. Miré mi dedo, luego a la pared.
— Cuarenta y siete minutos desde que lo maté, así que ha estado fuera de contacto con su cuartel general una hora, más o menos. Georges, voy a intentar pilotar ese VMA de la policía; tengo las llaves aquí. A menos que tú vengas conmigo y lo pilotes. ¿Vas a venir?
¿O vas a quedarte y esperar al próximo intento de arrestarte? De cualquier forma, yo voy a irme ahora.
— ¡Vayámonos todos! — dijo Janet de pronto.
Le dediqué una sonrisa.
— ¡Estupendo!
— ¿Realmente deseas hacer eso, Jan? — dijo Ian.
— Yo… — Se detuvo, y pareció frustrada —. No puedo. Mamá Gata y sus gatitos. Belleza Negra y Demonio y Estrella y Rojo. Podemos cerrar esta casa, por supuesto; quedará completamente hermética y autoalimentada con energía hasta que volvamos. Pero necesitaría al menos un día o dos para arreglar las cosas para el resto de la familia.
¡Incluso un cerdo! No puedo simplemente echarlos fuera. No puedo.
No había nada que decir, así que no dije nada. Las profundidades más frías del Infierno están reservadas a la gente que abandona a los gatitos. El Jefe sabe que soy estúpidamente sentimental, y estoy segura de que tiene razón.
Salimos fuera. Estaba empezando a hacerse oscuro, y repentinamente me di cuenta de que había entrado en aquella casa hacía menos de un día… me parecía un mes. Dioses, hacía sólo veinticuatro horas yo estaba todavía en Nueva Zelanda… lo cual parecía ridículo.
El coche de la policía estaba posado en el huerto de Jan, lo cual la hizo utilizar un lenguaje que no esperaba de ella. Tenía la habitual forma de rechoncha ostra de un antigrav no previsto para el espacio, y aproximadamente el tamaño del coche familiar de nuestra familia en la Isla del Sur. No, no me ponía triste; Jan y sus hombres — y Betty y Freddie — habían reemplazado al Grupo Davidson en mi corazón… donna e mobile; esa soy yo. Ahora deseaba muy ansiosamente volver junto al Jefe. ¿La figura del Padre?
Probablemente… pero no estoy interesada en teorías abstractas.
— Dejadme mirar ese trasto antes de que despeguéis. Los niños como vosotros pueden hacerse daño en medio del bosque. — Abrió la portezuela, se metió dentro. Al cabo de un rato volvió a salir —. Podéis flotar si decidís hacerlo. Pero escuchadme. Tiene un radiofaro de respuesta de identificación. Es casi seguro que tiene también un radiofaro activo, aunque no he podido descubrirlo. Su Shipstone tiene tan sólo un treinta y uno por ciento de carga, así que, si estáis pensando en Quebec, olvidadlo. Es hermético, pero no podéis mantener la presión de la cabina por encima de los doce mil metros. Pero, lo peor de todo, es que su terminal está llamando al teniente Dickey.
— ¡La ignoraremos!
— Por supuesto, Georges. Pero, como resultado del desastre de Ortega del año pasado, han estado instalado dispositivos autodestructores a control remoto en los coches de la policía. He buscado señales de alguno. Si lo hubiera encontrado, lo hubiera desarmado.
Pero no lo he encontrado. Eso no quiere decir que no esté ahí.
Me alcé de hombros.
— Ian, los riesgos necesarios no me preocupan. Intento evitar los otros. Pero seguimos teniendo que irnos en esa lata de sardinas. Volar con ella basta algún lugar. Abandonarla allí.
— No tan aprisa, Marj — dijo Ian —. Manejar esos trastos es mi trabajo. Este… ¡Sí! He encontrado el autopiloto estándar AG militar. Así que vamos a enviarlo a dar un paseo.
¿Hacia dónde? ¿Hacia el este, quizá? Se estrellará antes de alcanzar Quebec… y eso puede hacer que supongan que te has dirigido de vuelta a casa, Georges… mientras tú te quedas a salvo en el Agujero.