— No me preocupa esto, Ian. No voy a esconderme en el Agujero. Acepté irme porque Marjorie necesita a alguien que cuide de ella.
— Más bien va a ser ella quien va a cuidar de ti. Viste como terminó rápidamente con Jabonoso.
— Admitido. Pero yo no dije «cuidar de» refiriéndome a mí… dije que ella necesita que alguien cuide de ella.
— Es lo mismo.
— No voy a discutirlo. ¿Podemos ponerlo en marcha?
Terminé la discusión diciendo:
— Ian, ¿hay bastante energía en su Shipstone como para enviarlo al sur hasta el Imperio?
— Sí. Pero no es seguro para vosotros el hacerlo flotar.
— No quería decir eso. Enviarlo rumbo al sur a máxima altitud. Quizá vuestros guardias fronterizos lo derriben, quizá lo hagan los del Imperio. O quizá pase por entre los dos pero sea hecho estallar por control remoto. O puede simplemente viajar hasta que se le termine la energía y se estrelle entonces desde una altitud máxima. No importa como ocurra, nos libraremos de él.
— Hecho. — Ian volvió a subir, se ajetreó en el tablero de mandos, el vehículo empezó a flotar… saltó fuera, cayendo desde tres o cuatro metros. Tomé una de sus manos.
— ¿Estás bien?
— Estupendo. ¡Míralo marcharse! — El coche de la policía estaba desapareciendo rápidamente por encima de nosotros mientras giraba rumbo al sur. Repentinamente salió de la creciente oscuridad y captó los últimos destellos del sol, y brilló esplendorosamente.
Se hizo más pequeño, y desapareció.
14
Estábamos de vuelta en la cocina, medio ojo clavado en la terminal, nuestra atención fija en los demás y en los combinados que Ian había servido, discutiendo qué íbamos a hacer a continuación. Ian estaba diciendo:
— Marj, si simplemente te quedas tranquila aquí todo este estúpido asunto pasará y podrás irte confortablemente a casa. Si hay alguna otra conmoción, simplemente puedes meterte en el Agujero. En el peor de los casos podrás salir al exterior. Mientras tanto, Georges puede pintar desnudos tuyos, como Betty ordenó. ¿De acuerdo, Georges?
— Eso sería muy agradable.
— ¿Y bien, Marj?
— Ian, si le digo a mi jefe que no puedo volver cuando se suponía que debía hacerlo debido a que dos mil kilómetros lineales de frontera están nominalmente cerrados, simplemente no me creerá. — (¿Debo decirles que soy un correo entrenado? No es necesario. O todavía no).
— ¿Qué es lo que vas a hacer?
— Creo que ya os he dado bastante problemas. — (Ian querido, pienso que aún estás impresionado por ver a un hombre muerto en tu sala de estar. Aunque te recuperaste inmediatamente después y te comportaste como un profesional) —. Ahora sé dónde está vuestra puerta trasera. Cuando os levantéis mañana es posible que yo no esté aquí.
Entonces podéis olvidar esta alteración en vuestras vidas.
— ¡No!
— Jan, una vez haya terminado todo este lío, os llamaré. Entonces, si aún me deseáis, volveré a visitaros tan pronto como tenga algún momento libre. Pero ahora debo irme y volver al trabajo. Lo he estado diciendo durante todo el tiempo.
Janet simplemente no quería ni oír hablar de yo sola intentando cruzar la frontera (aunque yo necesitaba a alguien conmigo tanto como una serpiente necesita unos zapatos). Pero tenía un plan.
Señaló que Georges y yo podíamos viajar con sus pasaportes… Yo era de su talla, aproximadamente, y Georges era muy parecido a Ian en tamaño y peso. Nuestros rostros no concordaban pero las diferencias no eran muy importantes… ¿y quién mira realmente las fotos de los pasaportes, de todos modos?
Podéis utilizarlos y enviarlos de vuelta por correo… pero puede que esa no sea la mejor forma. Podéis ir hasta Vancouver, luego cruzar a la Confederación de California simplemente con tarjetas de turistas… pero como nosotros. Podéis hacer todo el camino hasta Vancouver con nuestra tarjeta de crédito. Una vez hayáis cruzado la frontera a California estaréis casi seguramente a salvo… Marj, tu tarjeta de crédito deberá valerte allí, no tendrás problemas en telefonear a tu patrón, y la policía no intentará internaros a ninguno de los dos. ¿Sirve esto de alguna ayuda?
— Sí — admití —. Creo que utilizar la tarjeta de turistas es más seguro que intentar usar vuestros pasaportes… seguro para todos. Si llego a un lugar donde mi tarjeta de crédito sea válida, mis problemas habrán terminado. — (Obtendría inmediatamente dinero en efectivo y nunca más me permitiría ser pillada fuera de casa sin los bolsillos llenos de dinero… el dinero lo unta todo. Especialmente en California, un lugar lleno de bribones, mientras que en el Canadá Británico los oficiales son a veces desconcertantemente honestos).
Añadí:
— No es posible que esté peor ahí afuera en Bellingham de lo que estoy aquí… a partir de ahí puedo bajar todo el camino hasta la República de la Estrella Solitaria para intentar cruzar por allí si hay alguna posibilidad. ¿Han dicho algo acerca de Texas y Chicago? ¿Se hallan en términos amistosos?
— Sí, por lo que he visto en las noticias — respondió Ian —. ¿Consulto a la computadora para comprobarlo?
— Si, por favor, hazlo antes de que me vaya. Si es posible, podría ir a través de Texas hasta Vicksburg. Uno siempre puede subir por el río con dinero en efectivo porque los contrabandistas lo hacen con toda tranquilidad.
— Antes de que nos vayamos — me corrigió Georges suavemente.
— Georges, creo que esta ruta funciona para mí. Para ti, todo lo que harás será alejarte más y más de Quebec. ¿No has dicho que McGill es tu otra base?
— Querida dama, no tengo la menor intención de ir a McGill. Puesto que la policía se está poniendo difícil aquí, mi auténtico hogar, no puedo pensar en nada mejor que hacer que viajar contigo. Una vez crucemos a la Provincia de Washington de California puedes cambiar el nombre de señora Tormey por el de señora Perreault, puesto que estoy seguro de que tanto mi tarjeta Maple Leaf como mi Crédit Québec serán aceptadas.
(Georges, eres un querido galante… y cuando estoy intentando dar un salto necesito un querido galante tanto como necesito una bota de Oregón. Y voy a tener que dar uno, querido… pese a lo que dice Janet, no voy a estar segura ahí).
— Georges, eso suena delicioso. No puedo decirte que debes quedarte en casa… pero debo decirte que por profesión soy un correo que ha viajado durante años por sus propios medios, por todo el planeta, más de una vez a las colonias espaciales, y a la Luna.
Todavía no a Marte o Ceres, pero pueden ordenármelo en cualquier momento.
— Estás diciendo que preferirías que no te acompañara.
— ¡No, no! Estoy diciendo simplemente que, si eliges ir conmigo, será de un modo puramente social. Para tu placer y el mío. Pero debo añadir que cuando entre en el Imperio debo ir sola, puesto que volveré inmediatamente a mi trabajo.
— Marj — dijo Ian —, al menos deja que Georges te saque de aquí y te lleve hasta territorio donde no hablen totalmente de internarte, y donde tu tarjeta de crédito sea válida.
— Lo más importante es liberarse de este estúpido internamiento — añadió Janet —. Marj, puedes disponer de mi tarjeta Visa durante tanto tiempo como desees; yo utilizaré mi Maple Leaf mientras tanto. Simplemente recuerda que eres Jan Parker.
— ¿Parker?
— La Visa lleva mi nombre de soltera. Aquí está, tómala.
— La acepté, pensando que la utilizaría únicamente cuando alguien estuviera mirando por encima del hombro. Cuando fuera posible, cargaría las cosas al difunto teniente Dickey, cuyo crédito estaría disponible durante algunos días, posiblemente algunas semanas. Charlamos un poco más de esto y de aquello, y finalmente dije: