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— ¿Alguna otra cosa?

— Nada. Un bollo más con miel y estallaré.

Desde fuera era simplemente la puerta de una habitación de hoteclass="underline" 2100. Una vez dentro, dije:

— ¡Georges! ¿Por que?

— Una novia debe tener una suite nupcial.

— Es maravillosa. Es espléndida. Es encantadora. Y no deberías haber gastado tu dinero. Hemos convertido un viaje triste en una excursión. Pero si esperas que esta noche me comporte como una novia, no deberías haberme alimentado con huevos a caballo y toda una cesta grande de bollos calientes. Estoy inflada, querido. No sugestiva.

— Estás sugestiva.

— ¡Querido! Georges, no juegues conmigo… ¡por favor, no lo hagas! Me descubriste cuando maté a Dickey. Sabes lo que soy.

— Sé que eres una dulce y valerosa y galante dama.

— Sabes a qué me refiero. Estás en la profesión. Me descubriste. Me desenmascaraste.

— Estás perfeccionada. Sí. Vi eso.

— De modo que sabes lo que soy. Lo admito. He pasado años ocultándolo. He adquirido mucha práctica en hacerlo, pero… ¡ese bastardo no debiera haber apuntado a Janet con esa pistola!

— No, no debiera haberlo hecho. Y respecto a lo que hiciste tú, siempre voy a estar en deuda contigo.

— ¿De veras? Ian pensaba que no hubiera debido matarlo.

— La primera reacción de Ian es siempre convencional. Luego se lo piensa mejor. Ian es un piloto naturaclass="underline" piensa con sus músculos. Pero, Marjorie…

— No soy Marjorie.

— ¿Eh?

— Tienes derecho a saber mi auténtico nombre. Mi nombre de la inclusa, quiero decir.

Soy Viernes. Sin apellido, por supuesto. Cuando necesito uno utilizo cualquiera de los otros nombres convencionales. Jones, normalmente. Pero Viernes es mi nombre.

— ¿Es así como deseas ser llamada?

— Oh, sí. Creo que sí. Es el nombre por el que soy llamada cuando no tengo que ocultar mi verdadera identidad. Cuando estoy con gente en la que confío. Hubiera debido confiar en ti, ¿no?

— Me hubiera sentido halagado y muy complacido. Intentaré merecer tu confianza. Y sigo estando muy en deuda contigo.

— ¿Por qué, Georges?

— Pensé que estaba claro. Cuando vi lo que Mel Dickey pretendía, resolví rendirme inmediatamente antes que causarles problemas a los demás. Pero cuando él amenazó a Janet con ese quemador me prometí a mí mismo que más tarde, cuando tuviera ocasión, lo mataría. — Georges apenas sonrió —. Apenas me había prometido eso a mí mismo cuando tú apareciste tan repentinamente como un ángel vengador y llevaste a cabo mi intento. Así que te debo eso.

— ¿Otra muerte?

— Si ese es tu deseo, sí.

— Oh, probablemente no. Como tú has dicho, estoy perfeccionada. Normalmente me las arreglo para hacerlo yo misma cuando es necesario.

— Lo que tú digas, querida Viernes.

— Oh, infiernos, Georges, no quiero que te sientas en deuda conmigo. A mi propia manera, yo también amo a Janet. Ese bastardo selló su destino cuando la amenazó con un arma mortífera. No lo hice por ti; lo hice por mí misma. Así que no me debes nada.

— Querida Viernes. Eres tan encantadora como la propia Janet. Tengo que reconocerlo.

— Oh, ¿por qué no me llevas a la cama y me dejas pagarte por un cierto número de cosas? Me doy cuenta de que no soy humana y no espero que tú me quieras de la forma en que lo harías a tu esposa humana… que me quieras en absoluto, de hecho. Pero parece que te gusto y no me tratas como… quiero decir, de la forma en que lo hizo mi familia neozelandesa. La forma en que la mayoría de los humanos tratan a las PAs.

Puedo hacerme digna de ti. De veras que puedo. Nunca obtuve mi certificado de prostituta pero he recibido la mayor parte del entrenamiento… y lo intentaré.

— ¡Oh, querida! ¿Qué fue lo que te dolió tanto?

— ¿Yo? Estoy bien. Estaba simplemente explicándote que conozco como se mueve el mundo. No soy una niña aprendiendo aún cómo seguir adelante sin el sostén de la inclusa. Una persona artificial no debe esperar amor sentimental de un hombre humano; ambos sabemos eso. Tú lo comprendes mucho mejor que un profano; tú estás en la profesión. Te respeto, y sinceramente me gustas. Si me permites ir a la cama contigo, lo haré lo mejor que pueda.

— ¡Viernes!

— ¿Sí, señor?

— No vas a ir a la cama conmigo para hacerlo lo mejor que puedas.

Sentí repentinas lágrimas en mis ojos… una cosa muy rara.

— Señor, lo siento — dije miserablemente —. No pretendía ofenderte. No intentaba presumir.

— ¡Maldita sea, CÁLLATE!

— ¿Señor?

— Deja de llamarme «señor». ¡Deja de comportarte como una esclava! Llámame Georges. Si deseas añadirle «querido» o «cariño» como lo hacías a veces en el pasado, por favor hazlo. O insúltame si quieres. Simplemente trátame como a tu amigo. Esta dicotomía de «humano» y «no humano» es algo pensado por los legos ignorantes; todo el mundo en la profesión sabe que es una estupidez. Tus genes son genes humanos; han sido seleccionados con el mayor cuidado. Quizá eso te haga superhumana; no puede hacerte no humana. ¿Eres fértil?

— Oh, estéril reversible.

— En diez minutos, con anestesia local, puedo cambiar eso. Luego puedo fecundarte.

¿Sería humano tu bebé? ¿O no humano? ¿O medio humano?

— Esto… humano.

— ¡Puedes apostar tu vida a que lo sería! Se necesita una madre humana para tener un niño humano. Nunca olvides eso.

— Oh, no lo olvidaré. — Sentí una curiosa picazón descendiendo dentro de mí. Sexo, pero no como nada que hubiera sentido nunca antes, ni siquiera cuando me siento en celo como una gata.

— ¿Georges? ¿Deseas hacer eso? ¿Inseminarme?

Pareció muy sorprendido. Luego avanzó hacia donde yo estaba de pie, me hizo levantar el rostro, me rodeó con sus brazos, y me besó. En la escala del diez tendría que adjudicarle un ocho y medio, quizá un nueve… no había ninguna forma de hacerlo mejor verticalmente y con las ropas puestas. Luego me alzó del suelo, avanzó hacia un sillón, se sentó conmigo en su regazo, y empezó a desvestirme, casual y suavemente. Janet había insistido en que me vistiera con sus ropas; tenía cosas más interesantes que quitar que un mono. Mi atuendo de superpiel, lavado por Janet, estaba en mi neceser de vuelo.

Mientras corría cremalleras y soltaba botones y deshacía lazos, Georges dijo:

— Esos diez minutos tendrían que ser en mi laboratorio, y se necesitaría otro mes, aproximadamente, hasta tu primer período fértil, y esa combinación de circunstancias te salva de una barriga que se hincha… porque ese tipo de observaciones actúa sobre el macho humano como la cantárida sobre un toro. Así que te salvas de tu locura. En vez de ello voy a llevarte a la cama y hacerlo yo lo mejor que pueda… aunque tampoco tengo mi certificado. Pero ya pensaremos algo, querida Viernes. — Me alzó y depositó la última de mis prendas en el suelo —. Te ves bien. Pareces bien. Hueles bien. ¿Deseas ser la primera en el baño? Necesito una ducha.

— Oh, mejor pasaré segunda, deseo tomarme mi tiempo.

Me tomé mi tiempo, pues no le había estado engañando cuando le dije que estaba inflada. Soy una experimentada viajera, cuidadosa de no invitar nunca a ninguna de las dos maldiciones gemelas del viajar. Pero no cenar, seguido por un enorme «desayuno» a medianoche, había alterado un poco mi sentido del tiempo. Si iba a tener un peso sobre mi pecho — y mi vientre —, era el momento de librarme de ese inflado.

Eran pasadas las dos cuando salí del baño… duchada, liberada del exceso de comida, la boca fresca y el aliento suave, y sintiéndome tan preparada y alegre como nunca me había sentido en mi vida. Ningún perfume… no sólo no llevo nunca, sino que los hombres prefieren la fragans feminae a cualquier otro afrodisiaco aunque ellos no lo sepan…