simplemente no les gusta que huelas a rancio.
Georges estaba en la cama con una sábana echada por encima, con aspecto de estar dormido. La tienda no estaba levantada, observé. Así que, con mucha precaución, me metí dentro y conseguí no despertarlo. En realidad, no estaba decepcionada, puesto que no me siento obsesionada únicamente por eso. Me sentía felizmente confiada de que iba a despertarme fresca y que eso sería lo mejor para los dos… había sido un día agotador para mí también.
15
Estaba en lo cierto.
No deseo quitarle Georges a Janet… pero preveo futuras felices visitas y, si él elige alguna vez revertir mi esterilidad, hacerlo como un gato puede ser la forma más correcta de conseguir un bebé de Georges… no puedo ver por qué Janet aún no lo ha hecho.
Fui despertada a la tercera o cuarta vez por un maravilloso olor; Georges estaba descargando el montacargas.
— Tienes veintiún segundos para entrar y salir del baño — dijo —, mientras la sopa aún está caliente. Tuviste un desayuno adecuado en mitad de la noche, de modo que ahora vas a tener el desayuno/almuerzo más inadecuado.
Supongo que no es apropiado servir cangrejo Dungeness fresco para el desayuno, pero estoy a favor de ello. Fue precedido por plátano cortado a rodajas con crema sobre una capa de copos de maíz, lo cual me va de maravilla, e iba acompañado por galletas tostadas y una buena fuente de ensalada. Todo ello regado con café de achicoria rematado con una copa de coñac achampanado Korbel. Georges es un libertino encantador y un buen comilón y un refinado gourmet y un gentil curalotodo que puede hacer que una persona artificial crea que es humana o, si no, que no le importe.
Pregunta: ¿Por qué los tres miembros de esa familia son tan esbeltos? Estoy segura de que no siguen ninguna dieta y no efectúan ejercicios masoquistas. Un terapista me dijo en una ocasión que todo el ejercicio que necesita cualquier persona puede hacerse en la cama. ¿Cómo puede ser eso?
Lo de arriba son las buenas noticias. Las malas noticias… El Corredor Internacional estaba cerrado. Era posible alcanzar Deseret cambiando en Portland, pero no había ninguna garantía de que el tubo SLC-Omaha-Gary estuviera abierto. La única ruta internacional importante cuyas cápsulas aún funcionaban regularmente parecía ser la San Diego-Dallas-Vicksburg-Atlanta. San Diego no era problema puesto que el tubo de San José estaba abierto de Bellinghan hasta La Jolla. Pero Vicksburg no es el Imperio de Chicago; es simplemente un puerto fluvial desde el cual una persona con dinero y persistencia puede alcanzar el Imperio.
Intenté llamar al Jefe. Al cabo de cuarenta minutos sentía hacia las voces sintéticas lo mismo que sienten los humanos hacia mi tipo de gente. ¿Quién tuvo la idea de programar «educación» en las computadoras? Oír la voz de una máquina decir «Gracias por esperar» puede ser agradable la primera vez, pero tres veces en línea te recuerdan que es falso, y cuarenta minutos de la misma cháchara sin oír ni una sola vez una voz natural puede acabar con la paciencia de un gurú.
Nunca llegué a conseguir que aquella terminal admitiera que no era posible telefonear al Imperio. Aquel maldito desastre digital no estaba programado para decir no; estaba programado para ser educado. Hubiera sido un alivio si, tras un cierto número de fútiles intentos, hubiera sido programado para decir: «Olvídalo, hermana; no vas a conseguirlo».
Entonces intenté llamar a la oficina postal de Bellingham para averiguar si existía correo al Imperio… honestas palabras sobre papel, pagadas a tanto la unidad, nada de facsímiles o aerogramas o cualquier cosa electrónica.
Me reí ante la idea de enviar mis felicitaciones de Navidad tan pronto. Con las Navidades a medio año de distancia no parecía algo tan urgente.
Lo intenté de nuevo. Fui regañada por utilizar códigos marginales.
Lo intenté una tercera vez, y conseguí el departamento de servicio al cliente de Macy’s y una voz:
— Todos nuestros amigos que están a su servicio se hallan ocupados en este momento, así que graciasporesperar.
No esperé.
No deseaba ya telefonear o enviar una carta; deseaba informar al Jefe en persona.
Para ello necesitaba dinero en efectivo. Aquella ofensivamente educada terminal admitió que la oficina local de la MasterCard estaba en la oficina principal en Bellingham de la Corporación TransAmerica. Así que tecleé el código y obtuve una dulce voz… grabada, no sintética… diciendo:
— Gracias por llamar a la MasterCard. En interés de la eficiencia y máximo servicio a nuestros millones de satisfechos clientes, todas nuestras oficinas del distrito de la Confederación de California han sido consolidadas con la oficina madre de San José.
Para un servicio más rápido, por favor utilice la señal gratuita en el dorso de su tarjeta MasterCard. — La dulce voz dio paso a los compases de la abertura del himno nacional.
Corté rápidamente.
Mi MasterCard, expedida en Saint Louis, no llevaba en su dorso la señal gratuita de San José, sino únicamente la señal del Banco Imperial de Saint Louis. Así que probé ese número, no con demasiadas esperanzas.
Obtuve un Mejor-teclea-una-plegaria.
Mientras estaba aprendiendo humildad de una computadora, Georges estaba leyendo la edición de Olimpic de Los Angeles Times y aguardando a que yo dejara de hacer malabarismos con los dedos. Me levanté y pregunté:
— Georges, ¿qué dicen las noticias del periódico de la mañana respecto a la emergencia?
— ¿Qué emergencia?
— ¿Eh? Quiero decir, ¿qué has dicho?
— Viernes, amor, la única emergencia mencionada en este periódico es un aviso del Club Sierra relativo a la amenazada especie Rhus diversiloba, en vías de extinción. Se planea una manifestación de trabajadores contra la Dow Chemical. Por lo demás, todo está tranquilo en el frente del oeste.
Fruncí el ceño para estimular mi memoria.
— Georges, no sé mucho acerca de la política de California…
— Querida, nadie sabe mucho acerca de la política de California, incluidos los políticos de California.
— …pero creo recordar informaciones en las noticias de al menos una docena de asesinatos importantes en la Confederación. ¿Fue todo un fraude? Pensando en retrospectiva y calculando las zonas horarias… ¿cuánto tiempo hace de eso? ¿Treinta y cinco horas?
— He encontrado necrológicas de varias damas y caballeros prominentes que fueron mencionados en las noticias hace dos noches… pero no son presentados como asesinatos. Uno es una «herida de bala accidental». Otro murió tras una «larga y penosa enfermedad». Otro fue víctima de un «inexplicado accidente» en un VMA privado, y el Fiscal General de la Confederación ha ordenado una investigación. Pero creo recordar que el propio Fiscal General había sido asesinado también.
— Georges, ¿qué está ocurriendo?
— Viernes, no lo sé. Pero sugiero que puede ser arriesgado preguntar demasiado de cerca.
— Oh, no voy a preguntar; no soy política ni nunca lo he sido. Voy a dirigirme al Imperio tan rápido como me sea posible. Pero para hacer eso, puesto que la frontera está cerrada no importa lo que el L. A. Times diga, necesito dinero en efectivo. Odio sangrar a Janet utilizando su tarjeta Visa. Quizá pueda utilizar la mía propia, pero tengo que ir a San José para conseguir algo con ella; se están volviendo obstinados. ¿Deseas venir a San José conmigo? ¿O de vuelta con Jan e Ian?
— Dulce dama, todos mis bienes más preciados están a tus pies. Pero muéstrame el camino a San José. ¿Por qué pones impedimentos en llevarme contigo al Imperio? ¿No es posible que tu patrón pueda utilizar mis talentos? No puedo regresar ahora a Manitoba por razones que ambos conocemos.
— Georges, no es que ponga impedimentos en llevarte conmigo, pero la frontera está cerrada… lo cual puede obligarme a ir a Drácula y buscar alguna grieta para colarme. O alguna otra cosa parecida. Yo estoy entrenada para ello, pero únicamente puedo hacerlo sola… tú estás en la profesión; puedes verlo. Además, aunque no sabemos qué condiciones hay dentro del Imperio, las noticias dan a entender que no son muy buenas.