Todo lo que quedaba de ella era una cartera de la que dispondría cuando no estuviera tan apresurada.
Me metí entre los árboles, luego me volví y encontré un lugar desde donde observar el camino que había recorrido, mientras me daba cuenta con inquietud de que llevaba una cola tras de mí.
Mi anterior prisionero estaba aproximadamente a medio camino entre la alambrada y los árboles… y dos VMAs convergían sobre él. El que estaba más cerca de él llevaba la gran Hoja de Arce del Canadá Británico. Podía ver la insignia del otro mientras se dirigía directamente hacia mí, a través de la zona internacional.
El coche de la policía britocanadiense aterrizó; mi en otro tiempo huésped pareció rendirse sin discusión… razonable, puesto que el VMA del Imperio aterrizó inmediatamente después, al menos doscientos metros dentro de territorio britocanadiense… y sí, era de la Policía Imperial… probablemente el mismo que me había parado.
No soy abogado internacionalista, pero estoy segura de que algunas guerras han empezado por menos que eso. Contuve la respiración, extendiendo mi oído al limite, y escuché.
Tampoco había abogados internacionalistas entre aquellas dos fuerzas de policía; la discusión fue ruidosa pero no coherente. Los imperiales exigían que se les entregara al refugiado bajo la doctrina de persecución encarnizada, y un cabo de la Policía Montada estaba sosteniendo (correctamente, a mi modo de ver) que la persecución encarnizada se aplicaba tan sólo a los criminales cogidos in fraganti, pero el único «crimen» que había allí era haber entrado en el Canadá Británico por un lugar distinto a las puertas autorizadas, un asunto que no entraba en la jurisdicción de la Policía Imperial.
— ¡Y ahora saquen ese cascajo de suelo britocanadiense!
El Verde pronunció una no respuesta monosílaba que enfureció al Montada. Cerró la portezuela de un golpe y habló a través de su altavoz:
— Les arresto por violación del espacio aéreo y del suelo britocanadiense. Salgan y entréguense. No intenten despegar.
Inmediatamente los Verdes despegaron y se retiraron a toda prisa a su lado de la franja internacional… y desaparecieron. Lo cual podía ser exactamente lo que el Montada había pretendido que ocurriera. Me mantuve completamente inmóvil, pues ahora podían tener todo el tiempo que quisieran para dedicar su atención a mí.
Supongo concluyentemente que mi compañero de escapada me pagó entonces su billete a través de la alambrada: no hubo ninguna búsqueda en mi dirección. Seguro que me vio meterme en el bosquecillo. Pero es poco probable que los Montadas me hubieran visto. No dudo que al cortar la alambrada sonaron alarmas en las estaciones de policía de ambos lados de la frontera; eso era una pura rutina para los chicos de electrónica — incluso el señalar el lugar exacto de la brecha —, y era por eso por lo que había planeado hacerlo rápido.
Pero contar el número de cuerpos que pasaban a través de una abertura podía ser un problema para la electrónica… no imposible, pero si un gasto adicional que probablemente no fuera considerado útil. Al parecer, mi desconocido compañero no había dicho ni una palabra de mí; nadie vino en mi busca. Tras un cierto tiempo un vehículo britocanadiense trajo un equipo de reparaciones; les vi recoger el cinturón de herramientas que había tirado cerca de la alambrada. Una vez se hubieron ido apareció otro equipo de reparaciones del lado del Imperio; inspeccionaron la reparación y se marcharon.
Me pregunté acerca de los cinturones de herramientas. Pensando retrospectivamente, no podía recordar el haber visto un cinturón así en mi anterior prisionero cuando se entregó. Llegué a la conclusión de que se había deshecho de él para pasar por la abertura; aquel agujero era exactamente lo bastante grande como para dejar pasar a Viernes; para él debía haber sido un poco justo.
Reconstrucción: los britocanadienses vieron un cinturón, en su lado; los Verdes vieron un cinturón, en su lado. Ningún lado tenía ninguna razón para suponer que más de un tránsfuga había pasado por el agujero… mientras mi antiguo prisionero mantuviera la boca cerrada.
Un tipo decente, pensé. Algunos hombres se hubieran sentido resentidos por la pequeña palmada que le había administrado.
Permanecí en aquel bosquecillo hasta que se hizo oscuro, trece tediosas horas. No deseaba ser vista por nadie hasta que pudiera ponerme en contacto con Janet (y, con suerte, Ian); un inmigrante ilegal no busca publicidad. Fue un largo día, pero mi control mental me había enseñado a superar el hambre, la sed, y el aburrimiento, cuando es necesario permanecer tranquila, despierta y alerta. Cuando fue completamente oscuro salí. Conocía el terreno tan bien como puede conocerlo una por los mapas, puesto que lo había estudiado muy cuidadosamente en casa de Janet hacía menos de dos semanas. El problema que tenía ahora frente a mí no era ni complejo ni difíciclass="underline" avanzar aproximadamente ciento diez kilómetros a pie antes del amanecer sin ser notada por nadie.
El camino era simple. Debía avanzar un poco hacia el este hasta alcanzar la carretera que va desde Lancaster en el Imperio hasta La Rochelle en el Canadá Británico, junto al puerto de entrada… fácil de localizar. Ir hacia el norte hasta los alrededores de Winnipeg, rodear la ciudad por la izquierda, y tomar la carretera norte-sur al puerto. Stonewall está justo al sur de ahí, con la propiedad de los Tormey cerca. Toda la última y más difícil parte la conocía no simplemente de los mapas sino por haberla recorrido recientemente en un coche abierto sin nada que me distrajera excepto un poco de charla amistosa.
Estaban empezando a amanecer cuando llegué a las puertas exteriores de los Tormey.
Estaba cansada pero no demasiado agotada. Puedo mantener un paso intermedio entre el andar y el correr durante veinticuatro horas si es necesario, y así lo he hecho en los entrenamientos; mantenerlo a lo largo de toda una noche es aceptable. Los pies me dolían un poco y estaba muy sedienta. Pulsé el botón de llamada con feliz alivio.
E inmediatamente oí:
— Al habla el capitán Ian Tormey. Esto es una grabación. Esta casa está protegida por los Guardias Licántropos de Seguridad de Winnipeg, Inc. He retenido esta firma no porque considere que su reputación de ser fáciles con el gatillo sea justificada, sino porque simplemente se sienten celosos por proteger a sus clientes. Las llamadas codificadas a esta casa no serán registradas, pero el correo enviado aquí será aceptado.
Gracias por escuchar.
¡Y gracias a ti, Ian! ¡Oh, maldita, maldita, maldita sea! Sabía que no tenía ninguna razón de esperar que se quedaran en casa… pero nunca se me había ocurrido pensar que pudieran no estar en casa. Había «transferido», como lo llaman los psiquiatras; con mi familia neozelandesa perdida, el Jefe desaparecido y quizá muerto, la propiedad de los Tormey era mi «hogar», y Janet la madre que nunca había tenido.
Deseaba estar de vuelta en la granja de los Hunter, envuelta en la cálida protección de la señora Hunter. Deseaba estar en Vicksburg, compartiendo la mutua soledad con Georges.
Mientras tanto el sol estaba asomando, y pronto las carreteras empezarían a llenarse, y yo era una extranjera entrada ilegalmente en el país, sin apenas dólares britocanadienses y una profunda necesidad de que nadie reparara en mí, de que nadie me detuviera y me preguntara, y medio mareada por el cansancio y la falta de sueño y el hambre y la sed.
Pero no tenía que tomar difíciles decisiones, puesto que me veía obligada a tomar sólo una, la elección de Hobson. Debía ocultarme de nuevo como un animal, y rápidamente, antes de que el tráfico llenara las carreteras.
Los bosques no son cosa común en los alrededores de Winnipeg, pero recordé algunas hectáreas dejadas en estado salvaje, atrás y a la izquierda, fuera de la carretera principal, y más o menos detrás de la propiedad de los Tormey… un terreno accidentado, por debajo de la colina baja donde Janet había edificado su casa. De modo que me dirigí en aquella dirección, encontrándome con un carro de reparto (leche) pero ningún otro tráfico.