Me apreté la barriga en torno a mi ombligo y tensé mis músculos estomacales.
— ¡Hey, está vacío! ¿Lo habéis retirado?
— No, nuestros antagonistas lo hicieron.
— ¡Entonces fracasé! Oh, Dios, Jefe, esto es horrible.
— No — dijo gentilmente —, tuviste éxito. Frente al gran peligro y a los obstáculos monumentales, tuviste un completo éxito.
— ¿De veras? — (¿Alguna vez les han prendido la Cruz de la Victoria?) —. Jefe, deja de hablar con dobles sentidos y trázame un diagrama.
— Lo haré.
Pero quizá sea mejor que primero sea yo quien trace un diagrama. Poseo una cavidad oculta, creada mediante cirugía plástica, detrás de mi ombligo. No es muy grande, pero una puede ocultar un montón de microfilms en un espacio de aproximadamente un centímetro cúbico. No puede descubrirse porque la válvula a esfínter que lo cierra forma el ombligo mismo. Mi ombligo parece normal. Jueces imparciales me han dicho que tengo una hermosa barriga y un ombligo adorable… lo cual, en algunos aspectos importantes, es mejor que tener un rostro bonito, cosa que no tengo.
El esfínter es un elastómero de silicona sintética que mantiene el ombligo cerrado en todo momento, aunque yo esté inconsciente. Esto es necesario puesto que no hay nervios que proporcionen un control voluntario a la contracción y a la relajación, como ocurre con los esfínteres anal, vaginal y — en alguna gente — de la garganta. Para cargar la cavidad utilizo una pizca de gelatina K-Y u otro lubrificante no petrolífero, y empujo con el pulgar… ¡no aristas ni ángulos, por favor! Para vaciarla tomo los dedos de ambas manos y tiro del esfínter artificial abriéndolo tanto como es posible, luego hago presión con mis músculos abdominales… y pop, fuera.
El arte de ocultar cosas en el cuerpo humano tiene una larga historia. Las formas clásicas son en la boca, en los senos nasales, en el estómago, el vientre, el recto, la vagina, la vejiga, la órbita de un ojo que falta, el canal auditivo, y exóticos y no muy útiles métodos empleando tatuajes ocultos a veces bajo el pelo.
Cada una de estas formas clásicas es conocida por todos los oficiales de aduanas y todos los agentes especiales públicos o privados a lo largo de todo el mundo, la Luna, las ciudades del espacio, los otros planetas, y cualquier otro lugar que el hombre haya alcanzado. Así que olvidémoslas. El único método clásico que aún puede engañar a un profesional es la Carta Implantada. Pero la Carta Implantada es un arte difícil, por supuesto, y aún cuando sea utilizado a la perfección debe ser implantada en alguna persona inocente que no tenga posibilidad de decirla ni siquiera bajo drogas.
Echen una mirada a los próximos mil ombligos que encuentren ustedes en sociedad.
Ahora que mi depósito se ha visto comprometido, es posible que uno o dos oculten quirúrgicamente escondites como el mío. Cabe esperar que pronto serán eliminados, y luego no serán instalados más, puesto que cualquier novedad en este tipo de cosas se convierte en completamente inútil una vez se difunde la noticia. Mientras tanto, los oficiales de aduanas empezarán inevitablemente a meter rudos dedos en todos los ombligos. Espero que un buen número de esos oficiales reciban puñetazos en los ojos de parte de furiosas víctimas… los ombligos acostumbran a ser sensibles y tienen fácilmente cosquillas.
— Viernes, el punto débil de ese depósito que llevas ha sido siempre que cualquier hábil interrogatorio…
— Ellos eran bastante torpes.
— …o cualquier interrogatorio torpe que utilice drogas puede obligarte a mencionar su existencia.
— Tuvo que ser después de que me inyectaran aquel suero de la verdad. No recuerdo haberlo mencionado.
— Es probable. La noticia puede haberles llegado a través de otros canales, puesto que hay alguna gente que está al corriente de ello… tú, yo, tres enfermeras, dos cirujanos, un anestesista, probablemente otros. Demasiados. No importa cómo llegaron a saberlo nuestros antagonistas, la cuestión es que retiraron lo que llevabas ahí. Pero no te pongas lúgubre; lo que recibieron fue una lista muy larga reducida a microfilm de todos los restaurantes relacionados en un listín telefónico de 1928 de la antigua ciudad de Nueva York. No tengo la menor duda de que a estas alturas habrá una computadora en algún lugar trabajando en esta lista, esperando descubrir el código oculto tras ella… lo cual va a tomarles mucho tiempo, puesto que no hay ningún código oculto tras ella. Un mensaje falso. Sin sentido.
— ¿Y por eso tuve que ir echando el bofe durante todo el camino hasta Ele-Cinco, comer mierda, ponerme enferma en el Tallo, y ser sodomizada por unos brutales bastardos?
— Lo siento por eso último, Viernes. ¿Pero crees que iba a arriesgar la vida de mi mejor agente en una misión sin sentido?
(¿Comprenden por qué trabajo para ese tipo arrogante? Las alabanzas te llegarán desde todos lados).
— Lo siento, señor.
— Comprueba la cicatriz de tu apendectomía.
— ¿Eh? — Rebusqué debajo de la sábana y la encontré, luego corrí la sábana y miré.
— ¿Qué infiernos?
— La incisión fue de menos de dos centímetros y directamente encima de la cicatriz; ningún tejido muscular resultó afectado. Lo que había dentro fue retirado hará unas veinticuatro horas volviendo a abrir la misma incisión. Con los métodos acelerados de reconstrucción de los tejidos que utilizamos en ti, puedo decirte que en otros dos días no serás capaz de descubrir la nueva cicatriz sobre la antigua. Pero me alegra sobremanera que los Mortenson te cuidaran tan bien, porque estoy seguro de que los síntomas artificiales que te fueron inducidos para cubrir lo que pensábamos hacer no fueron agradables. Incidentalmente, hay en realidad una epidemia de fiebre catarral allí… una cobertura fortuita.
El Jefe hizo un pausa. Me negué testarudamente a preguntarle qué era lo que había llevado… de todos modos tampoco me lo hubiera dicho. Al cabo de un rato añadió:
— Me estabas hablando de tu viaje a casa.
— El viaje de vuelta fue también sin incidentes. Jefe, la próxima vez que me mandes al espacio quiero ir en primera clase, en una nave antigrav. No vía ese truco idiota de la cuerda india.
— El análisis de ingeniería muestra que un enganche celeste es tan seguro como cualquier nave. El cable de Quito se perdió a causa de un sabotaje, no por un fallo material.
— Tacaño.
— No pretendo tapar las bocas del ganado. Puedes utilizar la antigrav a partir de ahora si las circunstancias y las disponibilidades de tiempo lo permiten. Esta vez había razones para utilizar el Tallo de Kenya.
— Quizá sí, pero alguien me siguió los pasos fuera de la cápsula en el Tallo. Tan pronto como estuvimos solos, lo maté.
Hice una pausa. Algún día, algún día, voy a conseguir que su rostro registre sorpresa.
Retomé el tema diagonalmente:
— Jefe. Necesito un curso de refresco, con algo de cuidadosa reorientación.
— ¿De veras? ¿Con qué fin?
— Mi reflejo asesino es demasiado rápido. No discrimino. Ese tipo no había hecho nada que mereciera el asesinato. Por supuesto, estaba siguiéndome. Pero hubiera podido librarme de él, aquí o en Nairobi, o como máximo haberlo noqueado y dejarlo congelado en algún sitio mientras yo me esfumaba.
— Discutiremos más tarde tus posibles necesidades. Continúa.
Le hablé del Ojo Público y de la cuádruple identidad de «Belsen» y de cómo las había enviado a los cuatro vientos, luego le relaté mi camino a casa. Lo comprobó.
— No has mencionado la destrucción de ese hotel en Nairobi.
— ¿Eh? Pero Jefe, eso no tuvo nada que ver conmigo. Yo estaba a mitad de camino de Mombasa.