Y Trevor había perdido algo del alegre entusiasmo que un buen semental debe desplegar cuando el juego está en pleno desarrollo. En vez de estar mirándome lúbricamente, él también parecía preocupado. ¿Por qué el cambio de actitud? ¿Mi petición de ver una foto de su esposa? ¿Había sido esto lo que lo había vuelto pensativo? Tengo la impresión de que un hombre no debería lanzarse a la caza a menos que estuviera en tales relaciones con su esposa o esposas que pudiera contarles todos los vívidos detalles al llegar a casa y reírse todos juntos de ellos. Como Ian. No espero un hombre que «proteja mi reputación» porque, por todo lo que sé y creo, nunca lo hacen. Si deseo a un hombre para abstenerme de discutir mi sudorosa torpeza en la cama, la única solución es permanecer fuera de la cama con él.
Además, Trevor había sido el primero en mencionar a su esposa, ¿no? Lo repasé… sí, así había sido.
Tras la comida se animó un poco. Yo estaba diciéndole que fuera a sus citas de negocios y volviera luego puesto que estaba tecleándome como huésped a fin de tener algo de comodidad al mismo tiempo que intimidad para hacer algunas llamadas vía satélite (cierto) y que me quedaría allí aquella noche (también cierto), de modo que cuando volviera podía llamarme y nos encontraríamos en el salón (condicionalmente cierto… me sentía tan sola y trastornada que sospechaba que le diría que subiera directamente).
Respondió:
— Primero llamaré para que tenga tiempo a echar fuera al otro hombre, pero subiré directamente. No necesita hacer dos veces el viaje. Pero enviaré el champán; no voy a llevarlo yo personalmente.
— Alto ahí — dije —. Todavía no ha comprado sus inicuos propósitos. Todo lo que le prometí fue la oportunidad de que me hable de cómo le han ido sus negocios. En el salón.
No en mi dormitorio.
— Marjorie, es usted una mujer difícil.
— No, usted es un hombre difícil. Sé lo que estoy haciendo. — Un repentino estremecimiento me dijo que sí lo sabía —. ¿Qué opina usted de las personas artificiales?
¿Dejaría que su hermana se casara con una?
— ¿Cómo sabe que lo haría? A mi hermana está empezando a pasársele la edad; no puede permitirse ser demasiado exigente.
— No intente eludir la pregunta. ¿Se casaría usted con una?
— ¿Qué dirían los vecinos? Marjorie, ¿cómo sabe que no lo estoy ya? Ha visto la foto de mi esposa. Se supone que los artefactos resultan ser las mejores esposas, horizontal o verticalmente.
— Concubinas, querrá decir. No es necesario casarse con ellas. Trevor, usted no sólo no está casado con una; no sabe nada de ellas excepto los mitos populares… o no diría «artefactos» cuando el nombre es «personas artificiales».
— Soy tortuoso, rastrero y despreciable. Equivoqué el término a propósito para que usted no sospechara que soy una de ellas.
— ¡Oh, deje de decir tonterías! No lo es, o yo lo sabría. Y aunque usted probablemente estaría dispuesto a irse a la cama con una, ni siquiera soñaría en casarse con ella. Esta es una discusión fútil; cortémosla. Necesito unas dos horas; no se sorprenda si la terminal de mi habitación está ocupada. Teclee un mensaje y espere con una buena bebida al lado; bajaré tan pronto como pueda.
Tecleé mi reserva en recepción y subí, no a la suite nupcial — en ausencia de Georges esa encantadora extravagancia me hubiera hecho sentirme triste — sino a una encantadora habitación con una estupenda, grande, amplia cama, un lujo que ordené con la profunda sospecha de que los ignotos (casi etéreos) negocios de Trevor iban a hacer que se creciera en ella. El complicado canalla.
Dejé a un lado el pensamiento y me puse a trabajar.
Llamé al Vicksburg Hilton. No, el señor y la señora Perreault se habían marchado. No, no habían dejado ninguna dirección. ¡Lo sentían!
Yo también, y aquella sintética voz de computadora no animaba en absoluto. Llamé a la Universidad McGill en Montreal y malgasté veinte minutos «enterándome» de que sí, el doctor Perreault era miembro de aquella universidad, pero ahora estaba en la Universidad de Manitoba. El único hecho nuevo era que aquella computadora de Montreal sintetizaba el inglés o el francés con la misma facilidad y siempre respondía en el idioma en el cual se le hablaba. Muy ingeniosos, esos chicos de la electrónica… demasiado ingeniosos, en mi opinión.
Probé el código de llamada de Janet (Ian) en Winnipeg, supe que su terminal estaba fuera de servicio a petición del interesado. Me pregunté por qué había sido capaz de recibir noticias en la terminal en el Agujero un poco antes aquel mismo día. «Fuera de servicio», ¿significaba únicamente «no se reciben llamadas»? ¿Era ese arcano un secreto celosamente guardado de las Telecomunicaciones?
La ANZAC en Winnipeg me paseó por toda su computadora destinada al público viajero antes de conseguir una voz humana que me admitiera que el capitán Tormey estaba de permiso debido a la Emergencia y a la interrupción de los vuelos con Nueva Zelanda.
El código de Ian en Auckland respondía únicamente con música y una invitación a dejar grabado un mensaje, lo cual no me sorprendió puesto que Ian no podría estar allí hasta que se reanudara el servicio del semibalístico. Pero había pensado que tal vez podría encontrar a Betty y/o Freddie.
¿Cómo puede una ir a Nueva Zelanda con el SB fuera de servicio? No puedes ir cabalgando en un caballito de mar; son demasiado pequeños. ¿Acaso esos enormes cargueros marítimos a motor llevan pasajeros? No creía que estuvieran acondicionados para ello. ¿Había oído en algún lugar que algunos de ellos ni siquiera llevaban tripulación?
Creía poseer un detallado conocimiento de las formas de viajar superior al conocimiento profesional de los agentes de viaje debido a que, como correo, a menudo me trasladaba de un lado a otro por medios que los turistas no pueden utilizar y normalmente los viajantes comerciales ni siquiera conocen. Me irritaba darme cuenta de que nunca había pensado en cómo vencer al destino cuando todos los SB estaban en tierra. Pero hay una forma, siempre hay una forma. La archivé en mi mente como un problema a resolver… más tarde.
Llamé a la Universidad de Sydney, hablé con una computadora, pero finalmente conseguí una voz humana que admitió conocer al profesor Farnese pero que estaba en vacaciones sabáticas. No, los códigos privados de llamada y las direcciones particulares no eran facilitadas nunca… lo sentían. Quizá el servicio de información pudiera ayudarme.
La computadora del servicio de información de Sydney parecía sentirse sola, pues estaba dispuesta a charlar indefinidamente conmigo… de cualquier cosa menos admitir que Federico o Elizabeth Farnese estaban en su red. Escuché un vigoroso discurso publicitario acerca del Mayor Puente del Mundo (no lo es) y del mayor Teatro de Opera del Mundo (lo es) así que venga Aquí Abajo y… corté la comunicación reluctantemente; una computadora amistosa es mejor compañía que mucha gente, humana o de mi clase.
Entonces me puse en comunicación con quienes había esperado poder evitar:
Christchurch. Había una posibilidad de que el cuartel general del Jefe hubiera dejado algún mensaje con mi anterior familia cuando se efectuó el traslado… si había sido un traslado y no un desastre total. Había una muy remota posibilidad de que Ian, incapaz de enviarme un mensaje al Imperio, hubiera enviado uno a mi anterior casa con la esperanza de que se me hiciera llegar. Recordé que le había dado mi código de llamada de Christchurch cuando él me dio el código de su piso en Auckland. Así que llamé a mi antiguo hogar…
… y recibí la misma impresión que cuando alguien baja un peldaño que no está ahí:
— El servicio de la terminal que ha señalado usted está interrumpido. Les llamadas no son retransmitidas a otro lugar. En caso de emergencia, por favor teclee Christchurch… — siguió un código que reconocí como el de la oficina de Brian.