Me encontré haciendo hacia atrás las correcciones horarias para obtener una respuesta equivocada que me señalara que no valía la pena llamar… luego me di una patada a mí misma. Aquí era por la tarde, apenas pasadas las quince, de modo que en Nueva Zelanda era mañana por la mañana, poco después de las diez, la mejor hora del día para que Brian estuviera allí. Tecleé su código de llamada, un satélite lo transmitió en unos pocos segundos, y me encontré mirando a un sorprendido rostro.
— ¡Marjorie!
— Sí — dije —. Marjorie. ¿Cómo estás?
— ¿Por qué me llamas?
— ¡Brian, por favor! — dije —. Hemos estado casados siete años; ¿no podemos al menos hablarnos educadamente el uno al otro?
— Le siento. ¿Qué puedo hacer por ti?
— Lamento molestarte en tu trabajo, pero he llamado a la casa y he encontrado la terminal fuera de servicio. Brian, como sin duda sabes por las noticias, las comunicaciones con el Imperio de Chicago han quedado interrumpidas por la Emergencia. Los asesinatos. Lo que los periodistas están empezando a llamar el Jueves Rojo. Como resultado de todo ello estoy en California; nunca conseguí llegar a mi destino en el Imperio. ¿Puedes decirme algo acerca de correo o mensajes que hayan podido llegar para mí? No me ha llegado nada.
— Realmente no sabría decirte. Lo siento.
— ¿Ni siquiera puedes decirme si algo ha sido reexpedido? Sólo saber que un mensaje ha sido reexpedido me ayudaría a rastrearlo.
— Déjame pensar. Hubo todo ese dinero que nos sacaste… no, te lo llevaste contigo.
— ¿Qué dinero?
— El dinero que nos exigiste que te devolviéramos… o ibas a organizar un escándalo público. Un poco más de setenta mil dólares. Marjorie, me siento sorprendido de que tengas el descaro de mostrarte… cuando tu mal comportamiento, tus mentiras, y tu fría codicia destruyeron nuestra familia.
— Brian, ¿de qué demonios estás hablando? No he mentido a nadie. No creo haberme comportado mal, y no le he sacado ni un centavo a la familia. «Destruido a la familia», ¿cómo? Fui echada a puntapiés de la familia, arrojada de un claro cielo azul… pateada y con mi equipaje facturado en cosa de minutos. Evidentemente no he «destruido a la familia». Así que explícate.
Brian lo hizo, con fríos y deprimentes detalles. Mi mal comportamiento era del mismo tipo que mis mentiras, por supuesto, ese ridículo alegato de que yo era un artefacto viviente, no humano, y por ello había obligado a la familia a solicitar una anulación. Yo intenté recordarle que le había probado que estaba perfeccionada; barrió la observación con un gesto de la mano. Lo que yo recordaba, lo que él recordaba, no se correspondía.
En cuanto al dinero, estaba mintiendo de nuevo; había visto el recibo con mi firma.
Le interrumpí para decirle que cualquier firma que pareciera ser la mía en un recibo de esta naturaleza tenía que ser una falsificación, puesto que yo no había recibido ni un solo dólar.
— Estás acusando a Anita de falsificación. Vuelves a mentir descaradamente de nuevo.
— No estoy acusando a Anita de nada. Pero no recibí ningún dinero de la familia.
Yo estaba acusando. a Anita, y ambos lo sabíamos. Y posiblemente estaba acusando a Brian también. Recordé una ocasión en que Vickie había dicho que los pezones de Anita sólo se ponían erectos ante un buen balance económico… y yo la había hecho callar y le había dicho que no fuera maliciosa. Pero había alusiones de los demás respecto a que Anita era frígida en la cama… una condición que una PA no puede comprender. En retrospectiva parecía posible que su pasión total fuera por la familia, su éxito financiero, su prestigio público, su poder en la comunidad.
Si eso era así, debía odiarme. Yo no había destruido a la familia, pero echarme fuera a patadas parecía ser el primer dominó que hace caer toda la hilera. Casi inmediatamente después de que yo me fuera, Vickie fue a Nuku’alofa… y dio instrucciones a un abogado para que iniciara los trámites de un divorcio y de un arreglo económico. Luego Douglas y Lispeth abandonaron Christchurch, se casaron entre ellos separadamente, luego iniciaron el mismo tipo de demanda.
Una pequeña migaja de consuelo: supe por Brian que el voto contra mí no había sido de seis contra nada, sino de siete contra nada. ¿Una mejora esto? Sí. Anita había dispuesto que la votación se efectuara por participaciones; los mayores tenedores de ellas, Brian, Bertie y Anita, habían votado primero, reuniendo siete votos contra mí, una clara mayoría para expulsarme… mientras que Doug, Vickie y Lispeth se habían abstenido de votar.
Una muy pequeña migaja de consuelo, de todos modos. Ellos no se habían enfrentado a Anita, no habían intentado detenerla, ni siquiera me habían advertido de lo que se estaba preparando. Se habían abstenido… luego se habían echado a un lado y habían dejado que la sentencia fuera ejecutada.
Le pregunté a Brian por los chicos… y recibí la cruda contestación de que no eran asunto mío. Luego dijo que estaba muy atareado y que tenía que cortar, pero yo lo retuve para una nueva pregunta: ¿Qué había pasado con los gatos?
Pareció a punto de estallar.
— Marjorie, ¿tan completamente sin corazón eres? Cuando tus actos han causado tanto dolor, tanta auténtica tragedia, ¿quieres saber lo que les ha pasado a unos triviales gatos?
Contuve mi ira.
— Quiero saberlo, Brian.
— Creo que fueron entregados a la Sociedad Protectora de Animales. O quizá fueron a parar a la escuela médica. ¡Adiós! Por favor, no vuelvas a llamarme.
— La escuela médica… — ¿Mister Tropezones atado a una mesa de operaciones mientras un estudiante médico lo abría en canal con un cuchillo? No soy vegetariana y no voy a discutir el uso de animales en la ciencia y en la enseñanza. Pero si hay que hacer esto, querido Dios si es que hay Uno en algún lugar, no permitas que sea hecho con animales que han sido llevados a creer que son personas.
La Sociedad Protectora de Animales o la escuela médica, Mister Tropezones y los cachorrillos debían estar probablemente muertos. No obstante, si los SBs hubieran funcionado todavía, hubiera corrido el riesgo de volver al Canadá Británico para tomar la siguiente trayectoria a Nueva Zelanda con la triste esperanza de salvar a mi viejo amigo.
Pero sin transportes modernos Auckland estaba más lejos que Luna City. Ni siquiera quedaba una triste esperanza…
Me sumergí profundamente en control mental, y puse las cosas sobre las que no podía hacer nada fuera de mi mente…
…y descubrí que Mister Tropezones estaba todavía restregándose contra mis piernas.
Una luz roja estaba parpadeando en la terminal. Comprobé la hora, observé que habían transcurrido casi las dos horas que había estimado; aquella luz era casi seguramente Trevor.
Así que decide, Viernes. ¿Te echas agua fría en los ojos y bajas y dejas que te persuada? ¿O le dices que suba, lo llevas directamente a la cama, y lloras en su hombro?
En principio, por supuesto. Seguro que no te sentirás lasciva en ese instante… pero deja que hunda el rostro en su atractivo y cálido hombro masculino y eso hará que tus sentimientos se ablanden y pronto te sentirás mejor. Tú lo sabes. Se dice que las lágrimas femeninas son un poderoso afrodisiaco para la mayoría de los hombres, y tu propia experiencia lo confirma. (¿Criptosadismo? ¿Machismo? ¿A quién le importa? Funciona).
Invítalo a que suba. Haz subir también algo de licor. Quizá ponte incluso un poco de lápiz de labios, intenta parecer sexy. No, al infierno con el lápiz de labios, no va a durar mucho de todos modos. Invítalo a que suba; llévalo a la cama. Anímate haciendo todo lo que malditamente puedas para animarlo a él. ¡Dale todo lo que tienes!