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— Jefe, ¿puedo besar tus pies?

— Contén tu lengua. No hice esto para frustrar a la policía britocanadiense. Mi agente de campo en Winnipeg es un psicólogo clínico además de poseer nuestro habitual entrenamiento. Su opinión profesional es que o bien el capitán Tormey o su esposa pudieron matarlo en defensa propia, pero por supuesto debieron producirse condiciones extremas para que cualquiera de ellos matara a un policía. El doctor Perreault es descrito como menos dispuesto todavía a adoptar soluciones violentas.

— Yo lo maté.

— Eso es lo que supuse. Ninguna otra explicación encajaba con los datos. ¿Quieres que hablemos de ello? ¿Me concierne de algún modo?

— Oh, quizá no. Excepto que sí te concierne desde el momento en que borraste esas huellas dactilares. Lo maté porque estaba amenazando a Janet, Janet Tormey, con una pistola. Simplemente hubiera podido inutilizarlo; tuve tiempo de darle un buen puñetazo.

Pero deseaba matarlo, y lo hice.

— Me hubiera sentido, y me sentiré, muy decepcionado si alguna vez simplemente hieres a un policía. Un policía herido es más peligroso que un león herido. He reconstruido los hechos tal como los has descrito excepto que he asumido que estabas protegiendo al doctor Perreault… puesto que parecías encontrar en él a un aceptable marido sustituto.

— Lo es, por supuesto. Pero fue ese loco estúpido amenazando la vida de Janet lo que me hizo saltar. Jefe, hasta que ocurrió no me di cuenta de cuánto quería a Janet. No sabía que pudiera querer tan intensamente a una mujer. Sabes más que yo como estoy diseñada, o al menos así lo has dado a entender. ¿Tan mezcladas están mis glándulas?

— Sé bastante sobre tu diseño, pero no voy a discutirlo contigo; no tienes ninguna necesidad de saberlo. Tus glándulas no están más mezcladas que las de cualquier otro ser humano sano… específicamente, no tienes un cromosoma Y redundante. Todos los seres humanos normales tienen soi-disant glándulas mezcladas. La raza está dividida en dos partes: aquellos que lo saben y aquellos que no lo saben. Dejemos esta estúpida charla; es propia de los genios.

— Oh, así que ahora soy un genio. Muchas gracias, Jefe.

— De nada. Eres un supergenio, pero estás a mucha distancia de darte cuenta de tu potencial. Los genios y los supergenios siempre crean sus propias reglas en sexo y en todo lo demás; no aceptan las costumbres de mono de sus inferiores. Volvamos a nuestros asuntos. ¿Es posible que ese cuerpo sea encontrado?

— Apostaría todo mi dinero en contra.

— ¿Hay algún problema en discutirlo conmigo?

— Oh, creo que no.

— Entonces no necesito saberlo, y supongo que los Tormey podrán volver tranquilamente a su casa tan pronto como la policía llegue a la conclusión de que no pueden establecer corpus delicti. Aunque el corpus delicti no requiere un cadáver, es enormemente difícil establecer una acusación de asesinato y mantenerla sin ninguno. Si son arrestados, un buen abogado puede tener a los Tormey fuera en cinco minutos… y tienen un muy buen abogado, puedo asegurártelo. Quizá te alegre saber que tú les ayudaste a escapar del país.

— ¿De veras lo hice?

— Tú y el doctor Perreault. Saliendo del Canadá Británico como el capitán y la señora Tormey, y usando sus tarjetas de crédito y solicitando cartas de turista con sus nombres.

Los dos dejasteis un rastro que «probaba» que los Tormey habían salido del país inmediatamente después de que el teniente Dickey desapareciera. Esto funcionó tan bien que la policía perdió varios días intentando rastrear a los sospechosos en la Confederación de California… y acusando de ineficiencia a sus colegas de la Confederación por su falta de éxito. Pero en cierto modo me siento sorprendido de que los Tormey no fueran arrestados en su propia casa, puesto que mi agente no tuvo grandes dificultades en entrevistarse con ellos allí.

(Yo no. Si se presenta algún policía… ¡zas! al Agujero. Si no es un policía y satisface a Ian, todo está bien…).

— Jefe, ¿mencionó tu agente en Winnipeg mi nombre? Mi nombre «Marjorie Baldwin», quiero decir.

— Sí. Sin ese nombre y una foto tuya, la señora Tormey nunca lo hubiera dejado entrar.

Sin los Tormey yo no hubiera tenido los datos necesarios para seguir tu más bien elusivo rastro. Nos beneficiamos mutuamente. Ellos te ayudaron a escapar; nosotros les ayudamos a escapar, después de decirles… después de que mi agente les dijera… que estaban siendo buscados activamente. Un final feliz.

— ¿Cómo los localizaste?

— Viernes, ¿deseas realmente saberlo?

— Hum, no. — (¿Por qué debería saberlo? Si el Jefe hubiera deseado revelarme el método, me lo hubiera dicho. «Quien gobierna descuidadamente hunde su barco». El Jefe no es de esos).

El Jefe salió de detrás de su escritorio… y me quedé asombrada. Normalmente no se mueve de allá, y en su antiguo despacho su ubicuo servicio de té estaba a su alcance en el escritorio. Ahora salió rodando de él. Nada de bastones. Una silla de ruedas motorizada. La condujo hasta una mesita auxiliar, empezó a trastear con el servicio del té.

Me puse en pie.

— ¿Puedo ayudar?

— Gracias, Viernes. Sí. — Se apartó de la mesita auxiliar, rodó de vuelta a su lugar detrás del escritorio. Yo me hice cargo, dándole la espalda… lo cual era precisamente lo que necesitaba.

No hay ninguna razón para sentirse sorprendida cuando un impedido decide sustituir unos bastones por una silla de ruedas a motor… es simple eficiencia. Excepto que él era el Jefe. Si los egipcios de Gizeh se despertaran una mañana y descubrieran las pirámides vueltas boca abajo y la esfinge con una nueva nariz, no se sentirían más asombrados que yo en aquel momento. Se supone que algunas cosas — y alguna gente — no cambian nunca.

Tras servirle el té — leche caliente, dos terrones — y ponerme el mío, me senté de nuevo, recuperando la compostura. El Jefe utiliza lo más avanzado de la tecnología junto con unas costumbres completamente pasadas de moda; nunca le he visto pedirle a una mujer que haga algo por él, pero si hay una mujer presente y se ofrece a servir el té, por supuesto que aceptará encantado y convertirá el incidente en una pequeña ceremonia.

Charlamos de otros asuntos hasta que los dos terminamos nuestras tazas. Volví a llenar la suya, yo no tomé más; seguimos con lo nuestro.

— Viernes, cambiaste de nombre y de tarjetas de crédito tantas veces que siempre estábamos un salto detrás de ti. No hubiéramos podido seguirte la pista hasta Vicksburg de no habernos sugerido tus avances algo de tu plan. Aunque mi práctica es no interferir con un agente no importa cuán de cerca esté siendo observado, te hubiera impedido ir río arriba… sabiendo que aquella expedición estaba condenada…

— Jefe, ¿qué era esa expedición? Nunca me creí ni la letra ni la música.

— Un golpe de estado. Un torpe golpe de estado. El Imperio había tenido tres Presidentes en dos semanas… y el último no era mejor ni tenía más posibilidades de sobrevivir que los otros. Viernes, una tiranía bien llevada es una base mejor para mi trabajo que cualquier forma de gobierno libre. Pero una tiranía bien llevada es algo tan escaso como una democracia eficiente. Para resumir… te escapaste de nosotros en Vicksburg porque te movías sin ninguna vacilación. Estabas a bordo de aquel ejército de pacotilla y te habías ido antes de que nuestro agente en Vicksburg supiera que te habías enrolado. Se sintió vejado por ello. Tanto, que aún no he tomado medidas disciplinarias contra él. Es mejor esperar.