Miré a mi alrededor, y descubrí que Rubia había pasado ya por aquello. Estaba sentada, esperando. Capté su mirada, y ella palmeó una silla vacía a su lado; me senté.
— Anna me dijo que te viera.
— Estupendo. He hecho una reserva en el Cabaña Hyatt de San José para Anna y para mí por esta noche, y les he dicho que quizá hubiera un tercer huésped. ¿Deseas venir con nosotras?
— ¿Tan pronto? ¿Ya tenéis hecho vuestro equipaje? — ¿Qué equipaje tenía yo? No mucho, puesto que mis cosas de Nueva Zelanda estaban todavía en la consigna en el puerto de Winnipeg porque sospechaba que la policía de Winnipeg había puesto vigilancia sobre ellas… de modo que allí se quedarían hasta que la situación de Janet e Ian estuviera arreglada —. Esperaba quedarme aquí esta noche, aunque realmente no había pensado demasiado en ello.
— Cualquiera puede quedarse a dormir aquí esta noche, aunque no es aconsejado. El directorio (el nuevo directorio) desea dejar todas las cosas arregladas hoy. El almuerzo será la última comida que se sirva. Si queda alguien todavía esta noche a la hora de la cena, deberá contentarse con bocadillos fríos. Desayuno para mañana, nada.
— ¡Por los clavos de Cristo! Esto no suena como lo que el Jefe hubiera planeado.
— Efectivamente. Esta mujer… El Jefe había hecho todos los arreglos necesarios con el accionista principal, que murió hace seis semanas. Pero no importa, simplemente nos vamos y ya está. ¿Vienes con nosotras?
— Supongo que sí. Sí. Pero sería mejor que viera a esos reclutadores antes; voy a necesitar un trabajo.
— No lo vas a necesitar.
— ¿Por qué no, Rubia?
— Yo también estoy buscando otro trabajo. Pero Anna me advirtió. Los reclutadores que hay aquí hoy tienen todos tratos con la Wainwright. Si alguno de ellos tiene algo bueno, podemos entrar en contacto con él en el Mercado de Trabajo de Las Vegas… sin tener que darle a esa tortuga mordedora una comisión. Sé lo que quiero… enfermera jefe en un hospital de campaña o un buen contrato como mercenario. Lo mejor de ambas cosas está representado en Las Vegas.
— Imagino que es el lugar donde debo mirar yo también. Rubia, nunca antes tuve que ir en busca de un trabajo. Me siento confusa.
— Todo irá bien.
Tres horas más tarde, tras un rápido almuerzo, estábamos en San José. Habían sido previstos dos VMAs para hacer el trayecto entre Pájaro Sands y la Plaza Nacional; Wainwright deseaba librase de nosotros lo más rápidamente posible… vi dos enormes carromatos de caja plana, cada uno tirado por seis caballos, siendo cargados mientras nos íbamos, y a papá Perry con aspecto preocupado. Me pregunté que iba a ocurrirle a la biblioteca del Jefe… y sentí una privada y egoísta tristeza al pensar que nunca más iba a tener una posibilidad tan ilimitada de alimentar mi elefantiasis mental. Nunca seré un gran cerebro, pero me siento curiosa hacia todo, y una terminal conectada directamente a todas las mejores bibliotecas del mundo es un lujo que no tiene precio.
Cuando vi lo que estaban cargando recordé de pronto algo y me sentí presa del pánico.
— Anna, ¿quién era la secretaria del Jefe?
— No tenía ninguna. A veces yo le ayudaba si necesitaba que alguien le echara una mano. Muy raras veces.
— Tenía una dirección para contactar con mis amigos Ian y Janet Tormey. ¿Qué habrá sido de ella?
— A menos que esté aquí — tomó un sobre de su bolso y me lo tendió —, ha desaparecido… porque hace mucho tiempo que tengo órdenes estrictas de ir a su terminal particular tan pronto como él fuera declarado muerto y teclear un cierto programa. Era una orden de borrado, lo sé, aunque él nunca me lo dijo. Cualquier cosa personal que hubiera en los bancos de memoria ha sido borrada. ¿Era personal ese dato?
— Muy personal.
— Entonces ya no está. A menos que lo tengas aquí.
Miré a lo que me había entregado: un sobre cerrado con sólo la palabra «Viernes» escrita en él. Anna añadió:
— Eso hubiera debido estar en tu paquete, pero yo lo tomé y lo retiré. Esa tipa ruidosa estaba leyendo todo lo que caía en sus manos. Yo sabía que esto era una cosa privada entre tú y el señor Dos Bastones… el doctor Baldwin, tendría que decir ahora. No estaba dispuesta a dejar que ella le echara las zarpas encima. — Anna suspiró —. Trabajé con ella durante toda la noche. No la maté. No comprendo por qué no lo hice.
— La necesitábamos para firmar todos estos papeles — dijo Rubia.
Junto a nosotras había uno de los oficiales de estado mayor, Burton McNye… un hombre tranquilo que raramente expresaba sus opiniones. Pero esta vez habló:
— Lamento que se contuviera. Míreme; no tengo dinero en efectivo, siempre he utilizado mi tarjeta de crédito para todo. Esa irritable picapleitos se negó a entregarme mi cheque de liquidación hasta que yo le hube devuelto mi tarjeta de crédito. ¿Qué ocurre con una libranza sobre un banco lunar? ¿Puede uno cobrarla, o tiene que guardarla para su colección? Puede que esta noche tenga que dormir en la Plaza.
— Señor McNye…
— ¿Sí, señorita Viernes?
— Ya no soy «señorita» Viernes. Simplemente Viernes.
— Entonces yo soy Burt.
— De acuerdo. Burt, tengo algunos oseznos en efectivo y una tarjeta de crédito que Wainwright no puede tocar, aunque lo ha intentado. ¿Cuánto necesita?
Sonrió, y alargó una mano y me palmeó la rodilla.
— Todas las cosas agradables que he oído de usted son ciertas. Gracias, querida, pero me las arreglaré. Primero llevaré esto al Banco de América. Si no lo hacen efectivo inmediatamente, quizá puedan darme un adelanto mientras gestionan el cobro Si no, iré a la oficina de ella en el Edificio CCC y me plantaré ante su escritorio y le diré que es problema suyo encontrarme una cama. Maldita sea; el Jefe hubiera hecho las cosas de modo que cada uno de nosotros recibiera al menos unos cuantos cientos de billetes en efectivo; ella lo ha hecho así a propósito. Quizá para obligarnos a firmar con sus compinches; yo no estoy dispuesto a hacerlo. Si ella intenta algo conmigo, voy a probar si recuerdo o no todas las cosas que me enseñaron en el entrenamiento básico.
— Burt — respondí —, nunca meta las manos encima de un picapleitos. La forma de luchar contra un picapleitos es con otro picapleitos, uno más listo. Mire, nosotras vamos a estar en el Cabaña. Si no puede hacer efectiva esta libranza, será mejor que acepte mi oferta.
A mí no me causará ningún perjuicio.
— Gracias, Viernes. Pero voy a estrangularla hasta que suelte el dinero.
La habitación que Rubia había reservado resultó ser una pequeña suite, una habitación con una gran cama de agua y un saloncito con un sofá que se abría hasta convertirse en una cama doble. Me senté en el sofá para leer la carta del Jefe mientras Anna y Rubia utilizaban el baño… luego fui a usarlo yo misma cuando ellas salieron. Cuando salí yo, estaban en la gran cama, al parecer dormidas… cosa que no resultaba sorprendente; ambas habían estado en pie durante toda la noche realizando un trabajo agotadoramente nervioso. Me mantuve muy quieta y me senté, y seguí leyendo la carta:
Querida Viernes, Puesto que ésta es mi última oportunidad de comunicarme contigo, tengo que decirte algunas cosas que no he sido capaz de decirte cuando estaba con vida y aún era tu patrón.
Tu adopción: no la recuerdas porque no ocurrió de esa forma. Descubrirás que todos los documentos son legalmente correctos. Eres desde todos los ángulos mi hija adoptiva.
Emma Baldwin posee el mismo tipo de realidad que tus padres de Seattle, es decir, real para todos los efectos prácticos y legales. Necesitas ser cuidadosa únicamente en una cosa: no dejes que tus distintas identidades tropiecen entre sí. Pero ya has actuado de ese modo en muchas ocasiones, profesionalmente.