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— ¡Hey! ¡Vuelva atrás y empiece de nuevo!

— Lo siento. Normalmente, cuando la gente llama a la Luna desea que su comunicación sea lo más breve posible debido al coste. ¿Desea que se lo repita todo, palabra por palabra?

— No. Creo que lo he asimilado. El doctor Baldwin me dejó una nota diciéndome que estuviera presente en la lectura de su testamento, o que estuviera representada. No puedo estar ahí. ¿Cuándo será leído, y puede usted aconsejarme cómo puedo conseguir a alguien en Luna City que me represente?

— Será leído tan pronto como tengamos notificación oficial de la muerte por parte de la Confederación de California, lo cual debería ser en cualquier momento a partir de ahora puesto que nuestro representante en San José ha pagado ya los correspondientes sobornos. Alguien que la represente… ¿serviría yo? Quizá debiera decir que el abuelo Fong fue el abogado de su padre en Luna City durante muchos años… y yo heredé sus asuntos, y ahora que su padre ha muerto, he heredado también los suyos. A menos que usted me diga lo contrario.

— Oh, ¿podría usted? Señorita… señora Tomosawa… ¿es señorita o señora?

— Puedo y me encantará hacerlo. Y es señora. Tiene que serlo; tengo un hijo de más o menos la edad de usted.

— ¡Imposible! — (¿Aquella belleza capaz de ganar cualquier concurso de misses, dos veces mi edad?).

— Completamente posible. Aquí en Luna City somos chapados a la antigua, no como en California. Nos casamos y tenemos niños, y siempre por ese orden. No me atrevería a ser una señorita con un hijo de su edad, nadie me miraría a la cara.

— Quiero decir la idea de que usted tenga un hijo de mi edad. Parece como si hubiera tenido el bebé a la edad de cinco años. Cuatro.

Dejó escapar una risita.

— Dice usted cosas encantadoras. ¿Por qué no viene aquí y se casa con mi hijo? El siempre ha deseado casarse con una heredera.

— ¿Soy una heredera?

Se puso seria.

— Hum. No puedo romper los sellos de ese testamento hasta que su padre esté oficialmente muerto, lo cual no es así, al menos en Luna City, todavía no. Pero lo será dentro de poco, y no tiene ningún sentido hacerla llamar a usted de nuevo. Yo redacté ese testamento. Lo comprobé por si se habían producido cambios cuando lo recibí de vuelta.

Luego lo sellé y lo puse en mi caja fuerte. Así que sé lo que dice. Lo que voy a decirle ahora no lo sabrá usted hasta última hora de hoy. Es usted una heredera, pero los cazadores de fortuna no van a correr detrás de usted. No va a recibir ni un gramo en efectivo. En vez de ello, el banco (ese soy yo) tiene instrucciones de subvencionarla a usted en el momento mismo en que emigre fuera de la Tierra. Si elige usted la Luna, pagaremos su Pasaje. Si elige usted un planeta con prima de enganche, le daremos un cuchillo de explorador y rezaremos por usted. Si elige usted un planeta de alto precio de enganche como Kaui o Halcyon, pagaremos su viaje y su contribución y la ayudaremos con un capital inicial. Si usted no emigra nunca de la Tierra, a su muerte los fondos previstos para ayudarla revertirán a otras finalidades del fideicomiso. Pero su emigración tiene que ser primero confirmada. Una excepción: si emigra usted a Olympia, entonces tendrá que pagárselo todo. No recibirá nada del fideicomiso.

— El doctor Baldwin me dijo algo al respecto. ¿Qué es lo que tiene tan malo Olympia?

No puedo recordar ningún mundo colonial llamado así.

— ¿No? No, imagino que es usted demasiado joven. Allí fue donde se marcharon aquellos supuestos superhombres. De todos modos, no tiene ninguna utilidad prevenirla contra él; la corporación no envía naves allí. Querida, va a encontrarse con una factura terrible.

— Supongo que sí. Pero me costaría más si tuviera que volver a llamar. Lo que me sabe mal es tener que pagar por todo ese tiempo muerto de la velocidad de la luz. ¿Puede usted cambiarse de sombrero y ser por un momento Ceres & South África? O quizá no, tal vez necesite un consejo legal.

— Llevo puestos los dos sombreros al mismo tiempo, así que adelante. Pregunte lo que quiera; hoy es gratis. Publicidad de la casa.

— No, pagaré mi consulta.

— Suena usted como su difunto padre. Creo que él inventó el toma y daca.

— No es realmente mi padre, ya sabe, y nunca pensé en él como tal.

— Conozco la historia, querida; yo misma redacté algunos de los documentos relativos a usted. Él pensaba en usted como su hija. Estaba sorprendentemente orgulloso de usted.

Me sentí de lo más interesada cuando usted llamó la otra vez… teniendo que mantener el secreto de muchas cosas que sabía pero velando al mismo tiempo por usted. ¿Qué es lo que tiene en mente?

Le expliqué el problema que había tenido con Wainwright acerca de las tarjetas de crédito.

— Realmente, la MasterCard de California me entregó una tarjeta de crédito con un techo mucho más allá de mis necesidades o posibilidades. ¿Pero es esto asunto suyo? Ni siquiera he utilizado mi depósito, y ahora voy a aumentarlo con la libranza de mi liquidación. Doscientos noventa y siete coma tres gramos de oro fino.

— Rhoda Wainwright nunca valió un pepino como abogada; cuando murió el señor Espósito, su padre hubiera debido cambiar la representación. Por supuesto no es asunto suyo el crédito que la MasterCard haya podido extenderle a usted, y no tiene ninguna autoridad sobre ese banco. Señorita Baldwin…

— Llámeme Viernes.

— Viernes, su difunto padre era uno de los directores de este banco y es, o era, uno de los principales accionistas. Aunque usted no reciba nada de su capital directamente, podría acumular usted una enorme deuda no asegurada y olvidarse de reducirla por bastante tiempo y negarse a responder a todas sus cuestiones antes de que su cuenta fuera bloqueada. Así que olvídelo. Pero, ahora que Pájaro Sands está siendo cerrada, necesito otra dirección suya.

— Oh, precisamente ahora, usted es la única dirección que tengo.

— Entiendo. Bien, facilítemela tan pronto como tenga una. Hay otros con el mismo problema, un problema empeorado innecesariamente por Rhoda Wainwright. Hay otros que deberían ser representados en la lectura del testamento. Ella hubiera debido notificárselo, no lo hizo, y ahora han abandonado Pájaro Sands. ¿Sabe usted dónde puedo encontrar a Anna Johansen? ¿O a Sylvia Havenisle?

— Conozco a una mujer llamada Anna que estaba en el Sands. Era la encargada de los documentos clasificados. El otro nombre no lo conozco.

— Debe ser la Anna que yo digo; la tengo listada como «encargada del departamento confidencial». Havenisle es una enfermera.

— ¡Oh! Las dos están al otro lado de la puerta a la que estoy mirando en este momento.

Durmiendo. Han permanecido en pie toda la noche. La de la muerte del doctor Baldwin.

— Hoy es mi día de suerte. Por favor, dígales (cuando despierten) que deberían estar representadas en la lectura del testamento. Pero no las despierte; puedo arreglar eso más tarde. Aquí no somos tan exigentes.

— ¿Puede representarlas usted?

— Si usted lo autoriza, sí. Pero haga que me llamen. Necesitaré también las nuevas direcciones de ellas. ¿Dónde están ahora?

Se lo dije, nos despedimos, y corté la comunicación. Luego me quedé completamente inmóvil y dejé que mi cabeza fuera asimilando los acontecimientos. Pero Gloria Tomosawa lo había hecho todo más fácil. Sospecho que hay dos clases de picapleitos:

aquellos que dedican todos sus esfuerzos a hacer la vida más fácil a los demás… y los parásitos.

Un leve zumbido y una luz me hicieron ir de nuevo a la terminal. Era Burton McNye. Le dije que subiera pero que lo hiciera de puntillas. Le di un beso sin pararme a pensarlo, luego recordé que no era amigo de beso. ¿O lo era? No sabía si había ayudado a rescatarme del «Mayor» o no… pero podía preguntárselo.