— Usted no me habló para nada de ese impuesto cuando hice mi depósito el día que abrí esta cuenta.
— ¡Pero eso era un premio de la lotería nacional! ¡Era suyo, completamente libre de impuestos… esa es la Vía Democrática! Además, el gobierno ya se cobra su parte en la misma lotería.
— Entiendo. ¿Cuánto se cobra el gobierno exactamente?
— Realmente, señorita Baldwin, esa pregunta debería ser dirigida al gobierno, no a mí.
Si usted simplemente firma al final, yo llenaré el resto.
— Espere un momento. ¿Cuánto son esos «gastos nominales»? ¿Y cuánto es el impuesto?
Me fui sin depositar la libranza, y de nuevo el pobre señor Chambers se sintió vejado conmigo. Aunque los oseznos están lo suficientemente sometidos a inflación como para que tengas que poner un buen montón de ellos para comprar cualquier cosa, no considero un millar de oseznos un «gasto nominal»… es más de un gramo de oro, 37 dólares britocanadienses. Con su 8 % de recargo encima, la MasterCard hace un buen negocio actuando como recaudador para el Servicio de Impuestos Eternos de la Confederación.
No estaba segura de que yo tuviera que pagar ningún impuesto ni siquiera bajo las extrañas leyes de California… la mayor parte de aquel dinero ni siquiera había sido ganado en California, y no veía cómo California podía reclamar parte de mi salario.
Deseaba consultar a un buen picapleitos.
Regresé al Cabaña Hyatt. Rubia y Anna estaban aún fuera pero Burt estaba allí. Le expliqué el asunto, sabiendo que él había estado en logística y contabilidad.
— Es un punto discutible — dijo —. Los contratos de servicio personales con el Presidente fueron firmados todos «libres de impuestos», y en el Imperio el soborno era negociado cada año. Aquí el soborno debió ser pagado a través del señor Esposito… es decir, a través de la señora Wainwright. Puedes preguntarle a ella.
— ¡Y una mierda!
— Exactamente. Ella hubiera debido notificar a Impuestos Eternos y pagar todos los impuestos necesarios… tras la correspondiente negociación, ya me entiendes. Pero puede que ella esté saltándose alegremente todo eso; no lo sé. De todos modos… tú tienes un pasaporte de reserva, ¿no?
— ¡Oh, por supuesto! Siempre.
— Entonces utilízalo. Eso es lo que yo haría. Luego transferiría mi dinero tras saber dónde voy a estar. Mientras tanto, lo dejaría a salvo en la Luna.
— Oh, Burt, estoy casi segura de que Wainwright tiene todos los pasaportes de reserva convenientemente listados. Pareces querer decir que puede que estén esperándonos a la salida.
— ¿Y qué si Wainwright los tiene listados? No va a entregar la lista a los Confederados sin haber arreglado sus cuentas de los impuestos, y dudo que haya tenido tiempo de hacer sus cambalaches. Así que paga únicamente la extorsión habitual y levanta bien la nariz al aire y cruza dignamente la barrera.
Esto lo comprendía. Me había sentido tan indignada por aquel sucio asunto que por un momento había dejado de pensar como un correo.
Cruzamos la frontera hacia el Estado Libre de Las Vegas en Dry Lake; la cápsula se detuvo tan sólo el tiempo preciso para que la Confederación sellara la salida en los pasaportes. Cada uno de nosotros utilizó un pasaporte alternativo con la extorsión estándar doblada dentro… no hubo ningún problema. Y nadie selló la entrada, porque el Estado Libre no se preocupa por esas cosas; cualquier visitante solvente es bienvenido.
Diez minutos más tarde nos registrábamos en el Las Dunas, con muchas de las mismas comodidades que habíamos tenido en San José, excepto que aquí la habitación era descrita como «suite para orgías». No pude ver por qué. Un espejo en el techo y aspirinas y Alka-Seltzer en el baño no son suficientes para justificar esa designación; mi instructor en mi entrenamiento como prostituta se hubiera reído despectivamente. Sin embargo, supongo que la mayor parte de los tipos y tipas que pasaban por allí no tenían las ventajas de una instrucción avanzada… se me ha dicho que la mayor parte de la gente ni siquiera tiene ningún entrenamiento formal. A menudo me he preguntado quién les enseña. ¿Sus padres? ¿Acaso ese rígido tabú del incesto entre las personas humanas es realmente un tabú sobre hablar de ello pero no sobre hacerlo?
Algún día espero descubrir todas esas cosas, pero nunca he conocido a nadie que pudiera hablarme de ellas. Quizá Janet me lo diga. Algún día…
Quedamos en encontrarnos para cenar, luego Burt y Anna fueron al salón y/o casino mientras Rubia y yo salíamos al Parque Industrial. Burt tenía intención de buscar trabajo también pero expresó su intención de divertirse un poco antes de volver a sentar la cabeza. Anna no dijo nada pero creo que deseaba saborear los placeres de la carne antes de sumergirse en la vida que le corresponde a una abuela. Sólo Rubia estaba tremendamente decidida acerca de ir a buscar trabajo aquel mismo día. Yo pretendía encontrar un trabajo también, sí… pero antes tenía que pensar un poco.
Probablemente — casi seguramente — iba a emigrar fuera de la Tierra. El Jefe pensaba que debía hacerlo, y esta era una razón suficiente. Pero además de eso, el estudio que me había hecho iniciar respecto a los síntomas de decadencia en las culturas había enfocado mi mente en cosas que había conocido desde hacía mucho pero que nunca había analizado. Nunca he sido crítica con las culturas en las que he vivido y por las que he pasado… por favor entiendan que una persona artificial es un extranjero permanente allá donde esté, no importa cuánto tiempo permanezca. Ningún país podría ser el mío, así que, ¿para qué pensar en él?
Pero cuando inicié aquel estudio, vi que este viejo planeta está en un lamentable estado. Nueva Zelanda es un lugar bastante bueno, y también lo es el Canadá Británico, pero incluso esos dos países mostraban signos importantes de decadencia. Pese a que eran los dos mejores del lote.
Pero no apresuremos las cosas. Cambiar de planeta es algo que una persona no puede hacer dos veces… a menos que sea fabulosamente rica, y yo no lo era. Estaba subvencionada para una emigración fuera del planeta… así que debía elegir muy cuidadosamente el planeta correcto porque ningún error podría ser corregido una vez emprendida la marcha.
Además… Bien, ¿dónde estaba Janet?
El Jefe había tenido una dirección de contacto o un código de llamada ¡No yo!
El Jefe había tenido un escucha en el cuartel general de la policía en Winnipeg. ¡No yo!
El Jefe había tenido su propia red de Pinkerton por todo el planeta. ¡No yo!
Podía intentar telefonearles de tanto en tanto. Lo haría. Podía comprobar con la ANZAC y con la Universidad de Manitoba. Lo haría. Podía comprobar ese código de Auckland y también el departamento de biología de la Universidad de Sydney. Lo haría.
Si nada de eso funcionaba, ¿qué otra cosa podía hacer? Podía ir a Sydney e intentar sonsacar con halagos a alguien la dirección de la casa del profesor Farnese o su dirección sabática o cualquier otra cosa. Pero eso no iba a ser barato, y de pronto me vi obligada a admitir que la forma de viajar que había dado por sentada en el pasado iba a ser a partir de ahora difícil y quizá imposible. Un viaje a Nueva Gales del Sur antes de que los semibalísticos empezaran a funcionar era algo terriblemente caro. Podía hacerse, por tubo y por aerodeslizador y por barco y recorriendo tres cuartas partes de la superficie del mundo… pero no era ni fácil ni barato.
Quizá pudiera firmar como prostituta de a bordo en un barco que saliera de San Francisco hacia Abajo. Eso sería fácil y barato… pero consumiría mucho tiempo aunque embarcara en un carguero movido por Shipstones fuera de Watsonville. ¿Un carguero impulsado a vela? Oh, no.
Quizá fuera mejor contratar a un Pinkerton en Sydney. ¿Cuánto me cobraría? ¿Podría pagarlo?