— ¡Jefe! ¿Tu maravillosa granja?
— Cuando una nave se está hundiendo, uno no se preocupa de la mantelería del comedor. Nunca hubiéramos podido volver a usar la granja. Quemando la casa destruíamos muchas grabaciones inconvenientes y muchos elementos de equipo secretos y cuasi-secretos. Pero, lo más importante, quemando la casa conseguíamos una limpieza, definitiva del grupo que había comprometido sus secretos. Nuestro cordón estaba situado en su lugar antes de que empleáramos las incendiarias, luego cada uno fue disparando a los que intentaban salir.
«Fue entonces cuando vi a tu conocido Jeremy Rockford. Tenía las piernas ardiendo y salió por la puerta del este. Se tambaleó de nuevo hacia adentro, cambió de opinión e intentó escapar otra vez, cayó, y quedó atrapado. Por los sonidos que hacía puedo asegurarte que no murió suavemente.
— Ugh. Jefe, cuando dije que deseaba castigarle antes de matarlo no me refería a nada tan horrible como dejarlo arder hasta morir.
— Si no se hubiera comportado como un caballo corriendo de vuelta al establo en llamas, hubiera muerto como los demás… rápidamente, por rayo láser. Un disparo a primera vista, porque no tomamos prisioneros.
— ¿Ni siquiera para interrogarles?
— No es la doctrina correcta, como he estipulado. Pero, Viernes querida, no te das cuenta de la atmósfera emocional. Todos habían visto las cintas, al menos la de la violación y la de tu tercer interrogatorio, la tortura. Nuestros chicos y chicas no hubieran tomado prisioneros ni siquiera aunque yo se lo hubiera ordenado. Pero tampoco era mi intención. Quiero que sepas que todos tus colegas te tienen en una gran estima. Incluidos los muchos que nunca te han conocido y que probablemente no llegarán a conocerte nunca.
El Jefe alcanzó sus bastones, forcejeó para ponerse en pie.
— Me he pasado siete minutos del tiempo que tu médico me dio para la visita.
Hablaremos mañana. Ahora tienes que descansar. Una enfermera vendrá y te dará algo para que duermas. Duerme y ponte bien.
Tuve unos cuantos minutos para dedicarlos a mí misma; los pasé en medio de una cálida irradiación. «En alta estima». Cuando nunca has sido aceptada por nadie y nunca puedes realmente ser aceptada por nadie, palabras como esas significan algo. Me reconfortaron tanto, que no me importó no ser humana.
4
Algún día voy a ganar en alguna discusión con el Jefe.
Pero no contengan la respiración.
Había días en los que no perdía en mis discusiones con él… los días en que no me visitaba.
Empecé con una diferencia de opinión acerca de cuánto tiempo iba a tener que permanecer todavía bajo terapia. Me sentía lista para irme a casa o de vuelta al trabajo, cualquiera de las dos cosas, al cabo de cuatro días. Puesto que no deseaba meterme en cosas serias todavía, podía ocuparme de alguna misión ligera… o realizar un viaje a Nueva Zelanda, mi primera elección. Todas mis heridas estaban sanando.
Habían sido bastantes: montones de quemaduras, cuatro costillas rotas, fracturas simples en la tibia y el peroné izquierdos, fracturas compuestas múltiples en los huesos de mi pie derecho y en tres dedos del izquierdo, una fractura craneana bajo el cuero cabelludo sin complicaciones, y (chapucero pero no grave), alguien había rebanado mi pezón derecho.
Esto último y las quemaduras y los dedos de los pies rotos eran todo lo que recordaba; lo demás debía haber ocurrido mientras yo estaba distraída con otros asuntos.
El Jefe dijo:
— Viernes, sabes que se necesitarán al menos seis semanas para regenerar ese pezón que te falta.
— Pero la cirugía plástica, para un trabajo puramente cosmético, sana en una semana.
El doctor Krasny me lo dijo.
— Joven, cuando alguien en esta organización resulta lisiado en el cumplimiento de su deber, su restauración corporal se efectúa de un modo tan perfecto como el arte terapéutico es capaz de lograr. Además de tratarse de nuestra política permanente, en tu caso hay otra razón, necesaria y suficiente. Todos nosotros tenemos la obligación de conservar y preservar la belleza en este mundo; no podemos malgastarla. Tú posees un cuerpo sorprendentemente hermoso; dañarlo es deplorable. Debe ser reparado.
— Ya he dicho que acepto la cirugía cosmética. Pero no espero llegar a tener nunca leche en ese botijo. Y a nadie que esté en la cama conmigo le importará.
— Viernes, puede que te hayas convencido a ti misma de que nunca tendrás necesidad de lactar. Pero estéticamente un pecho funcional es muy diferente de una imitación modelada quirúrgicamente. Ese hipotético compañero de cama puede que no lo sepa…
pero tú lo sabrás y yo lo sabré. No, querida. Serás restaurada a tu anterior perfección.
— ¡Hum! Entonces, ¿cuándo te harás regenerar tú ese ojo?
— No seas cruel, niña. En mi caso, no se conseguiría ninguna solución estética.
Así que tuve mi pezón de vuelta, tan bueno como siempre, o quizá incluso aún más. La siguiente discusión fue acerca del reentrenamiento que creía necesitar para corregir mi impulsivo reflejo asesino. Cuando saqué de nuevo el tema, el Jefe pareció como si acabara de morder algo podrido.
— Viernes, no recuerdo que hayas matado nunca a nadie que luego se revelara había sido un error. ¿Has matado a alguien más que yo no sepa?
— No, no — dije apresuradamente —. Nunca he matado a nadie excepto trabajando para ti, y siempre te he informado de ello.
— En ese caso todas tus muertes han sido en defensa propia.
— Todas menos la de ese tipo «Belsen». Aquello no fue defensa propia; nunca me puso ni un dedo encima.
— Beaumont. Al menos ese era el nombre que utilizaba habitualmente. La defensa propia adopta a veces la forma del «Haz a los otros lo que ellos querrían hacerte a ti, pero hazlo primero». De Camp, creo. O algún otro de la escuela de filósofos pesimistas del siglo XX. Te haré traer el dossier de Beaumont para que puedas ver por ti misma que estaba en la lista de «mejor-muerto» de casi todo el mundo.
— No importa. Cuando miré su bolso supe que no estaba siguiéndome para darme un beso. Pero eso fue después.
El Jefe tardó varios segundos en responder, cosa inhabitual en él.
— Viernes, ¿deseas cambiar de departamento y pasar a ser un asesino profesional?
Se me cayeron la mandíbula y los ojos. Esa fue toda la respuesta que di.
— No intento asustarte para que salgas del nido — dijo el Jefe fríamente —. Habrás deducido que esta organización incluye asesinos. No deseo perderte como correo; eres el mejor que tengo. Pero siempre hemos necesitado asesinos hábiles, pues su índice de desgaste es alto. Sin embargo, esta es la mayor diferencia entre un correo y un asesino:
un correo mata solamente en defensa propia y a menudo por reflejo… y, admito, siempre con alguna posibilidad de error… y no todos los correos tienen tu supremo talento para integrar instantáneamente todos los factores y alcanzar una necesaria conclusión.
— ¡Uf!
— Me has oído correctamente. Viernes, una de tus debilidades es tu falta de un orgullo apropiado. Un asesino profesional honorable no mata por reflejo; mata por un intento planeado. Si el plan fracasa hasta tal punto que necesita utilizar la defensa propia, está casi seguro de convertirse en un estadístico. En sus muertes planeadas, siempre sabe a quién y acepta la necesidad de su acto… o yo no lo enviaría.
(¿Muerte planificada? Asesinato, por definición. ¿Levántate por la mañana, toma un buen desayuno, ve a la cita con tu víctima, hazla rodajitas a sangre fría? ¿Vete a comer y luego duerme plácidamente?).
— Jefe, no creo que ese sea mi tipo de trabajo.
— No estoy seguro de que tengas el temperamento necesario para él. Pero, por si acaso, mantén tu mente abierta al respecto. No me siento muy ansioso acerca de la posibilidad de frenar tu reflejo defensivo. Además, puedo asegurarte que, si intentáramos refrenarte en ese sentido que tú pides, no volvería a utilizarte como correo. No. Arriesgar tu vida es asunto tuyo… en tu tiempo libre. Pero tus misiones siempre son críticas; nunca usaría un correo cuyo agudo filo ha sido desafilado deliberadamente.