Había necesitado menos de treinta y seis horas desde la muerte del Jefe para meter mi nariz en el hecho de que nunca había aprendido el auténtico valor de un gramo.
Consideren esto: Hasta entonces mi vida había tenido solamente tres tipos de economía:
a) En una misión gastaba todo lo que era necesario.
b) En Christchurch gastaba algo pero no mucho… casi todo regalos para la familia.
c) En la granja, en el otro cuartel general, luego en Pájaro Sands, no gastaba nada de dinero, difícilmente. Comida y cama estaban en mi contrato. No debía ni jugaba. Si Anita no hubiera estado chupándome la sangre, hubiera podido haber acumulado una bonita cantidad.
Había llevado una vida protegida y nunca había aprendido realmente el valor del dinero.
Pero podía hacer simple aritmética sin necesidad de usar una terminal. Había pagado en efectivo mi parte en el Cabaña Hyatt. Utilicé mi tarjeta de crédito para mi viaje al Estado Libre, pero anoté el costo. Anoté el gasto diario en Las Dunas y anoté también todos los demás gastos, ya los pagara con la tarjeta o en efectivo o vinieran incluidos en la factura del hotel.
Pude ver inmediatamente que comida y cama en hoteles de primera clase acabarían muy rápidamente con cada gramo de oro que poseía, aunque no gastara nada, cero, en viajes, vestidos, lujos, amigos, emergencias. L.Q.Q.D. O encontraba rápidamente un trabajo, o me embarcaba en un viaje de ida a un planeta colonial.
Adquirí la horrible sospecha de que el Jefe había estado pagándome mucho más de lo que realmente me merecía. Oh, soy un buen correo, no hay ninguno mejor… ¿pero cuál es la tarifa habitual de los correos?
Podía enrolarme como soldado, y luego (estaba completamente segura) ascender rápidamente a sargento. No me atraía demasiado, pero era lo que más me convenía. La vanidad no es uno de mis defectos; carezco de habilidad para otros trabajos más civilizados… lo sé.
Había algo más empujándome, había algo más tirando de mí. No deseaba ir sola a un planeta extraño Me asustaba. Había perdido a mi familia neozelandesa (si es que alguna vez la había tenido), el Jefe había muerto, y me sentía como el Pollito cuando el cielo empieza a caer, mis auténticos amigos entre mis colegas se habían esparcido por los cuatro vientos — excepto esos tres, y se irían muy pronto —, y había conseguido perder a Georges y a Janet y a Ian.
Incluso con Las Vegas tentándome a mi alrededor, me sentía tan sola como Robinson Crusoe.
Deseaba que Janet e Ian y Georges emigraran fuera conmigo. Entonces no tendría miedo. Entonces podría sonreír durante todo el camino.
Además… la Peste Negra. La Plaga estaba llegando.
Sí, si, yo le habla dicho al Jefe que mi predicción de medianoche era una tontería. Pero él me había dicho que su sección analítica había predicho lo mismo, dentro de cuatro años en vez de tres. (¡Vaya consuelo!).
Me veía obligada a tomar mi propia predicción en serio. Debía advertir a Ian y a Janet y a Georges.
No esperaba asustarlos con ello… no creo que ninguno de los tres sea capaz de asustarse por nada. Pero deseaba decirles:
— Si no emigráis, al menos tomad en serio mi advertencia en el sentido de permanecer alejados de las grandes ciudades. Si es posible vacunaros, hacedlo. Pero tened en cuenta mi advertencia.
El Parque Industrial está en la carretera a Hoover Dam; el Mercado Laboral está allí.
Las Vegas no permite VMAs dentro de la ciudad, pero hay carreteras secundarias por todas partes, y una de ellas cruza el Parque Industrial. Para ir más allá de allí, al dique o a Boulder City, hay una línea regular de VMAs. Planeé utilizarla, puesto que la Shipstone Valle de la Muerte tiene alquilada una franja de desierto entre Las Vegas Este y Boulder City donde tiene instalada una estación de carga, y deseaba verla para complementar mi estudio.
¿Era posible que el complejo Shipstone fuera la corporación estado que había detrás del Jueves Negro? No podía ver ninguna razón para ello. Pero tenía que ser una potencia lo suficientemente grande para cubrir todo el planeta y llegar hasta Ceres en una sola noche. No había muchas de esas potencias. ¿Podía tratarse de un hombre super rico o de un grupo de hombres? De nuevo, aquí, las posibilidades no eran muchas. Con el Jefe muerto probablemente no llegaría a saberlo nunca. Acostumbraba a irritarme con él…
pero era a quien me dirigía cuando no comprendía algo. No me había dado cuenta de cuánto había aprendido de él hasta que perdí su apoyo.
El Mercado del Trabajo es un largo paseo cubierto, conteniendo de todo, desde las llamativas oficinas del Wall Street Journal hasta los exploradores que tienen sus oficinas en sus propios sombreros y nunca se sientan y apenas paran de hablar. Hay carteles por todas partes y gente por todas partes y me recuerda la ciudad fluvial de Vicksburg pero huele mejor.
Las compañías independientes militares y cuasimilitares están todas juntas en su extremo. Rubia fue de una a otra, y yo fui con ella. Dejó su nombre y una copia de su currículum en cada una. Nos detuvimos en la ciudad para hacer imprimir las copias de su currículum, y contrató un apartado postal en una oficina pública, y me indujo a pagar yo también por una dirección postal y telefónica.
— Viernes, Si nos quedamos aquí más de un día o dos, voy a irme de Las Dunas. Has observado la tarifa de la habitación, ¿no? Es un lugar encantador, pero nos están vendiendo cada día la cama. No puedo afrontar este gasto. Quizá tú puedas…
— No puedo.
Así que establecimos algo parecido a una dirección, y envié un memorándum a mi cerebro para comunicársela a Gloria Tomosawa. Pagué una año por anticipado… y descubrí que aquello me daba una extraña sensación de seguridad. No era ni siquiera una cabaña de paja… pero era una base, un domicilio, que no quedaría perdido por ahí.
Rubia no firmó ningún enganche aquella tarde, pero no parecía decepcionada. Me dijo:
— No hay ninguna guerra en curso en estos momentos, eso es todo. Pero la paz nunca dura más de un mes o dos. Entonces empezarán a enrolar gente de nuevo, y mi nombre estará en sus archivos. Mientras tanto me inscribiré en los registros de la ciudad y buscaré trabajos sustitutivos. Una cosa acerca de los asuntos sanitarios, Viernes: una enfermera nunca se muere de hambre. La actual falta de enfermeras durante la emergencia es algo que se ha estado produciendo durante más de un siglo, y no va a terminar ahora.
El segundo reclutador al que acudimos — representante de los Rectificadores de Royer, la Columna de César, y los Segadores de la Parca, todas ellas importantes organizaciones de reputación mundial — se volvió hacia mí después de que Rubia hubiera firmado su solicitud.
— ¿Y tú? ¿Eres también enfermera diplomada?
— No — dije —. Soy un correo de combate.
— No hay mucha demanda de eso. Hoy en día la mayor parte de las organizaciones utilizan el correo urgente si no pueden disponer de una terminal.
Me sentí algo picada… el Jefe me había advertido contra eso.
— Soy de élite — respondí —. Voy a cualquier lugar… y lo que llevo llega a su destino cuando el correo está cerrado. Como en la última Emergencia.
— Eso es cierto — dijo Rubia —. No está exagerando.
— Pero sigue sin haber mucha demanda para tus talentos. ¿Sabes hacer alguna otra cosa?
(¡No tendría que alardear!).
— ¿Cuál es tu mejor arma? Te desafío a un duelo con ella, bajo las reglas normales de competición, o a sangre. Telefonea a tu viuda, y empecemos.
— ¡Vaya, eres una tipa realmente brillante! Me haces recordar a un fox terrier que tuve en una ocasión. Mira, querida, no puedo jugar contigo; tengo que mantener esta oficina abierta. Ahora dime la verdad, y pondré tu nombre en los archivos.
— Lo siento, jefe. No hubiera debido salirme del asunto. De acuerdo, soy un correo de élite. Si me encargo de algo, este algo llega a su destino, y mi tarifa es alta. O mi salario, si soy contratada como oficial especialista de estado mayor. En cuanto a lo demás, por supuesto que tengo que ser la mejor, con las manos desnudas o con armas, porque lo que llevo siempre debe pasar. Puedes listarme como luchadora si lo deseas… con armas o sin ellas. Pero no estoy interesada en los combates a menos que la paga sea alta.