Prefiero el trabajo de correo.
Tomó notas.
— De acuerdo. Pero no mantengas muchas esperanzas. La gente para quien trabajo no acostumbra a usar más correos que los correos de campo de batalla…
— También lo soy. Lo que llevo siempre llega a su destino.
— O tú resultas muerta. — Sonrió —. Generalmente utilizan superperros. Mira, cariño, una corporación tiene más necesidad de los mensajeros de tu clase que una organización militar. ¿Por qué no dejas tu nombre a cada una de las multinacionales? Todas las principales están representadas aquí. Y suelen tener más dinero. Mucho más dinero.
Le di las gracias, y nos fuimos. A petición de Rubia, me detuve en la oficina local de correos y saqué copias de mi propio currículum. Estuve a punto de borrar el salario que figuraba en él, segura de que el Jefe me había favorecido en ello… pero Rubia no me lo permitió.
— ¡Déjalo! Este es tu mejor tanto. Las compañías que te necesiten te lo pagarán sin parpadear… o al menos te llamarán e intentarán negociar. ¿Para qué rebajar tu precio?
Mira, querida, nadie compra un artículo de rebajas si puede permitirse lo mejor.
Envié uno a cada multinacional. No esperaba en realidad ningún resultado, pero si alguien deseaba el mejor correo del mundo, tal vez estudiaran mis cualificaciones.
Cuando las oficinas empezaron a cerrar, regresamos al hotel para cumplir con nuestra cita para la cena, y encontramos a Anna y a Burt ligeramente achispados. No borrachos, sólo alegres, y una pizca demasiado deliberados en sus movimientos.
Burt adoptó una pose y declamó:
— ¡Damas! ¡Miradme y admiradme! Soy un gran hombre…
— Estás achispado.
— Eso también, Viernes, mi amor. ¡Pero mira antes de hablar! Soy el hombre que hizo saltar la banca en el Monte Carlo. Soy un genio, la admiración de todo el mundo, el auténtico, el genio financiero. Puedes tocarme.
Había planeado tocarlo, pero más tarde. Ahora pregunté:
— Anna, ¿ha hecho saltar realmente la banca?
— No, pero estuvo a punto. — Se detuvo para eructar discretamente, tapando su boca con una mano —. Disculpad. Estuvimos jugando un poco por aquí, luego fuimos al Flamingo para cambiar nuestra suerte.. Volvimos aquí justo antes de que cerraran las apuestas para la tercera de Santa Anita y Burt apostó un superdólar a una yegua con el nombre de su madre… y ganó. Aquí detrás hay una mesa de ruleta y Burt apostó sus ganancias al doble cero…
— Estaba borracho — afirmó Rubia.
— ¡Soy un genio!
— Ambas cosas. Salió el doble cero, y Burt puso su enorme suma en el negro y salió, y la dejó allí y salió, y luego la trasladó al rojo y salió… y el croupier envió a buscar al encargado. Burt deseaba seguir hasta hacer saltar la banca, pero el encargado limitó sus apuestas a cinco kilodólares.
— Palurdos. Gestapo. Rastreros de alquiler. No hay un caballero deportista en todo este casino. Llevaré todo mi dinero a otro sitio.
— Y lo perdió todo — dijo Rubia.
— Rubia, mi vieja amiga, deberías mostrarme el respeto debido.
— Hubiera podido perderlo todo — admitió Annie —, pero yo velé para que siguiera el consejo del encargado. Con seis de los controladores del casino siguiéndonos los pasos, nos fuimos directamente a la oficina en el casino del Lucky Strike State Bank y lo depositamos todo allí. De otro modo yo no le hubiera dejado marcharse ¿Imagináis llevar consigo medio megadólar desde el Flamingo hasta el Dune en efectivo? No hubiera vivido lo bastante como para cruzar la calle.
— ¡Tonterías! Las Vegas tiene mucho menos crimen que cualquier otra ciudad en Norteamérica. Anna, mi auténtico amor, eres una mujer dominante y maniática. Una fastidiosa. No me casaría contigo ni que cayeras de rodillas ante mí y me suplicaras que lo hiciera. En vez de ello te quitaría los zapatos y te pegaría y te daría de comer tan sólo mendrugos.
— Sí, querido. Ahora puedes ponerte tus propios zapatos porque vas a llevarnos a cenar a las tres, y mendrugos precisamente. Mendrugos de pan con caviar y trufas.
— Y champán. Pero no porque me estés fastidiando con ello. Damas. Viernes, Rubia, mis auténticos amores… ¿me ayudaréis a celebrar mi genio financiero? ¿Con libaciones y faisán en gelée y espléndidas chicas ataviadas con extravagantes sombreros?
— Sí — respondí.
— Sí antes de que cambies de opinión. Anna, ¿has dicho «medio megadólar»?
— Burt. Muéstraselo.
Burt extrajo una nueva libranza, nos dejó verla mientras se frotaba las uñas contra su estómago y adoptaba un aire relamido. 504.000 dólares. Más de medio millón en la única moneda fuerte en Norteamérica. Oh, algo más de treinta y un kilos de oro fino. No, yo tampoco desearía tener que llevar esa suma cruzando la calle… no en lingotes. No sin una carretilla. Pesaba casi la mitad que yo. Un depósito bancario es más conveniente.
Sí. Bebería el champán de Burt.
Lo cual hicimos, en el anfiteatro del Stardust. Burt supo cuánta propina darle al encargado de los camareros para que nos dieran una primera fila (o le dio demasiada, no lo sé), y nos remojamos en champán y tuvimos una cena encantadora y nos centramos en torno a las mesas de juego y en el espectáculo y las chicas eran jóvenes y hermosas y alegres y sanas y olían a recién bañadas, y los chicos llevaban sucintos taparrabos para que nosotras las mujeres pudiéramos mirar, sólo que yo no lo hice, no demasiado, porque no olían bien y tuve la sensación de que estaban más interesados los unos en los otros que en las mujeres. Era asunto suyo, por supuesto, pero en su conjunto prefería a las chicas.
Y en el espectáculo tenían también a un buen mago que sacaba palomas del aire de la forma en que la mayoría de los magos sacan monedas. Me encantan los magos y nunca he comprendido cómo lo hacen y siempre me los quedo mirando con la boca muy abierta.
Este hizo algo que forzosamente tenía que tener algo que ver con el Diablo. En un momento determinado hizo que una de las animadoras reemplazara a su atractiva ayudante. Su ayudante no es que fuera muy vestida pero la animadora llevaba únicamente los zapatos en un extremo y un sombrerito en el otro, y tan sólo una sonrisa en medio.
El mago empezó a sacar palomas de ella.
No podía creer lo que veía. No había mucho sitio para ocultarlas y debían picar una enormidad. Pero lo hizo.
Voy a volver atrás para observarlo desde otro ángulo distinto. Aquello simplemente no podía ser cierto.
Cuando volvimos a Las Dunas, Rubia quería presenciar el espectáculo del salón pero Anna deseaba irse a la cama. De modo que yo acepté quedarme con Rubia. Burt dijo que le reserváramos un asiento puesto que regresaría inmediatamente una vez hubiera dejado a Anna arriba.
Sólo que no volvió. Cuando subimos no me sorprendió descubrir la puerta de la otra habitación cerrada; antes de la cena mi nariz me había avisado de que era poco probable que Burt calmara mis nervios dos noches consecutivas. Al fin y al cabo nuestros asuntos seguían distintos caminos. Y Burt se había portado noblemente conmigo cuando yo lo había necesitado realmente.
Pensé que quizá a Rubia no le hiciera gracia la cosa, pero no dio muestras de ello.
Simplemente nos fuimos a la cama, nos reímos de la imposibilidad de que aquellas palomas hubieran salido de ningún lado, y nos dormimos. Rubia estaba roncando suavemente cuando yo me dormí.
De nuevo fui despertada por Anna, pero esta vez no parecía seria; estaba radiante.