— ¡Buenos días, queridas! Id a hacer vuestras necesidades y cepillaos los dientes; el desayuno estará aquí en un momento. Burt está saliendo del baño, así que no os demoréis.
Mientras tomábamos la segunda taza de café, Burt dijo:
— ¿Y bien, querida?
Anna dijo:
— ¿Debo?
— Adelante, amor.
— De acuerdo. Rubia, Viernes… esperamos que podáis dedicarnos algo de vuestro tiempo esta mañana porque los dos os queremos y deseamos que estéis con nosotros.
Vamos a casarnos esta mañana.
Rubia y yo hicimos una auténtica exhibición de absoluto asombro y gran placer, al tiempo que saltábamos en pie y los abrazábamos y besábamos. En mi caso el placer era sincero; la sorpresa falsa. Con Rubia creo que las cosas eran al revés. Me guardé mis sospechas para mí misma.
Rubia y yo salimos a comprar flores para que fueran llevadas a la Capilla de Esponsales Para Menores Fugados de Sus Casas más tarde… y me sentí aliviada y complacida al descubrir que Rubia parecía estar tan alegre por lo ocurrido como de estar presente en el acontecimiento. Me dijo:
— Creo que eso va a ser bueno para los dos. Nunca creí que los planes de Anna de convertirse en una abuela profesional funcionaran: es una forma de suicidio. — Y añadió —:
Espero que eso no te disguste.
— ¿Eh? — respondí —. ¿A mí? ¿Por qué tendría que hacerlo?
— El durmió contigo la pasada noche; luego durmió con ella. Hoy se casa con ella.
Algunas mujeres se sentirían más bien defraudadas.
— Por los clavos de Cristo, ¿por qué? No estoy enamorada de Burt. Oh, le quiero porque fue uno de los que salvaron mi vida una ajetreada noche. Por eso la otra noche intenté darle las gracias.. y él fue muy pero que muy dulce conmigo también. Cuando yo más lo necesitaba. Pero esa no es razón para que yo espere que Burt me dedique todas sus noches o siquiera una segunda noche.
— Tienes razón, Viernes. Pero no muchas mujeres de tu edad pueden pensar de esta forma.
— Oh, no sé; yo creo que es obvio. ¿Tú no te sientes dolida? Por lo mismo.
— ¿Eh? ¿Qué quieres decir?
— Exactamente lo mismo que tú me has dicho a mí. La otra noche ella durmió contigo; la noche siguiente durmió con él. Eso no parece preocuparte.
— ¿Por qué debería hacerlo?
— No debería hacerlo. Pero los casos son paralelos. — (Rubia, por favor no me tomes por una estúpida, querida. No sólo vi tu rostro, sino que también te olí) —. De hecho, me sorprendiste un poco. No sabía que te inclinaras hacia ese lado. Por supuesto sí sabía que Anna lo hacía… por eso me sorprendió un poco llevándose a Burt a la cama. No era consciente de que le gustaran. Los hombres, quiero decir. Ni siquiera sabía que se hubiera casado alguna vez.
— Oh. Sí, supongo que puede verse de esa forma. Pero me alegra lo que has dicho de Burt: Anna y yo nos queremos mucho, nos hemos querido durante años… y a veces lo expresamos en la cama. Pero no estamos «enamoradas». Anna prácticamente te robó a Burt de entre los brazos, y yo me alegré de ello… pese a que me preocupé un poco por ti.
Pero no me preocupé demasiado tampoco porque tú siempre has tenido a un montón de hombres husmeando a tu alrededor, mientras que Anna y yo no podemos decir ni con mucho lo mismo. Por eso me alegré. No esperaba que la cosa terminara en boda, pero es estupendo que así sea. Aquí está la Orquídea Dorada… ¿qué es lo que compramos?
— Espera un momento. — La detuve en el exterior de la tienda de flores —. Rubia… con gran riesgo de su vida, alguien entró a paso de carga en la habitación de la granja donde yo estaba, llevando consigo una camilla portátil. Y lo hizo por mí.
Rubia pareció irritada.
— Alguien habla demasiado.
— Hubiera debido hablar antes. Te quiero. Más de lo que quiero a Burt, porque te he querido desde hace más tiempo. No necesito casarme con él, no puedo casarme contigo.
Simplemente te quiero. ¿De acuerdo?
26
Quizá hubiera debido casarme con Rubia, o algo así. Una vez Anna y Burt estuvieron formalmente casados, todos regresamos al hoteclass="underline" Burt se trasladó a la «suite nupcial» (ningún espejo en el techo, decoración interior blanca y rosa en vez de negra y roja, por lo demás todo igual… pero mucho más caro), y Rubia y yo nos fuimos del hotel y alquilamos una pequeña habitación cerca de donde Charleston desciende hacia Fremont. Esto nos situaba a una distancia que podíamos recorrer a pie de la acera rodante que conectaba el Mercado del Trabajo con la ciudad, y eso le proporcionaba a Rubia transporte hacia cualquiera de los hospitales y me facilitaba a mí el ir de compras… de otro modo hubiéramos tenido que comprar o alquilar un caballo y un coche, o bicicletas.
El alquiler era la única virtud quizá de aquella casa, pero para mí fue un refugio de cuento de hadas para una luna de miel, con rosas encima de la puerta. La puerta no tenía rosas y era horrible, y lo único moderno que había en la habitación era una terminal de servicio restringido. Pero por primera vez en mi vida tenía un hogar propio y era un «ama de casa». Mi hogar en Christchurch nunca había sido realmente mío; jamás fui dueña de aquella casa, y constantemente se me había recordado de las más diversas formas que yo era una huésped mas que una residente fija.
¿Saben ustedes lo emocionante que es comprar una cacerola para tu propia cocina?
En una ocasión fui un ama de casa completa cuando Rubia fue llamada a trabajar aquel día y entró de guardia a las veintitrés horas para trabajar toda la noche hasta las siete de la mañana. Al día siguiente cociné mi primera cena mientras Rubia dormía… y quemé las patatas más allá de todo lo imaginable y lloré, lo cual es, creo, el privilegio de una recién casada. De ser así, usé el mío a cuenta del día en que sea realmente una recién casada si se presenta alguna vez… y no una recién casada falsa como en Christchurch.
Fui una buena ama de casa; incluso compré guisantes de olor y los planté en vez de esas rosas trepadoras que faltaban sobre la puerta… y descubrí que cuidar un jardín era más que meter semillas en la tierra; esas semillas no germinaron. Así que consulté la biblioteca de Las Vegas y compré un libro, un auténtico libro con hojas intercambiables y fotografías de lo que debía hacer un buen jardinero. Lo estudié. Lo memoricé.
Una cosa no hice. Aunque me sentí enormemente tentada, no compré un gatito. Rubia se iría algún día; me avisó de que, si yo estaba fuera de casa, tal vez tuviera que irse sin decirme adiós (como yo le avisé a Georges… y lo hice).
No compraría un gatito hasta que supiera con toda seguridad que podía cuidarlo siempre. Un correo no puede llevar consigo un gatito en una caja; como tampoco puedes llevar un bebé. Algún día tendría que irme. Así que no adopté ningún gatito.
Aparte esto, gocé de todas las reconfortantes delicias de ser un ama de casa… incluidas las hormigas en el azúcar y una cañería que se rompió en plena noche, dos delicias que no me importaría repetir. Fue una época realmente feliz. Rubia consiguió que mi cocina fuera mejorando lentamente… yo había creído que sabía cocinar; ahora sabía como hacerlo. Y aprendí a preparar los martinis exactamente de la forma que ella los prefería: tres coma seis partes de ginebra Beefeater por una de vermut seco Noilly Prat, agitar un poco, nada de gotas amargas… mientras yo tomaba Bristol Cream on the rocks.
Los martinis son demasiado fuertes para mí, pero puedo entender que una enfermera con los pies cansados desee uno al momento siguiente de entrar en casa.
Créanme, si Rubia hubiera sido un hombre, hubiera hecho invertir mi esterilidad y hubiera cuidado alegremente de los niños y de los guisantes de olor y de muchos gatos.