Cuando el grupo pionero lo hubo preparado, las nueve décimas partes de la gente que se trasladó allí era anciana y rica.
El gobierno era una república democrática, pero no una como la Confederación de California. Para poder votar una persona tiene que tener como mínimo setenta años terrestres de edad y ser un contribuyente (es decir, propietario de tierras). Los residentes con edades entre veinte y treinta años se cuidan de los servicios públicos, y si piensan ustedes que eso significa ocuparse de los más viejos están completamente en lo cierto, pero eso incluye también realizar todas las demás tareas desagradables que necesitan ser hechas y que cualquiera que no estuviera condenado a trabajos forzados exigiría un alto salario para hacer.
¿Se halla algo de esto en los folletos de la compañía? ¡Ja! Necesitaba saber los hechos que no figuraban en la propaganda de cada uno de los planetas coloniales antes de comprar un billete sólo de ida hasta uno de ellos. Pero había desperdiciado mi mejor oportunidad «probándole» al señor Fawcett que una mujer desarmada puede hacerse cargo de un hombre más voluminoso que ella… lo cual lo único que consiguió fue que me pusiera en su lista negra.
Espero crecer antes de exhalar el último aliento.
El Jefe se burlaba del llorar sobre la leche derramada casi tanto como despreciaba la autocompasión. Habiendo matado mis posibilidades de ser contratada por las Hiperespaciales, era el momento de abandonar Las Vegas cuando aún era solvente. Si no podía efectuar el Grand Tour por mí misma, siempre quedaba aún una forma de saber la verdad acerca de los planetas coloniales de la forma en que había conseguido la verdad acerca de Edén: frecuentar los miembros de las tripulaciones de las naves.
La forma de conseguir esto era yendo al lugar donde estaba segura de encontrarlos: la Estación Estacionaria, arriba del Tallo. Los cargueros no acostumbraban a llegar más cerca del pozo gravitatorio de la Tierra que Ele-Cuatro o Cinco… es decir, de la órbita Lunar, sin la desventaja de tener que luchar con la propia gravedad de la Luna. Pero las naves de pasajeros llegaban normalmente hasta la Estación Estacionaria. Todas las enormes naves de línea de las Líneas Hiperespaciales, Dirac, Newton, Adelantado y Maxwell, despegaban de ahí, regresaban ahí, recibían su mantenimiento y suministros allí. El complejo Shipstone tenía un ramal allí (Shipstone Estacionaria), primariamente para vender energía a las naves y especialmente a esas grandes naves.
Oficiales y tripulantes llegaban y salían de allí; aquellos que no se marchaban dormían en sus naves, pero normalmente comían y bebían y hacían todo lo demás en la Estación.
No me gusta el Tallo y no siento demasiada simpatía hacia la Estación de veinticuatro horas. Aparte su espectacular y siempre cambiante visión de la Tierra, no tiene nada que ofrecer excepto altos precios y líneas curvas por todas partes. Su gravedad artificial es incómoda y siempre parece estar dispuesta a echarle a una la sopa contra el rostro.
Pero hay trabajos que pueden hacerse allí si no eres melindrosa. Me creía capaz de soportar todo aquello el tiempo suficiente como para recibir opiniones sinceras acerca de cada uno de los planetas colonizados de parte de uno o más predispuestos espacionautas.
Era incluso posible que pudiera pasar por delante de Fawcett y embarcarme desde allí en una de las naves de las Hiperespaciales. Se decía que las naves siempre enrolaban a alguien en el último minuto para cubrir vacantes inesperadas. Si me ofrecían tal oportunidad, no iba a repetir mi estupidez… no iba a pedir el empleo de maestro de armas. Camarera, fregona, lo que fuera… si el trabajo me garantizaba el Grand Tour, lo agarraría sin pensármelo.
Una vez elegido mi nuevo hogar, intentaría tomar la misma nave en la que viajara ahora, pero por supuesto como pasajera de clase de lujo, con el pasaje pagado gracias a la sorprendente cláusula del testamento de mi padre adoptivo.
Le dejé una nota al casero de la madriguera donde vivía, luego me ocupé de algunas gestiones antes de dirigirme a África. África… ¿Tendría que hacer el viaje vía Ascensión? ¿O funcionaría de nuevo el SB? África me hizo pensar en Rubia, en Anna y Burt, y en el gentil doctor Krasny. Podía alcanzar África antes de que lo hicieran ellos.
Cosa irrelevante, puesto que en esos momentos había tan sólo una guerra probable (que yo supiera), e intentaba eludir esa zona como si fuera una plaga.
¡Una plaga! Debía preparar inmediatamente un informe sobre la plaga para Gloria Tomosawa y para mis amigos de Ele-Cinco, el señor y la señora Mortenson. Parecía absurdamente ridículo que cualquier cosa que yo pudiera decir consiguiera persuadir a ellos o a cualquier otra persona de que una epidemia de Peste Negra estaba avanzando a tan sólo dos años y medio de distancia… ni yo misma lo había creído. Pero, si podía intranquilizar lo suficiente a la gente responsable como para que tomaran medidas antirratas enérgicas y establecieran firmes barreras de control en Aduanas, Sanidad e Inmigración, algo que fuera más allá del ritual sin significado que eran ahora… tal vez podría — simplemente podría — salvar las colonias espaciales y la Luna.
Difícil… pero tenía que intentarlo.
La única cosa que tenía que hacer era efectuar un nuevo intento para localizar a mis desaparecidos amigos… luego dejar descansar el asunto hasta que regresara de la Estación Estacionaria o (¡una tiene derecho a esperar!) volviera del Grand Tour. Seguro que una puede llamar a Sydney o Winnipeg o cualquier otro lugar desde la Estación Estacionaria… pero a un coste mucho más alto. Aunque tarde, había aprendido que desear algo y ser capaz de pagar por ello no siempre era lo mismo.
Tecleé el código de llamada de los Tormey en Winnipeg, resignada a oír: «El código que acaba de teclear está temporalmente fuera de servicio, a petición del abonado».
Lo que obtuve fue:
— ¡Palacio de la Pizza de los Piratas!
Murmuré:
— Lo siento, he tecleado mal — y borré la llamada. Tecleé de nuevo, con más cuidado…
…y de nuevo:
— ¡Palacio de la Pizza de los Piratas!
Esta vez dije:
— Lamento molestarles. Estoy en el Estado Libre de Las Vegas y estoy intentando comunicarme con un. amigo en Winnipeg… pero las dos veces me han salido ustedes. No sé lo que estaré tecleando mal.
— ¿Cuál es el código que teclea?
Se lo dije.
— Somos nosotros — admitió —. Las mejores pizzas gigantes en todo el Canadá Británico.
Pero abrimos hace tan sólo diez días. ¿Quizá sus amigos tenían este código antes?
Lo admití, le di las gracias por su amabilidad, y corté… me senté y me puse a pensar.
Entonces tecleé la ANZAC de Winnipeg, mientras esperaba ansiosamente que aquella terminal de servicios mínimos pudiera traer una imagen desde más lejos que la propia Las Vegas; cuando una intenta jugar a los detectives es de gran ayuda ver las caras. Cuando la computadora de la ANZAC respondió, pedí por el oficial de operaciones de turno, puesto que deseaba enfrentarme con algo un poco más sofisticado que una computadora.
Le dije a la mujer que respondió:
— Soy Viernes Jones, una amiga de Nueva Zelanda del capitán y de la señora Tormey.
He intentado llamar a su casa y no he podido comunicarme con ellos. Me pregunto si usted podría ayudarme.
— Me temo que no.
— ¿De veras? ¿Ni siquiera alguna sugerencia?
— Lo siento. El capitán Tormey presentó su baja en el servicio. Incluso cobró sus derechos de pensión. Tengo entendido que vendió su casa, así que supongo que se fue definitivamente. Lo que sé es que la única dirección suya que tenemos es la de su cuñado en la Universidad de Sydney. Pero no podemos facilitar direcciones.